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El cine de verano nunca será como antes (aunque no lo notes)

Cinema Paradiso

Mónica Zas Marcos

“El progreso siempre llega tarde”, decía el bueno de Alfredo en Cinema Paradiso cuando sustituyen su viejo proyector por uno a prueba de incendios. Pero en los tiempos que corren, esa frase ha tomado justo el significado contrario. La tecnología quema más cinematógrafos que las llamas y los convierte en cacharros obsoletos sin oportunidad de competir en el mercado. O agitas un fajo de billetes y te unes a ella, o estás en su contra. Pero será una guerra con fecha de caducidad.

Esa es la amenaza que persigue todos los veranos a Miguel Ángel Rodríguez, un hombre que ha dedicado su vida al cine en 35 mm. Localidades de toda España esperan su llegada en julio y agosto como si fuese un Santa Claus estival. Sus sesiones de cine a la fresca son casi un patrimonio para muchos pueblecitos donde no hay más salas que la plaza del Ayuntamiento tuneada con una pantalla. 

Pero la tecnología digital no perdona y Miguel Ángel se enfrenta a cada verano como si fuese el último. Ahora el Matadero de Madrid estrena un documental (disponible hasta el 18 de diciembre) para dar a conocer sus periplos y honrar al cine tradicional en vías de extinción.

El último verano es un retrato humano de aquellos que no tienen los medios económicos ni el olfato empresarial para traicionar a su oficio. Pero también es un canto al cuidado de la historia cinematográfica de nuestro país, justo cuando el Gobierno abandona a su suerte la Filmoteca Nacional. “La idea era hablar de la transición, sobre a quién atiende la evolución tecnológica y a quién se deja por el camino”, cuenta su directora, Leire Apellaniz.

La responsable del departamento técnico del festival de San Sebastián vivió allí de primera mano las consecuencias de estas nuevas tecnologías. “Nosotros teníamos unas 220 copias en 35 mm, así que el festival tuvo que hacer una inversión enorme para reciclarse y cambiar todo el sistema de trabajo”, confiesa Apellaniz. Luego llegó el apagón analógico en 2013 y ella se acordó de Miguel Ángel, al que había acompañado varios años por los cines de verano.

Lo que en un principio iba a ser un cortometraje, se convirtió en una película con el proyeccionista nómada a la cabeza. Miguel Ángel recorre kilómetros entre grandes ciudades como Madrid y minúsculas villas andaluzas para animar sus noches con los pocos títulos que aún conserva en las bobinas. Ice Age, El hobbit, Intocable o El gran Gatsby fueron algunos de los últimos estrenos en 35 mm desde que se anunció el apagón.

“El único laboratorio que quedaba era Deluxe Spain 35 y cerró en 2013. Así que ahora te tienes que ir obligatoriamente a revelar a otro país”, dice Apellaniz.

El negocio de Miguel Ángel sobrevive por su constancia, pero cada año se notan más las trabas. En un pueblo no le quieren ceder un espacio, el otro está controlado por una empresa con más medios, y en el de más allá directamente han desechado su viejo proyector por la tecnología punta del cine al aire libre.

“Si quieres hacer un cine de verano, el público te demanda cine comercial y ya no lo fabrican en este soporte. O te reciclas o desapareces”, resume Leire. Las últimas responsables de esto y quienes marcan los tiempos son las majors norteamericanas. Buena Vista, Sony, Fox y Warner se juntaron en 2005 y concluyeron que era el momento de dar el salto al vídeo digital, pero esta decisión no es puramente evolutiva.

Donde el 35 mm no garantizaba a las distribuidoras ningún dominio, el digital registra la hora de la proyección y las veces que se exhibe una película. “De esta forma pueden cobrar todos los pases y, mediante la encriptación, tener un control más exhaustivo sobre la piratería”, revela la directora. Por eso ya no les interesa beneficiar a los soportes tradicionales y solo venden las películas más taquilleras a quienes abracen una tecnología con dotes de espía.

Como dice Miguel Ángel en el documental, hay que digitalizar por pantalones para que te vendan los derechos. “Nosotros somos una porquería a nivel económico”, se lamenta. 

Cuidar del pasado

Hasta que llegue ese temido último verano, el futuro del proyeccionista sigue abierto. Leire Apellaniz cree que Miguel Ángel lo tendrá muy difícil y deberá aprender a reinventarse. “La tecnología muchas veces restringe el acceso empresarial a quien menos tiene”, reflexiona a modo de conclusión personal. Pero no piensa que esto vaya a sacrificar los cines de verano, ya que la mayor parte de las localidades se han reciclado con el blu-ray y otros soportes. 

La intención de El último verano no es tan nostálgica como didáctica. Aunque es inevitable dejarse llevar por la banda sonora del celuloide corriendo por la bobina, Apellaniz quería dejar un testimonio vivo de la historia. “Si dentro de diez años quieren saber cómo se hacía un cine de verano, esta película debe dar esa información”, dice convencida. Pero, como buena cineasta, también admite que lo importante es el contenido de las películas, “lo que queremos contar más allá del soporte”.

¿Ocurrirá con el cementerio de proyectores de 35 mm lo mismo que con la Filmoteca Nacional? “Los que lo hemos vivido lo recordaremos y los que no, y tengan interés, pues aprenderán”, opina Apellaniz, a la vez que descarta confiar al Gobierno el cuidado de este patrimonio. “No apoyan el cine porque no apoyan la cultura en general. Un país inculto es más fácil de gobernar, supongo”. 

Las luchas políticas de la industria se deben combatir a través del arte, pero siempre es necesario reivindicar la importancia de tener un buen archivo histórico. No hay nada más peligroso que dejar morir el mensaje del cine y borrar años de memoria. Pero también es importante que el sector se dispute sus propias guerras y genere nuevos recuerdos. Como advertía Alfredo a Totó en Cinema Paradiso: “No te rindas ante la nostalgia. Desde hoy ya no quiero oírte hablar más, quiero oír a otros hablar de ti”.

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