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Entrevista | Wu Tien-Chang

La revolución de los girasoles como nunca la habías visto

Two would treat earch other WuTien-Chang (2015)

Francesc Miró

MADATAC (Muestra de Arte Digital Audiovisual y Tecnologías Acontemporáneas) ha llegado a su octava edición siendo la última trinchera del videoarte en la capital. Un proyecto ambicioso que arrancó en un país en el que la cuna en la materia era Barcelona -con el Screen Festival, el Sónar o el Artfutura-. Pero que a día de hoy ya se ha consolidado como un referente de la cultura digital y el arte.

Poco amantes de las etiquetas, MADATAC ha apostado por fusionar la técnica y la imaginación. El resultado, desafía las ideas preconcebidas sobre el arte audiovisual ofreciendo una apuesta arriesgada pero efectiva. Su objetivo no es menor: difundir el arte de los nuevos medios y el videoarte más inclasificable y visionario, pero haciéndolo accesible e incluso ameno.

Este año, su octava edición arrancó el 12 de enero y finaliza el 5 de febrero. Su Sección Oficial Internacional a Competición está integrada por las obras de 50 artistas de todo el mundo, seleccionadas entre un conjunto de más de 400 piezas de videoarte. Entre tanto dato destaca un nombre propio: Wu Tien-Chang, el artista taiwanés visual más relevante del momento. Con Fulgor Líquido viene dispuesto a romper con los prejuicios hacia el videoarte y hacia la creación en su país.

Taiwán: un pueblo entre dos mundos

“Mi país se encuentra inmerso en un proceso de occidentalización que divide a su población”, cuenta Wu-Tien Chang a eldiario.es bajo las las bóvedas del Centro Conde Duque, donde expone Fulgor Líquido. “La historia reciente de Taiwán nos convierte en un país que ha sufrido muchas colonizaciones: tantas que su cultura está plagada de símbolos de despedida”.

En este sentido se enmarcan las tres fotografías en pantallas fotosensibles que reaccionan a la luz cuando se enciende el proyector. Cuando el haz de luz llega a las fotos, éstas se convierten en una película llena de extrañeza en la que unos actores interpretan, bajo una máscara perversa, tres historias de adiós. “Taiwán se despide de sus colonizadores para reivinidcar una cultura propia: la nuestra. Ni la japonesa ni la china ni la americana”, dice con una sonrisa.

Las máscaras dejan en el espectador una sensación de distancia y rareza que provoca un escalofrío y a la vez hipnotiza de manera difícilmente explicable. “Esos rostros escondidos y esa piel sintética son una metáfora psicológica de la identidad: hay muchísimos taiwaneses que se sienten confusos respecto a sus deseos. Y eso es parte de una herencia histórica”.

En 2014 una protesta estudiantil que había empezado como revulsivo juvenil hacia las élites universitarias desembocó en el llamado Movimiento Girasol. Salvando las distancias, aquello se transformaría en una especie de 15M taiwanés. Ocuparía el Pleno del Parlamento para exigir reformas y cambios legislativos reales que implicasen nuevas formas de participación ciudadana en la toma de decisiones de las instituciones taiwanesas.

Con el tiempo, estas protestas tendrían consecuencias políticas, traducidas en creación e irrupción de nuevas formaciones. “Estas nuevas maneras de pensar tuvieron un interesantísimo reflejo en el arte”, explica Wu. “Además de la creatividad, las ansias de proyectos nuevos y nuevas visiones fueron parte fundamental del proceso de los girasoles”.

“En Taiwán esto ha supuesto un revulsivo: todo el mundo está impresionado con lo que se ha conseguido”, defiende Wu. “Pero lo cierto es que los artistas siempre han sido rebeldes natos, así que es lógico que se implicasen en este tipo de revolución”.

En su obra Wu Tien-Chang reflexiona sobre una tecnología que ha ido formando parte de la vida humana cada vez de una manera más íntima. De hecho, uno de los principales cambios del Movimiento Girasol en Taiwán, fue la irrupción del maremoto llamado Audrey Tang, la Ministra Digital posgénero que da lecciones al mundo de democracia avanzada. Tang es la cara visible de lo que queda de los girasoles.

“Ella encarna el lado positivo de la tecnología”, dice Wu Tien-Chang. “Ahora los ciudadanos tienen nuevas formas de participación política, y también increíbles herramientas para hacer la revolución”. Pero advierte, “quién no entiende las nuevas tecnologías es quién pierde las elecciones”. Tien-Chang explica que el KMT - partido conservador y prochino- perdió las elecciones frente al PDP -progresistas y partidarios de la independencia de Taiwán- porque los primeros no entienden a la generación de juventud conectada. “Hay una brecha generacional que movimientos como el de los girasoles entienden”, dice.

El poder de lo imperfecto

“Respecto al arte, la diferencia entre lo que es digital y lo que es real y analógico es clara: la imperfección”, defiende Wu Tien-Chang. “Un programa puede hacer texturas perfectas y cuadradas u onduladas, pero no puede acumular polvo en una estantería, no pueden salirle poros ni defectos”.

“Las herramientas digitales te permiten reflexionar sobre el alcance de la tecnología: puedes modificar algo hasta que desaparezca todo lo feo o lo que parece raro”, defiende Wu Tien-Chang. “Mientras que la fotografía sin retoques muestra todo: lo bueno y lo malo. Ese choque entre lo analógico y lo digital es muy estimulante para el arte. Es ahí cuando salta la chispa”, afirma el artista.

Entre esa dualidad, se expone también la caja de luz con la fotografía gigante The Blind Men and The Street. “Me gusta jugar con personajes imperfectos retratándolos con técnicas perfectas”, explica. “Es la razón por la que hoy en día la gente compra vinilos: aunque no suene absolutamente perfecto y definido, hay una autenticidad en su sonido. Esa es la diferencia entre lo digital y lo analógico”, describe.

Su obra refleja -a su modo- las contradicciones de una sociedad como la taiwanesa, inmersa en un cambio difícil de descifrar. Por un lado una sociedad con una huella cultural marcada por la colonización, en lucha por encontrar una identidad distintiva. Por otro una cultura obligada a enfrentarse a la enorme transformación digital del mundo moderno. Sin perder por ello sello identitario, sin ceder a la occidentalización de forma baladí.

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