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'Retrato de una mujer en llamas', sugestivo romance lésbico entre lienzos y partituras de Vivaldi

Adèle Haenel y Noémie Merlant son Héloïse y Marianne en 'Retrato de una mujer en llamas'

Francesc Miró

De forma consciente o inconsciente, el cine de Céline Sciamma parece conducir a Retrato de una mujer en llamas. La guionista y directora francesa se ha especializado en un cine que capta de forma muy singular el sentir y el pulso de las relaciones afectivas y sexuales entre mujeres del siglo XXI.

Lirios de agua, su debut en 2007, narraba el despertar carnal de una adolescente, fascinada por la capitana de su equipo de natación. Un título filmado con extraordinaria sensibilidad, cuyos motivos más tarde exploraría con mayor libertad en Girlhood, vibrante drama adolescente sobre la sororidad. Su mejor película hasta la fecha, la maravillosa Tomboy, dejaba atrás las tribulaciones teen para mirar hacia la infancia de una niña de 10 años que se hacía pasar por un chico de su edad.

Ahora, tras haber reflexionado sobre las edades de la mujer, aborda un despertar más adulto, más sereno y más apasionado. Retrato de una mujer en llamas es un brillante y emotivo drama romántico ambientado en el Siglo XVIII.

El romance como un misterio

En la Francia de 1770, Marianne -Noémie Merlant- es una pintora hábil y competente que trabaja en el taller de su padre, un artista de prestigio en París. Un día recibe un extraño encargo: deberá realizar el retrato de una joven llamada Héloïse -Adèle Haenel-.

Ocurre que la obra está pensada para ser el presente de bodas del futuro marido de la retratada. Pero Héloïse se opone fervientemente a su matrimonio pactado, así que la obra deberá ser pintada en secreto y a sus espaldas. Marianne decide hacerse pasar por una cuidadora y así acompañar a Héloïse en sus paseos, mientras estudia su rostro, sus movimientos y sus formas en silencio.

Como la protagonista, el espectador asiste a Retrato de una mujer en llamas como quien se aproxima a hablar con un desconocido: desde una distancia prudencial, desde la reserva y el pudor. Para ir descubriendo junto a la mirada de la pintora, la personalidad y la fisicidad de una mujer que es un interrogante en sí mismo.

Céline Sciamma plantea su cuarto largometraje como una aproximación muy pero que muy particular a la narrativa del folletín de misterio. Solo que aquí la incógnita es una mujer. Y descubrir qué siente y padece es la tarea de una detective, Marianne, que además resulta ser en el fondo una creadora -como la misma Sciamma-.

La doble pirueta se convierte, mediante un desarrollo inteligentemente planeado, en un camino hacia el autodescubrimiento de dos mujeres atrapadas en un siglo y una sociedad -la Francia del XVIII-, que solo las deja ser eso: reflejos inertes y mudos de lo que son. Retratos en paredes.

El último largometraje de Sciamma, así, se descubre como un maravilloso ejercicio no solo de reescritura del drama romántico de época, sino también del relato social. Una bella y emotiva aproximación al afecto y el deseo con un ánimo crítico y en clave lésbica.

“No es alegre pero está viva”

Sin embargo, Sciamma no se queda en las posibles lecturas que su historia suscita. También goza de un elegante control de las formas, los medios con los que construye su relato. De tal forma que su Retrato de una mujer en llamas se puede convertir, si uno se presta, en un tiovivo referencial que reflexiona sobre la naturaleza del conflicto entre autor y obra.

En cierto sentido Marianne no solo se enamora de Héloïse. También de la idea de la mujer que imagina para justificar a la que está pintando. Una realizada a espaldas de ella, con nocturnidad y alevosía. Es decir, que está enamorándose de su obra.

El arte, en todas sus formas -las del XVIII-, tiene una presencia omnipresente en Retrato de una mujer en llamas. Y establece un diálogo constante con todos sus personajes, a los que nutre, libera, castiga y encumbra.

La hermana de Héloïse, por ejemplo, falleció tras caerse por un acantilado cercano a su hogar. La joven dedicaba su tiempo libre a bordar tejidos con motivos florales. Y desde su deceso, nadie en su hogar ha vuelto a retomar la actividad. Hasta que una discreta ama de llaves, con quien Héloïse entablará una curiosa amistad, empezará a bordar de nuevo. Reflejo de una herida familiar que se va cerrando, al tiempo que se tejen nuevas relaciones de complicidad entre mujeres.

De la misma forma, y con la misma sensibilidad, Sciamma utiliza la música en momento muy concretos de su filme y con propósitos cargados de significado. La primera vez que suena un piano en la cinta resulta ser una precaria interpretación de El verano, de La cuatro estaciones de Vivaldi. La toca Marianne en un viejo y desafinado piano de la casa. Suena mal y Héloïse le pregunta a Marianne si se trata de una canción alegre. La pintora le contesta: “No es alegre, pero está viva”.

El verano de 1770 que las dos mujeres viven es para ellas algo parecido a lo que inspira esta pieza del compositor veneciano. Y Sciamma así lo sabe capturar, porque Retrato de una mujer en llamas no es amable, ni es feliz de una forma evidente. Pero está viva.

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