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'El cochecito', un clásico del cine español que celebra 60 años rejuvenecido por una versión sin censura franquista

Pepe Isbert (a la derecha) interpretó a un hombre mayor que se siente arrinconado socialmente y desea un vehículo

Ignasi Franch

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A partir de mediados de los cincuenta, el cine español comenzó a vivir un periodo de cierta visibilidad internacional gracias a filmes tan diversos como Bienvenido, Mister Marshall, Muerte de un ciclista o Marcelino, pan y vino. La cultura comenzó a verse poco a poco como una oportunidad de mejorar la imagen de la autarquía fascista en el extranjero, en una política que se oficializaría en paralelo al desarrollismo económico de los años sesenta. Antes de ello surgieron algunas fisuras en el aparato censor que no implicaron, ni muchísimo menos, la existencia de libertad creativa.

El cochecito, estrenda en 1960, fue un perfecto ejemplo de ello. La película estuvo dirigida por Marco Ferreri y coguionizada por el mismo realizador italiano y Rafael Azcona (que adaptaba un relato propio). Ferreri volvió a explorar el humor negrísimo y la mirada rozando lo misántropo que ya había trabajado en El pisito. Su historia sobre la frustración de un hombre mayor, empeñado en comprar un vehículo para discapacitados, topó con los límites de lo aceptable por el franquismo. La censura previa del guion de la película resultó muy intrusiva: no solo se exigían cortes, sino también añadidos.

“Durante el rodaje se filmaron los dos finales, el censurado y el que querían los creadores”, explica Pasqual Otal, de Films 59, la productora de El cochecito. La versión de la censura comprometía profundamente la propuesta de Ferreri y Azcona. Se eliminó una escena relevante que retrataba las consecuencias trágicas del choque entre personajes, y se incorporó una reconciliación familiar.

El tono complaciente de este añadido desentonaba radicalmente con lo visto anteriormente, por mucho que el equipo de la película lo fotografiase con mucha profesionalidad y aportando otro bello trabajo de cámara en mano. La escena final, que estaba presente en ambas versiones, era una estocada final infinitamente ácida. En el montaje censurado, en cambio, se convertía en un chiste con el que puntuar el forzado final feliz.

La versión íntegra del filme ganó el premio de la crítica en el Festival de Venecia, algo que, según Otal, “no sentó demasiado bien al régimen”. Ferreri volvió a trabajar en Italia y el productor Pere Portabella siguió resultando un personaje incómodo. Poco después llegaría el escándalo alrededor de Viridiana, polémica ganadora en el festival de Cannes de 1961 con su historia de novicias, intentos intrafamiliares de violación y suicidios. Después de eso, Portabella tuvo prohibido producir películas hasta que retornó al cine en 1967.

Una recuperación tortuosa

Todo este proceso ha provocado una difusión muy enrarecida de El cochecito, de la que han circulado dos versiones principales: la versión española censurada y la versión con las escenas originales pero doblada al italiano. La primera de ellas no tuvo mucha fortuna: “Portabella no quiso que corriese demasiado en el Estado español porque estaba obligado a difundir una versión mutilada”, declara Otal. Una edición en formato DVD de esta versión alterada, publicada en 2005 sin la participación ni el permiso del productor, permanece descatalogada y es objeto de una cierta especulación.

La problemática ha llegado hasta nuestros días. En 2018, el Centro Esperimentale di Cinematografia de Roma difundió una copia restaurada de la película. La basaron en la versión censurada española: a pesar de que la imagen de la versión doblada al italiano estaba íntegra, no podían acceder a las voces originales de las escenas cercenadas por las autoridades. “No nos consultaron, y prefirieron priorizar el sonido original renunciando a la versión completa”, explica Otal.

Films 59, por su parte, acometió su propia restauración. Otal afirma que el proyecto ha sido “especialmente costoso porque no encontrábamos las escenas no censuradas con el sonido original. Por azar, encontramos en Italia una copia positiva que las incluía pero estaba en muy mal estado. Con los medios técnicos actuales, la hemos combinado con los materiales depositados por nosotros en la Filmoteca Española, escaneando todo ello a resolución 4K. El sonido ha sido limpiado, pero no remezclado porque no existen los materiales originales”.

Esta es la versión, finalmente íntegra y con las voces originales de Pepe Isbert, José Luis López Vázquez y compañía, que se puede ver en la plataforma online Filmin. El trabajo realizado con este clásico del cine parece justificar su publicación paralela en formatos físicos de cine doméstico. Y esa es la idea de Films 59, que mantiene conversaciones para comercializar las restauraciones digitales de El cochecito y de Los golfos, el primer largometraje de Carlos Saura. “Nos gustaría lanzarlas tanto en DVD como Blu-ray, aunque sabemos que el mercado no es el que era”, concluye Otal.

Cuando la propiedad es un crimen

El anterior largometraje de Marco Ferreri, El pisito, escenificaba que las necesidades materiales, e incluso su consecución, podían empujar al embrutecimiento ético. Las desventuras de un hombre presionado para conseguir un piso propio, requisito indispensable para poder casarse con su novia eterna, eran el eje de una comedia negrísima. El cochecito acometía una cierta variación de esa misma premisa: un hombre mayor, con aparente buena salud, quería que su acaudalado hijo le comprase un vehículo pensado para discapacitados.

La segunda colaboración de Ferreri y Azcona llevaba más allá sus componentes potencialmente provocadores. El humor negrísimo derivaba en un desenlace criminal. Y todo ello resultaba todavía más incómodo políticamente porque se exploraban las miserias de la apuesta franquista por la compra de viviendas (“no queremos una España de proletarios, sino de propietario”, dijo un mandatario) y automóviles en un contexto de carestía y escasa inclinación a las políticas redistributivas. Porque el deseo del protagonista puede ser un capricho derivado de su sensación de estar siendo arrinconado, pero la cerrazón de su entorno evoca la falta de generosidad de quienes pueden serlo.

La película ajustaba cuentas con todos: con el incipiente consumismo, con los vendedores con pocos escrúpulos y con diversos arquetipos de la institución familiar, desde el hijo desagradecido hasta un abuelo con cuya frustración se podía empatizar pero que acababa comportándose de manera infantil y perversa.

Berlanga ya había filmado sus primeras comedias de costumbres con componentes satíricos, pero las dos obras de Ferreri eran inusualmente venenosas. El humor negro, además, llegó dinamizado por una narrativa visual de aspecto cuidadamente realista y por un atrevido desenlace que finalmente podemos contemplar exactamente como fue concebido por sus autores.

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