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Angustia, resentimiento, ternura: el festival de cine fantástico de Sitges en siete estados de ánimo

La nueva pesadilla fílmica de Brandon Cronenberg ('Antiviral') ha conseguido los dos premios principales del certamen catalán

Ignasi Franch

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No fue como siempre, y el incremento de las restricciones aplicado en el último tramo del certamen alteró algunos planes, pero quizá lo importante es que fue, que sucedió. El festival de Sitges se celebró un año más, en plena pandemia, con un apreciable dispositivo de medidas destinadas a facilitar un cierto distanciamiento social vivido en comunidad, desde una cierta prudencia… y con una ventana virtual de visionados online. Lo habitual en otras ediciones se alternaba con las situaciones enrarecidas derivadas de la realidad sanitaria.

En un momento de inquietud respecto a los cuerpos y sus interacciones, parece apropiado que Brandon Cronenberg, hijo de un maestro del body horror como David Cronenberg (Cromosoma 3, Videodrome), se haya alzado con los dos grandes premios del palmarés: mejor película y mejor dirección. Su Possessor uncut incluye vestigios de una narración de la Guerra Fría sobre personas programadas para matar a través del control mental, reorientada al imaginario ciberpunk de tecnología y corporaciones despiadadas.

El palmarés, tan abundante como la misma programación, repartió muchos más galardones. La nuée, una mirada fantástica a la crisis de la relación entre individuos y medio ambiente, se llevo dos distinciones muy relevantes: premio especial del jurado y mejor interpretación femenina. The dark and the wicked, del sospechoso habitual Bryan Bertino (Los extraños) fue distinguida por su fotografía y por la interpretación de dos de sus actores masculinos. El desasosiego atmosférico de Relic recibió una mención a la mejor dirección. Por su parte, el jurado de la crítica premió a Teddy, una historia de animalidades (¿licantropías?) en los Pirineos franceses, y distinguió como director revelación a Jonathan Cuartas por su reelaboración del mito vampírico: My heart can’t beat unless you tell it to.

En un año excepcional de emociones y miedos a flor de piel, en los mundos de ficción y en el mundo real, apostamos por relegar lo valorativo o lo cuantiativo como eje central de una selección, para fijarnos en las atmósferas emocionales que conjuraban varias de las propuestas. Comenzando, cómo no, con una narración sobre contagios y miedo a la muerte.

Angustia existencial

She dies tomorrow fue una interesante muestra de la delegación de cine indie estadounidense incluida en la sección oficial, otra muestra de cine fantástico que renuncia casi completamente a los efectos especiales. La protagonista adquiere consciencia de la mortalidad humana de manera extrema y cortoplacista: está segura de que morirá mañana. Su estado de angustia existencial deviene epidémico, puesto que transmite sus inquietudes como un virus.

Dirigida por Amy Seimitz y producida por dos iconos del fantástico low cost reciente como Justin Benson y Aaron Moorhead, la película adopta una mirada atravesada por el humor negro. Se contemplan lacónicamente unas soledades abatidas que están recorridas de pulsiones autodestructivas y extrañas ideas obsesivas (¡el anhelo de ser convertida en una cazadora de cuero!), pero también de vínculos emocionales y deseo de compañía. La observación de estas situaciones puede desprender cierta frialdad. Con todo, un dramatismo contenido florece en algunas secuencias... y fricciona con las miserias cotidianas de los personajes cuando chocan con sus familias, amistades y parejas. Parece que los individuos pudiésemos merecer ser salvados, o al menos compadecidos, mientras que la sociedad quizá se haya ganado la extinción.

Desapego

El primer largometraje de Natalie Erika James, Relic, ha sido quizá uno de los filmes de la sección oficial que ha generado más fricciones entre la crítica especializada. La propuesta parece remitir a esa etiqueta inconcreta (e implícitamente presuntuosa) del horror elevado, nacida al calor de Hereditary. James apuesta por la construcción de un desasosiego casi permanente, sin demasiado espacio para el sobresalto específico.

Aunque sí haya lugar para unas secuencias de pesadilla arquitectónica casi kafkiana, se cultiva el desasosiego sin apenas mostrar horrores específicos. Y eso puede generar más de una frustración cinéfila. La historia de una madre y una hija que vuelven a la casa familiar, más o menos a regañadientes, porque su abuela ha desaparecido, nos habla del debilitamiento de los vínculos familiares a causa de la movilidad geográfica, del abandono sufrido por las personas mayores y del distanciamiento emocional respecto a los problemas de la tercera edad. A diferencia de otros relatos sobre sororidades femeninas lineales por defecto, su autora escenifica una cierta conflictividad y desapego entre personajes que se cierra, eso sí, con imágenes de (perturbadora) sanación.

Insatisfacción

La comedia también ha tenido algunos espacios en Sitges 2020s. Quizá el humor más característico del presente cultural y de los miedos actuales de eso que denominamos primer mundo lo proporcionó ¡Desconectados!. El dúo formado por Alex Huston Fischer y Eleanor Wilson nos propuso una sátira donde la forma y el contenido se relacionan de manera inusual: el indie-hipsterismo, con su estética de los destellos de luz y su narrativa sobre la necesidad de cambiar íntimamente mientras se aceptan realidades sociales y económicas depredadoras, condiciona la manera de presentar la narración, y a la vez es el objeto de la crítica.

