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“El #MeToo es moralizante y nada es más enemigo del arte que el moralismo”

Catherine Breillat en el Auditorio de La Casa Encendida. Foto: Guzmán Infazón.

Francesc Miró

Nada de lo que ha hecho Catherine Breillat ha pasado sin pena ni gloria. Tranquilamente, sin armar revuelo, sin crear división o debate. Su obra viene precedida siempre de una polvareda que el espectador o lector decide si puede respirar o no. Si le compensa.

Breillat nació en Bressuire, Francia, en 1948 en un ambiente católico del que siempre quiso huir. Con veinte años ya tenía colgada en los medios la etiqueta de polemista. En 1968 publicó su primera novela, L'homme facile, que fue considerada literatura pornográfica y terminó prohibiéndose su venta a menores de 18 años. Tras aquello, publicó cuatro libros más hasta que, a mediados de los setenta, le propusieron adaptar su novela Une vraie jeune fille al cine. Lo hizo ella misma y empezó así una extensa trayectoria en el cine.

Desde entonces ha escrito trece libros más, dirigido quince largometrajes, actuado en siete y firmado más de treinta guiones para películas suyas y ajenas. Su prolija obra es coherente, no obstante, con quién es. Tras cuarenta años de reflexiones sobre el sexo, la feminidad, la liberación y la intimidad, visita España de la mano de La Casa Encendida de Madrid, que le dedica un ciclo llamado Adolescencia, subversión y ritos de paso del 5 al 27 de febrero. Multidisciplinar, visceral y radical, sigue levantando polémica allá donde va. Para bien y para mal.

Una intimidad compartida

“El concepto de intimidad entraña algo misterioso pero creo que es fascinante filmarlo”, cuenta la realizadora a eldiario.es. “Quiero decir, es obvio que tenemos derecho a tener secretos, pero lo que a mí me interesa es captar aquello que es público pero llevamos con estricta privacidad. Lo que tenemos todos en común –que es cómo nos relacionamos con nuestro cuerpo y el de los demás–, pero no compartimos. Vivimos el sexo como si no lo practicáramos todos”.

Su cine, desde que en el 76 estrenase Une vraie jeune fille, ha explorado constantemente lo que entendemos por intimidad, exponiendo sin tapujos su mirada sobre los claroscuros de las relaciones sexuales contemporáneas. “Cuando te metes en la cama con una cámara y lo grabas, estás rompiendo con un tabú y a la vez demostrando que tenemos mucho más en común de lo que creemos”, reflexiona.

“Me parece fascinante cómo un acto tan mecánico como el sexual se puede transfigurar en algo absolutamente bello. Y siento una profunda fascinación por esa transformación”, explica la realizadora. Puntualizando, de paso, que su cine no tiene la intención necesaria de provocar: “No hago lo que hago con intención de crear polémica sino con la voluntad de captar cómo lo trivial es capaz de convertirse en algo eterno. Filmar el deseo y que se vuelva santo. Es el tema de todos los temas”.

Su cine, sin embargo, se ve con incomodidad. No tanto por lo expuesto sino por cómo luce en una pantalla grande. Ver una película suya es como invadir la intimidad de sus personajes. Con o sin sexo, el cine también puede ser entendido como un acto íntimo. Al fin y al cabo es un diálogo entre un creador y un espectador en una sala oscura.

Con todo, puede que su obra no esté pensada para ser vista en una sala. “Hago un cine ultraintimista. Y este no respeta demasiado la distancia entre lo que muestra la pantalla y el espectador. De hecho, no me gusta siquiera que exista esa distancia. Así que sí, puede que la sala de cine no sea, tal vez, el mejor sitio para ver mis películas”, admite, “porque es muy probable que nos moleste que alguien sentado a nuestro lado esté sintiendo lo mismo que nosotros. Esté invadiendo el mismo espacio que nosotros”.

“No quiero perpetuar el cliché del espectador voyeur. Yo quiero estar ahí, entre las sábanas. Y quiero que el espectador esté conmigo”, defiende. La escritora y cineasta dice asumir que su cine incomode: “Si quiero que el espectador forme parte de la historia, él no puede estar tranquilamente sentado en la butaca. Y reconozco que esto puede ser duro o incómodo. Más si mis películas se las han vendido como algo erótico, algo banalizado”.

En contra del #MeToo

El año pasado, Breillat afirmó en una entrevista radiofónica, de la que se hizo eco Indiewire, que el #MeToo era para ella un movimiento puritanista. Sigue manteniendo su discurso hoy: “En el fondo de muchas reclamaciones del #MeToo se esconde un poso de puritanismo que no me gusta nada”, dice.

A su parecer, las redes sociales no han democratizado la capacidad para denunciar injusticias sino el acto de tirar la piedra y esconder la mano. “Mi mayor problema con todo esto es que el #MeToo se ha propagado mediante redes sociales, donde una persona anónima puede acusar a otra sin pruebas”, dice. “Cuando la palabra es anónima y alienta la autocensura no se genera debate sino persecución, venganza. Un sistema que acusa así de fácil, sin pruebas, y que condena públicamente a la gente por ello está muy cerca del fascismo”, sostiene la realizadora francesa.

