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Marionetas en el parque

La caravana de muñecas de Janet Cardiff y Daniel Bures Miller en el Palacio de Cristal del Buen Retiro

J.M. Costa

Las exposiciones en el Palacio de Cristal del Retiro madrileño suelen ser un desafío. Unas veces se resuelven con grandes éxitos y otras con estrepitosos fracasos. Es fácil entender por qué. En primer lugar se trata de un edificio transparente de la era industrial y eso implica que durante las horas de sol se encuentre bañado en una luz intensa o tenue. También el sonido circundante está ahí, incontrolable. Otro reto es que, por mucho que dependa del Reina Sofía, el Palacio de Cristal no es propiamente un espacio expositivo al que acuden los ya interesados. Lo que llega hasta el edificio es un público en su mayoría inespecífico que se pasea o quiere conocer el gran parque central de la ciudad.

El desafío de Janet Cardiff y George Bures Miller era incluso más complicado de lo habitual. Casi todos sus trabajos, clasificables dentro del “arte sonoro” son de lo más inquietante y algunos directamente dan miedo, como The Killing Machine (2007), un cruce entre Kafka y los sistemas de ejecución norteamericanos.

No todo el trabajo de Cardiff-Bures-Miller es así de truculento, pero si es uno de los tres hilos que normalmente siguen en su obra. Este, al que también pertenece la instalación del Palacio de Cristal El Hacedor de Marionetas, lo llaman Teatral. Otro serían Instalaciones de Altavoces como The Forty Part Motet (2001) un trabajo sobre el compositor renacentista ingles Thomas Tallis.

El tercer hilo serían los Paseos Acústicos/Videográficos como por ejemplo el Alter Bahnhof Video Walk (2012) que se presentó en la Documenta de Kassel 2013. Aquí se trata de crear paradojas, en unos casos acústicas y en otros basadas en la imagen. Se trata en ambos casos de superponer una realidad visual o/y sonora grabada previamente en el mismo lugar a lo que sucede en ese momento en el mismo lugar. El desfase temporal y sensorial genera lo que antes se llamaba “inquietud”. Algo, por cierto, que en España ha hecho muy bien el colectivo Escoitar.

Antes de regresar al Palacio de Cristal, un brevísimo apunte biográfico que sitúa tanto a Janet Cardiff (1957) como George Bures Miller (1960) en el sorprendentemente rico panorama canadiense de lo que se ha venido llamando Nuevas Prácticas artísticas. Mujer y marido, actualmente residen y trabajan en Berlín, cosa nada extraña dado el carácter de la ciudad y el hecho de que la mayoría de sus encargos y posibilidades de exposición se dan en Europa. Con esto entramos en materia, en El Hacedor de Marionetas. Reconociendo las dificultades que presenta el espacio casi diáfano y transparente al sonido del Palacio de Cristal, Cardiff-Miller han optado por una solución formal muy inteligente: han creado un espacio casi cerrado dentro del Palacio.

Una inquietante caravana de muñecas

Lo que encuentra el visitante es una caravana más bien pequeña y color algo desvaído, una especie de blanco sucio. Nada que fuera a llamar la atención por la calle. Lo notable es que algo suena y ya desde alguna distancia se percibe que dentro hay cosas que se mueven. No hace falta explicar que cualquiera que se aproxime sentirá una curiosidad tan sana como básica. Tampoco es que la pieza trate de pasar por un objeto de otra índole: esto es Arte. Pero un arte que, en vez de plantarse ante el espectador como una esfinge, abre, muy literalmente, sus interioridades.

El pequeño universo creado por Cardiff y Miller se complica de inmediato. Antes siquiera de cotillear el interior de la caravana se distingue el típico avant de estos vehículos. Debajo, en lugar de una mesa y sillas, se disponen unos asientos de teatro frente a un pequeño escenario de marionetas donde un pianista y una diva ejecutan un aria operística con una sincronización casi perfecta. Esta introducción teatral se continúa en la parte posterior de la caravana, donde se encuentra una escultura yacente de la misma Cardiff tumbada como en un sueño prerrafaelita. Debe ser cera y es también de una perfección casi aterradora. Es bueno darse cuenta de este acabado tan preciso para entender que lo que se va viendo luego a través de las ventanas de la caravana, una acumulación imposible de objetos, no es casual. Las revistas, los libros, los grabados, el piano, algunas marionetas, partes visibles delos mecanismos, unos ladrillos colgando… todo ello está ahí por algo.

Seguramente ese algo tiene que ver con la misma creación, unida a la ciencia, a la actualidad y también a una manipulación potencial. Todo ello se sitúa bajo un altavoz rotatorio coronado por un paraguas: una forma de recalcar lo antropomorfo de un altavoz aislado. La caravana esta rodeada de otros altavoces que emiten unos sonidos muy precisos, los de los juegos de niños en el bosque y el de batallas de la época napoleónica, cañonazos incluidos.

Al final lo que hemos sido es unos mirones. Pero no unos mirones pasivos y sumidos en el estupor, como sucede a veces con partes del arte contemporáneo. Hemos sido unos mirones tan activos que los agentes de seguridad del espacio se las ven y se las desean para que los visitantes no metan medio cuerpo a través de una ventana para observar mejor aquella fotografía en la esquina que no se acaba de distinguir bien. También somos mirones manipulados por los artistas, una especie de marionetas del arte.

La primera y más literal lectura es esa del creador que trata de infundir vida a sus obras. Y a partir de que materiales construye sus sueños. Pero, siendo esto cierto, esos materiales, visuales, sonoros y casi olfativos permiten, como suele suceder cuando entrevemos un interior ajeno y abigarrado, que el espectador pueda tejer con ellos sus propios sueños. Como el de Ofelia. O el de Blancanieves. Algo inquietante en medio de la claridad.

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