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El fotógrafo del Berlín sucio, gris y dividido

De la serie Berlin-Wedding, 'Schüler 4. Klasse Grundschule' (Alumno de cuarto curso, escuela primaria), de Michael Schmidt, que forma parte de su retrospectiva en el Museo Reina Sofía

Déborah García

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Es llamativo el contraste cromático que existe entre las primeras fotografías del alemán Michael Schmidt y las últimas. A lo largo de cinco décadas, Schmidt rastreó las huellas de la sociedad contemporánea, intercalando instantáneas del paisaje urbano y de sus habitantes en series como Kreuzberg (1969-1973), Wedding (1976-1978) o Berlin nach 1945. En las primeras destaca el poderoso blanco y el negro, aunque realmente como Smichdt afirmó durante su vida: “Blanco y negro son siempre el gris más claro y el gris más oscuro”; y en las últimas, de la serie foodstuff, las manzanas verdes ultraprocesadas que casi parecen estar diseñadas digitalmente, o el rosa plástico de la carne cortada. Para Thomas Weski, comisario de la exposición que el Museo Reina Sofía acaba de inagurar con más de trescientas obras, “Schmidt cubre los temas más relevantes de su tiempo y de nuestro tiempo: desde el papel que cada persona asume en la sociedad hasta la 'inhospitalidad de nuestras ciudades'”. “También la forma en la que lidiamos con nuestro legado histórico y nuestra forma de consumo de bienes y lo que esto hace con nuestro medio ambiente”, explica a este diario.

Nacido en el Este de Berlín pero criado en el Oeste, Michael Schmidt pasó su vida vagando por las calles de la ciudad dividida. Primero, ante la insistencia de sus padres, como oficial de policía, y luego, a partir de 1965, como fotógrafo. Hay algo de la Historia de Alemania en el siglo XX en esa intrahistoria de Schmidt, de ese hombre que ve una cámara en la taquilla de un compañero y decide que el arte es una manera más noble de hacer justicia. Autodidacta siempre plegado a Berlín, tomándole el pulso y percibiendo casi intuitivamente los cambios que se avecinaban en una ciudad dividida y horadada. Una ciudad que jamás abandonó hasta su muerte en 2014. Esta voluminosa exposición retrospectiva es la primera que se realiza tras su fallecimiento.

En 1976, el fotógrafo fundó el Werkstatt für Fotographie (Taller de fotografía), una importante escuela y galería que acercó las innovaciones estadounidenses a la fotografía artística en Alemania. Schmidt fue, sin duda, una figura fundamental en el renacimiento de la ciudad de Berlín como centro artístico.

Su trabajo de los años 60 y 70 fueron encargos de las administraciones locales. Capturaba y describía los barrios destruidos del Berlín occidental. Schmidt va mucho más allá del trabajo documental. En esa serie de fotos podemos ver un Berlín lleno de agujeros, cabinas vacías, árboles que emergen verticales y apuntan al cielo. Una ciudad caótica, donde las hileras de edificios, pero también cada elemento urbano, nos hablan de un subconsciente que emerge lentamente aunque está a punto de explosionar. En series como Kreuzberg pero sobre todo en Wedding acabó Schmidt por olvidar el estilo documental de encargo y, a partir de los años 80, desarrolló un lenguaje visual más personal y más atrevido. Como destaca el comisario Thomas Weski, Schmidt actuó como autor de su obra desde muy temprano, “editando, secuenciando, diseñando los libros, eligiendo su tamaño y papel, supervisando la impresión y encuadernación”. “Detrás de las imágenes topográficas de los paisajes urbanos hay muchas decisiones de autor: una es imprimir muy gris, evitando fuertes contrastes y tratando de hacerse eco del invierno berlinés”, añade.

En la excelente serie Waffenruhe (1985-1987), Schmidt usa el medio como herramienta para la expresión subjetiva, dando lugar al psicodrama de una ciudad aún dividida, en plena Guerra Fría, que forma parte de una generación alemana “sin futuro”. Próxima al expresionismo, las fotografías componen un proyecto denso y complejo.

Es curioso que Schmidt no es tan conocido como otros grandes nombres de la fotografía alemana de la escuela de Düsseldorf, como Andreas Gursky —de quién fue maestro—, Candida Höfer o Thomas Ruff. Quizá sea porque estos últimos se volcaron con el color y las fotografías a gran escala, así como con la objetividad y la precisión. Schmidt, en cambio, se consagró al gris y al momento arrebatado al tiempo, a la mirada furtiva y sorprendente. Primero fotografiaba y luego hacía preguntas.

Otra de las cuestiones fascinantes de la obra de Schmidt es el carácter dialogante de sus fotografías. A diferencia de los artistas antes citados, que entregan imágenes-tótems, donde toda la información se concentra en ellas mismas, las de Schmidt tienen un carácter orgánico, unas complementan a las otras. Recuerda Thomas Weski la máxima del fotógrafo berlinés de “1+1=3”, en clara referencia a que el contenido de sus proyectos fue creado para ver una imágenes capaces de transformarse al contacto de otras: “Schmidt usó sus fotografías como imágenes únicas válidas pero también como partes de un todo en sus combinaciones de fotografías, ya sea en la pared de una exposición o en el libro de artista”. Con este método, afirma Weski, “Schmidt, extendió la tradición del ensayo visual, como ya hiciera el fotógrafo estadounidense Walker Evans en su American Photographs, 1938”. Esto se percibe muy bien en su serie Disadvantages (1980) en la que un hombre enfermo es fotografiado desde tres ángulos diferentes, como si Schmidt quisiera expresar que ninguna de las imágenes es la imagen definitiva. El storytelling también está presente en su trabajo, en la serie Kreuzberg los conjuntos de fotografías muestran, como si de un guión cinematográfico se tratara, la rutina de un obrero alemán y una enfermera.

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