Una pareja de jóvenes decide alejarse de sus dispositivos electrónicos durante una escapada rural. La insatisfacción urbana que anhela un retorno (poetizado) al mundo natural más auténtico se combina con un deseo de reexaminar la relación amorosa propia… bajo el prisma de los mismos valores de los que se supuestamente se quieren alejar. Y es que la propuesta de Huston y Wilson tiende a lo divertidamente paradójico. Cuando una invasión extraterrestre de bolas peludas y cuquis estalla a su alrededor, las intuiciones de los personajes se revelan verdaderas (el aislamiento rural les aleja de los genocidos urbanos a gran escala) y falsas a la vez (pierden el techo que les cobija y no tienen quien les ayude). Aunque el resultado quizá no sea memorable, la caricatura sirve también de fotografía creativa de una realidad social en un momento concreto del tiempo.

Resentimiento

Un hombre de cuarenta años parece tener vetadas las supuestas bondades de la vida adulta: vive en el sótano de la casa familiar y está ligado (o encadenado) al cuidado de su madre afectada de demencia. El personaje principal de Rent-a-pal proyecta sus esperanzas de bienestar en un servicio de citas basado en las cintas de vídeo y el teléfono, pero solo parece destinado a encontrar una grabación extraña de un hombre que promete una amistad incondicional, entregadísima.

El debut como realizador del director de fotografía Jon Stevenson es una incómoda mirada a la frustración masculina y al resentimiento que puede desarrollar una persona cuidadora. Se lanzan dardos de malestar a mansalva, que el autor subraya alternando el relato más cotidiano con montajes agresivos de planos incómodos y confrontativos. Durante este proceso, se demora la resolución de un enigma que quizá no tiene tanta importancia: ¿la grabación de Rent-a-pal es la carta de presentación de un perturbado que invadirá la vida del protagonista, es una cinta maldita y demoníaca, o sencillamente es un mensaje en la botella videográfico donde el personaje principal proyecta anhelos y deseos inconfesables?

Nostalgia

La nostalgia no tiene porqué pasar exclusivamente por Los Goonies y otras muestras de pop estadounidense ochentero: también tenemos derecho a otras añoranzas Sitges style, a recordar la ola de terror asiático que llegó alrededor del cambio de siglo. Kiyoshi Kurosawa, el director de Pulse y Cure, sigue impresionando cada cierto tiempo, pero el horror japonés como tendencia parece haber perdido fuelle… y visibilidad, mucha visibilidad. El malayo Timo Tjahjanto, responsable del tour de force de acción violentísima The night comes for us, nos recuerda los nexos evidentes entre ese cine y las elaboraciones de James Wan, firmante de Insidious o Expediente Warren.

The devil take you too es la secuela de un filme previo de pactos y posesiones diabólicas. Un grupo de antiguos residentes en un orfanato están siendo atacados por el espíritu maligno de su cuidador, y secuestran a la heroína de la película anterior para que les ayude a superar la situación. La narración combina los espíritus de cara blanca de La maldición con el colorista barroquismo demoníaco de Insidious 2. Algunos de los recursos empleados son facilones (estruendos sonoros, encuadres temblorosos) y el conjunto parece un potaje sincrético que proyecta algo de la bobería con la que se comportan sus personajes. Con todo, el despliegue de intensidad puede llegar a arrastrar a algunos espectadores. Eso sí: la propuesta parece más bien resuelta cuando tiene que ver con lo físico, cuando emergen demonios hiperactivos al estilo de Posesión infernal, que cuando toca representar motivaciones y sentimientos humanos.

Sororidad

Quizá nadie esperaba ya una secuela de Black water, una cinta australiana de cocodrilo asesino que devora a quien se aventura en los bosques locales y sus cuevas. Más de diez años después del estreno del original, su realizador insiste con una segunda parte que hace un uso intensivo de manejables cámaras digitales para firmar de manera muy próxima algunas estampas de claustrofóbicas angosturas espeleológicas y subacuáticas. El peligro del ahogo y el sepultamiento es tan importante o más que la presencia amenazante de un gran reptil depredador.

Con sus modestas ambiciones artísticas y sus limitaciones presupuestarias, Black water abyss representó con dignidad ese cine de género muy consciente del público que se dirige y de las expectativas que debe pretender cumplir, aunque eso suponga caer en una cierta inercia. Se trata de una muestra de narración quizá replegada en sí misma y en una serie de convenciones que respetar, pero que lanza algún cable de conexión con el mundo real: incluye algunas pinceladas de sororidad dentro de un presente audiovisual propicio a ellas (aunque a veces, como en el caso de Amulet, tomen formas monstruosas). Un conflicto entre mujeres que podría haberse resuelto con confrontaciones y odios no destruye la solidaridad dentro de una amistad enrarecida por un romance ilícito.

Ternura

Sí, en Sitges también hay espacio para la ternura entre la predominancia de imágenes violentas y los aplausos a los destrozos que causa King Kong. Encontramos esa ternura especialmente en una de las películas de la muestra de animación: Hello world. El nuevo largometraje del realizador Tomohiko Ito es un delicioso exponente de anime fantástico que cruza los anhelos de amor adolescente con una historia de realidades artificiales que puede remitir a superéxitos audiovisuales como Matrix y Origen... o a clásicos de la ciencia ficción literaria como Simulacron-3, llevada a las pantallas en El mundo conectado o Nivel 13.

En la película, un adolescente algo solitario y desencajado socialmente recibe la visita de un yo futuro: le revela que vive en una realidad artificial, una especie de réplica del mundo almacenada por una versión fantasiosa de Google Maps, y le exige salvar a una amada a la que todavía no se había acercado. El despliegue de un romance se entrelaza con los dilemas generados por conocer el destino propio, y todo ello llega aderezado por estallidos de acción y épica que llegan a adquirir proporciones monumentales. Algunos momentos musicales subrayan hasta el exceso las intenciones emotivas de los responsables del filme, pero resultan fácilmente perdonables dentro de un conjunto (casi) irresistible.

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