Breillat trabajó con Asia Argento en 2007 en Une vieille maîtresse. Una década después, Argento haría historia en Cannes al afirmar públicamente que fue violada por Harvey Weinstein. Desde entonces, la actriz y directora es una de las principales caras visibles del movimiento #MeToo. Algo de lo que Breillat reniega.

“No estoy de acuerdo con negar algo porque te da vergüenza haberlo hecho. Entiendo que han sucedido cosas en la industria del cine. Pero ha habido mujeres que se han dejado hacer y otras que han tenido sexo por medrar dentro de la industria. También creo que Harvey Weinstein podía haber violado a otras mujeres y por ello debe ser juzgado, pero a Asia Argento... tengo mis dudas”, dice.

“Yo estuve apunto de ser violada a los catorce años y si pude defenderme, mierda, Asia también”, afirma. “Tampoco puedes ser una víctima por siempre. Asia es una persona servil que con 22 años se dejó hacer. ¿Que seguramente no tenía ganas de acostarse con Weinstein? Pues sí. ¿Que eligió hacerlo? También”, describe. “Creo que habría que acotar el término violación porque me creo que Weinstein haya violado a otras personas, pero a Asia no. El #MeToo tiene mucho de moralizante y nada es más enemigo del arte que el conformismo y el moralismo. Yo ni soy moralista, ni soy conformista”.

Todo por un tabú

Con la intención de acercarse lo máximo posible a sus protagonistas y hacer de lo privado algo público, ella misma ha utilizado su vida para configurar su obra. En Sex is Comedy, Anne Parillaud interpreta a la propia directora durante el rodaje de À ma soeur!, una de las películas que configuran el ciclo de La Casa Encendida. Su cine, en cierto sentido, es un espejo en el que se mira. Una proyección de su ego.

“Me parece muy interesante este debate porque siempre he pensado que el cine es 'hacer creer' algo. Lo que sea. Y es lo que he intentado siempre”, explica. “Pero siempre me he enfrentado a lo mismo: cuando hago creer que hay sexo, me preguntan si ha habido sexo real. ¡Jamás me han preguntado si he matado a alguien! Si hay una escena violenta o alguien muere, se asume que la muerte es fingida. Pero si hay sexo y se nos muestra tal cual, nos cuesta más procesarlo”.

En Sex is Comedy, la protagonista era una realizadora que seducía a un actor para manipularle y a una actriz para poder captar cómo se sentía al perder la virginidad. En su cine, las fronteras entre lo que se pretende mostrar y lo que ocurre en un rodaje se difuminan. Si le preguntamos nos devuelve la pregunta: “Supongo que te refieres a Bertolucci, ¿no?”, dice.

La realizadora estuvo en El último tango en París, pues interpretaba un papel junto a su hermana Marie–Hélène Breillat. En aquel rodaje, las fronteras entre lo que se pretendía mostrar y lo que ocurría también se difuminaron. Bertolucci dijo en 2013 que no le había contado a Maria Schneider cómo se iba a desarrollar la escena de la mantequilla porque quería que se sintiese humillada.

El último tango en parís no es una película pornográfica y nadie violó a Maria Schneider. Lo sé porque estuve allí. La mantequilla no era más que una metáfora. No se le aplicó. No hubo penetración. Y por supuesto no hubo violación alguna”, afirma contundente.

Bertolucci falleció el pasado mes de noviembre. Maria Schneider en 2011. Pero la polémica sigue vigente. Breillat se molesta cuando habla del tema: “Se trataba de crear una imagen transgresora. Fue una forma de romper un tabú. No hubo nada de realidad en ese acto. Pero es que... ¡El cine es eso! ¡El cine es engaño! Cuando la gente se escandaliza por una metáfora de la sumisión, tal vez no sabe que la mantequilla podía estar a un kilómetro del plató”, defiende.

Sobre si Bertolucci se excedió como realizador, ella no duda ni un segundo. De hecho, ataca a su compañera de reparto sin medias tintas: “Maria era muy joven y muy frágil. Se drogaba constantemente y, por decirlo de forma entendible, no es que fuera la persona más inteligente del rodaje. Pero la película pasará a la historia por ella y no por el talento de Bertolucci. Estoy bastante harta de este nuevo puritanismo de lo políticamente correcto. Además, todo esto se ha amplificado con las redes sociales”, sentencia.

Cuando le preguntamos a qué se refiere exactamente, habla de su cine: “En Romance X, Caroline Ducey no tuvo sexo con Rocco Sifredi. Pero al querer captar la esencia, la emoción que transmite el sexo, la gente cree que es real. Todo está actuado y en eso consiste el cine: en fingir verdad”, dice. “Lo que más me interesa es la emoción. Me considero una cineasta de la emoción pues al final es lo que importa. Si para conseguir esa emoción tengo que hablar de temas supuestamente prohibidos y romper determinados tabúes, pues lo hago. No voy a grabar imágenes pornográficas pero sí hablar de lo que consideramos pornografía y de por qué nuestro sexo es un tabú”.

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