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“Algunas de mis películas de la Transición podrían ser consideradas hoy apología del terrorismo por la derecha”

El director Pedro Olea en el photocall del premio " Retrospectiva Málaga Hoy " durante la 21 edición del Festival de Málaga 2018

Miguel Ángel Villena

Resultaría difícil comprender la Transición española sin el cine de directores como Pedro Olea (Bilbao, 1938). Autor de películas clave de aquellos años, el director vasco ha vivido un intenso mes de octubre de merecidos homenajes a una brillante trayectoria a veces olvidada.

A sus 81 años, este cineasta de mirada limpia y de conversación fluida, está muy contento por las recientes distinciones que le han otorgado tanto en la Academia de Cine como en el festival de Sitges. Pero la guinda de estos reconocimientos ha llegado en la Semana Internacional de Cine (Seminci) de Valladolid, clausurada el pasado sábado, donde se ha proyectado el documental Olea, más alto, de Pablo Malo y se ha recordado el premio que este certamen concedió a la mítica película El bosque del lobo, ahora hace 50 años.

Pedro Olea no puede ocultar su satisfacción por este homenaje de la Seminci, porque aquel premio significó un notable espaldarazo a una carrera que comenzaba. Con mucha retranca subraya, además, que la mayor alegría que le dio El bosque del lobo fue “meterle un gol a Carrero Blanco [entonces vicepresidente del Gobierno de Franco]” y lo explica en una charla en Valladolid con eldiario.es.

“A Carrero le había llegado”, comenta, “que era una película horrorosa, que mostraba la España más negra en una mezcla de superstición y religión a partir de la figura de un asesino en serie, psicópata y licántropo, en la Galicia del siglo XIX. Mientras dudaban si prohibir o no el filme, la Seminci, que entonces se llamaba nada más y nada menos que Semana de Cine Religioso y de Valores Humanos, concedió un premio a El bosque del lobo y gracias a ello la cinta pudo proyectarse en las salas”.

Tras aquella historia, cuyo protagonista encarnó magistralmente José Luis López Vázquez en uno de sus primeros papeles dramáticos, llegaron películas de mucho éxito como Tormento (1974), adaptación de una novela de Pérez Galdós; Pim pam pum, fuego (1975), sobre las corrupciones y miserias de la posguerra; o Un hombre llamado Flor de Otoño (1978), la historia real de un abogado anarquista, homosexual y travesti en la Barcelona de los años veinte. Olea no solo logró el apoyo de la crítica, sino también el favor del público hasta el punto de que la prensa de la época lo llamaba el “director millones” por su capacidad para conectar con la taquilla.

“Está claro que los españoles no conocemos bien nuestra historia reciente”, señala el cineasta, “y fue a partir de la Transición cuando empezamos a poder contar algunas cosas. Ahora bien, tengo que decir que hoy no tenemos censura política, pero nos enfrentamos los cineastas a una censura comercial, económica”.

Olea asegura que es especialmente complicado rodar a no ser que una cadena de televisión participe en el proyecto de un creador. “Algunas de mis películas de aquellos años no podrían rodarse hoy por la censura económica. Es más, añadiría que una historia como Un hombre llamado Flor de Otoño, un anarquista que pretende matar al general Primo de Rivera, podría considerarse apología del terrorismo por los sectores de la derecha”, apostilla.

¿Es rentable el cine sobre historia española?

Desde esa perspectiva, Olea rebate que el cine sobre nuestra historia reciente no sea rentable o no cuente con éxito en la taquilla. “Es falso”, afirma, “y ahí está Mientras dure la guerra, de Amenábar, para demostrarlo. Ocurre que rodar una película de época siempre será más caro que filmar una comedia o un drama de interiores”.

Apasionado del cine histórico y de las adaptaciones literarias, Olea abona sus argumentos con los ejemplos de Estados Unidos, que ha exprimido el western y la filmografía sobre la guerra de Secesión; o Francia, con sus continuas incursiones en la Resistencia; o Inglaterra con sus películas sobre la etapa victoriana.

Memoria viva del cine español del último medio siglo, Pedro Olea no piensa jubilarse y cita con mucha sorna al maestro Luis Buñuel que mantenía que lo más importante para dirigir cine era tener buena salud. “Mientras me encuentre bien”, aclara, “seguiré en la profesión. De cualquier modo, necesito creerme los proyectos antes de rodar y a estas alturas puedo permitirme el lujo de rechazar propuestas. De hecho, hace poco rechacé un proyecto que me presentaba un productor que trabaja para Netflix”.

El cineasta apunta que en la actualidad está centrado “en los guiones de una serie de 10 capítulos para televisión” que está escribiendo con Yolanda García Serrano. “Las historias parten de la novela Las tres bodas de Manolita, de Almudena Grandes, y nos alternaríamos Imanol Uribe, Gracia Querejeta y yo mismo en la dirección de los episodios”, agrega.

No obstante, Olea sabe que hay vida más allá del cine y se niega a cometer el error de otros directores que rodaron malas películas en sus últimos años solamente por el dinero. Aunque realizó algunas películas muy estimables en los años noventa (El maestro de esgrima, Morirás en Chafarinas o Más allá del jardín) las crecientes dificultades económicas para rodar fueron apartando al director vasco de la pantalla grande.

Teatro, cortometrajes o películas para televisión (como La conspiración, sobre la figura del general golpista Emilio Mola) han mantenido a Pedro Olea al pie del cañón. Aquel joven bilbaíno que iba para economista y se convirtió en director de cine destaca la pasión por el juego que implican las películas. No en vano, el documental que le ha dedicado Pablo Llano se cierra con esta cita de Orson Welles: “El cine es el mejor tren eléctrico que te pueden regalar”.

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