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Estreno de cine

‘El caso Goldman’, el juicio contra el líder de izquierdas que reveló el racismo de la sociedad francesa

Una imagen del juicio de 'El caso Goldman'

Javier Zurro

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El caso de Pierre Goldman en 1975 fue un terremoto judicial en Francia, aunque en España apenas se conozca. Goldman era un intelectual de izquierdas. Revolucionario, comunista… y atracador. Goldman cometió tres robos a mano armada. Fue acusado de un cuarto delito en una farmacia que provocó la muerte de dos personas. Goldman reconoció los otros tres crímenes, pero negó tajantemente el cuarto y el haber acabado con la vida de nadie. Fue declarado culpable y condenado a cadena perpetua, pero apeló y se celebró un segundo juicio que conmocionó al país y que fue seguido, desde la propia sala, por grandes intelectuales de la izquierda francesa, como Simone de Beauvoir o Jean Paul Sartre, que apoyaron a Goldman.

De aquel juicio no se han publicado las actas, pero fue tan mediático que a través de las noticias, libros, publicaciones y testimonios, el cineasta Cédric Kahn ha reconstruido ―e imaginado― lo que ocurrió dentro. Lo ha hecho de la forma más fiel que ha podido, y para ello ha colocado la cámara dentro del proceso para que el espectador se sienta una de las personas que acudieron. Pierre Goldman no era una persona fácil de agradar al tribunal. Provocador, contestón, iconoclasta… se negó a una defensa al uso porque consideraba que se estaba recreando una pantomima. Se sabía inocente, y veía cómo en aquella sala iban saliendo todos los prejuicios de la sociedad francesa. Testimonios antisemitas, racistas, acusaciones por el color de la piel, por su ideología… todo aparece en ese juicio que también marcó un punto de inflexión en la sociedad francesa, que en los 70 comienza a perder su idealismo político. 

Kahn se la juega a un estilo casi documental. Sin posicionarse de forma clara por su protagonista, simplemente escuchando las cosas que se dijeron en aquella sala. De alguna forma realiza la misma operación que Justine Triet en Anatomía de una caída, utilizar lo que ocurre en un tribunal para hablar de algo más. En ambos casos se reflexiona sobre la verdad y la imposibilidad de alcanzarla. Sobre la palabra y su uso. Mientras que Triet ―que acaba de ganar el Oscar por el guion de su filme― radiografía una relación de pareja y los prejuicios contra la mujer; Kahn coloca su lupa sobre un país que esconde un racismo mucho más grande del que dice.

“Un tribunal es un sitio desde el que puedes convocar a toda la sociedad. Puedes hablar de la mentira, de lo íntimo, de la política… es el sitio ideal para hablar y contar cosas. Eso es lo que me interesaba, pero hay otro aspecto de los tribunales que me gustaba mucho, y es que es en ese sitio donde se cruzan la vida de muchas personas que normalmente nunca se hubiera cruzado, y podemos ver cómo interactúan entre ellos, cómo se miran los unos a los otros, y eso es algo que nunca hubiéramos visto fuera de un tribunal”, cuenta Cédric Kahn. 

El cineasta confiesa que le daba “miedo” que la historia no se entendiera fuera de Francia. La veía “para el mercado interno”. Pero tras pasar por muchos festivales ―inauguró la Quincena de los Realizadores de Cannes hace casi un año― se ha dado cuenta de que aunque la gente nunca hubiera oído hablar de Pierre Goldman o del caso, “habla de cosas universales como el antisemitismo, el racismo, el nacionalismo, la verdad, la mentira y el derecho a la inocencia”.

Un tribunal es un sitio desde el que puedes convocar a toda la sociedad. Puedes hablar de la mentira, de lo íntimo, de la política… es el sitio ideal para hablar y contar cosas

Cédric Kahn Cineasta

La primera vez que supo que quería hacer una película sobre Goldman fue hace 20 años, cuando leyó un libro sobre el caso, pero luego se dio cuenta de que no había actas, y esto provocó que, cuando finalmente decidió lanzarse a escribir el filme junto a Nathalie Hertzberg, comenzaran un “trabajo minucioso para beber de todas las fuentes, de los periódicos de izquierdas, derechas y centro, comparando lo que decían unos y otros”. “Queríamos entender lo que pasó en esa sala, pero lógicamente había muchos huecos, y ahí hicimos lo que hacen los guionistas, escribir y rellenar esos espacios”, apunta.

Se encontraron con otro problema. En Francia no está permitido “filmar en los tribunales”. Por tanto, todo lo que ha mostrado el cine sobre lo que ocurre dentro de un juicio es inventado y recreado. Ahora les tocaba a ellos tomar una decisión visual sobre cómo contar su historia. Decidieron que casi toda la película estuviera dentro de esas cuatro paredes, escuchando largos parlamentos, viendo argumentos y reacciones, en definitiva “sentar al espectador en esa sala”.

También quisieron reflexionar sobre “la fragilidad de la palabra”. “Condenar a alguien se basa en la palabra. En nuestro sistema la palabra es algo muy frágil, y es complicado entender y aceptar que lo que entendemos como verdad depende del punto de vista. Todos quieren tener razón y no aceptan el punto de vista del otro, y creo que eso ocurre en todos los sitios, incluido entre los países, no queremos entender el punto de vista del resto de países, así que no nos vamos a poner de acuerdo”, añade.

Un juicio que también sirvió como punto de inflexión en el compromiso político y el activismo de la sociedad francesa, que poco a poco se fue perdiendo, aunque Cédric Kahn subraye que, de alguna forma, siguen existiendo. “Es verdad que aquel era el mundo de los ideales y que ahora mismo ya no están tan presentes, pero creo que hay guerreros todavía. Ahora mismo lo vemos con los ecologistas. O con los anticapitalistas. Son luchadores que creen mucho en sus ideales”, cuenta.

Otro de los retos era encontrar a los actores que dieran vida a personajes reales, y por ello Kahn optó por gente “que no fuera muy conocida por el público para mantener esa sensación de documental”, pero al mismo tiempo debían ser “intérpretes muy buenos, porque la película se sostiene en la palabra”. El resultado tiene un componente curioso, ya que uno de los jueces que defienden a Goldman es Arthur Harari, el guionista del otro thriller judicial del año, Anatomía de una caída. Mientras que para dar vida a Pierre Goldman se acudió a Arieh Worthalter, que logra componer un personaje tan hipnótico como desagradable en un papel que le ha dado el premio César al Mejor actor. Dos juicios diferentes para dos de las mejores películas francesas del año que devuelven el género a la actualidad.

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