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Muchas de las fotos que recuerdas de la primera parte del siglo XX en España son de Alfonso y no lo sabes

Proclamación de la Segunda República. Puerta del Sol, Madrid, 14 de abril de 1931.

Gumersindo Lafuente

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Alfonso es la gran marca de la fotografía española de la primera mitad del siglo XX. Pero tras esa firma y su famoso logotipo hay al menos dos alfonsos, un gran equipo y mucho talento. Sus imágenes retrataron años convulsos con una técnica precisa y acabaron convirtiéndose, por instinto, en los primeros grandes fotoperiodistas de su época. 

Alfonso padre (1880-1953) era un gran fotógrafo, un virtuoso de la técnica, aprendida en el estudio de Amador Cuesta, célebre retratista, en el que entró como aprendiz en 1895, y también un gran empresario. Un tipo muy vivo, que salió de la nada, pero con una gran capacidad de trabajo y de organización. Con Amador aprende la técnica, enseguida despunta y se da cuenta de que se está viviendo un momento mágico en el que la gente tiene mucho interés por la fotografía, pero no por los retratos de estudio que él hacía. 

En la calle, en África, en la política, están pasando cosas y el público quiere ver las fotos impresas. El siglo XX arranca y con él nacen una gran cantidad de revistas gráficas que necesitan buenos reporteros y Alfonso Sánchez García (el padre) lo ve venir y se lanza a la aventura. 

“En 1915 monta la agencia de Noticias Gráficas Alfonso, que es una de las primeras que maneja no solo la idea del periodismo, también la comercial, la necesidad de que esas imágenes para los periódicos hay que hacerlas muy rápido y lograr venderlas a muchas cabeceras. Así se convierte en el precursor del reporterismo en España”. El que asegura esto es Chema Conesa, probablemente la persona que más negativos ha visto del trabajo del estudio Alfonso (más de 120.000 según sus propias palabras) y también corresponsable de la exposición que se inaugura el próximo día 5 en la sala del Canal de Isabel II en Madrid (Calle de Santa Engracia, 125) y de la edición gráfica del catálogo editado por La Fábrica.

Muy pronto Alfonso no está solo; Alfonsito (1902-1990), su hijo mayor, se une a la aventura, también sus hermanos Luis y Pepe y montan un estudio en el que llegan a trabajar más de veinte empleados. Alfonso se convirtió en una referencia, “fue ante todo un testigo privilegiado —según Publio López Mondejar, el gran historiador de la fotografía española— que supo captar como ninguno el pulso de la calle y también la historia política y social de un país deprimido surgido del desastre del 98 hasta las sucesivas campañas de Marruecos, la dictadura primorriverista, la dictablanda de Berenguer, la República, la Guerra Civil, y los días inclementes de la primera posguerra”.

Así es, no dejan de pasar cosas y los Alfonso triunfan con sus fotos y se hacen famosos. Si Alfonso padre es el primero que en África, en 1916, retrata al jalifa de Tetuán, Alfonsito se marca una gran exclusiva en 1922 con la fotografía de Abd-el-Krim, el líder rifeño que un año antes derrotó a las tropas españolas en Annual, el desastre que conmovió al país y abrió las puertas a la dictadura de Primo de Rivera. Esa imagen, en la que también aparecía el periodista Luis de Oteyza, director de La Libertad, consagró a su autor, pero siguió siendo Alfonsito, pasarían muchos años hasta que logró ser Alfonso Sánchez Portela.

“Alfonsito había estudiado en el Liceo Francés, tenía un buen nivel cultural y era muy atrevido, muy impulsivo, muy ágil, muy listo, y toma el relevo claramente al padre”, sigue Chema Conesa. “Además, también tenía una gran formación técnica. Contaba Alfonsito que una vez que hizo un retrato a Azorín le tuvo mucho tiempo en el estudio, con muchos cambios de luz, y que su padre se cabreó mucho cuando se enteró, pero luego, cuando vio las fotos, se calló y reconoció que eran buenas”.

Muchas de las fotografías que recordamos de esos años son de Alfonso (padre e hijos). Las calles de Madrid, la famosa vendedora de Pavos, el joven Alfonso XIII, los líderes socialistas, la lección de anatomía de Cajal. Romero de Torres, Sorolla, la Guerra de África, la dictadura de Primo de Rivera, Gregorio Marañón, Valle Inclán, Lorca. Los toreros, las revoluciones, los días gozosos de la proclamación de la II República y los días más tristes de la Guerra Civil. Todo está en sus negativos, guardados en el Archivo General de la Administración. También se guardan allí las fotos de su segunda vida, tras la Guerra Civil, tiempos un poco más complicados.

En una España convulsa todo iba bien para el estudio y la agencia Alfonso, pero la guerra y el franquismo acabaron con su buena estrella, o casi. Los Alfonso, padre e hijo, eran republicanos, incluso el hijo se hizo amigo de Alcalá Zamora, que le invitó a un viaje que el presidente de la República hizo por España. Cuando llegó la dictadura les retiraron el permiso de prensa y salvo unas pocas fotos casi robadas y otras hechas al servicio de la propaganda, su talento tuvo que refugiarse en el estudio que abrieron en la Gran Vía, la calle les estaba prohibida. Aun así, el don de gentes del padre y la habilidad del hijo hicieron que ese reducto para el retrato más tradicional se acabase convirtiendo en un lugar por el que pasaron todas las celebridades culturales del momento, también algunos prebostes del franquismo. Hasta el propio dictador se hizo retratar por Alfonso en el Palacio de El Pardo en 1956. Quizá el fotógrafo represaliado se cobró una dulce venganza en el instante en que apretó el disparador de su cámara frente a Franco.

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