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En 'La hija oscura' Maggie Gyllenhaal sorprende con su mirada a las 'malas madres'

Olivia Colman en 'La hija oscura'

Javier Zurro

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La maternidad en el cine había sido contada, casi siempre, por hombres. Bajo su lupa, las madres solo tenían dos versiones: la idealizada madre de familia perfecta, feliz por dedicar su vida a los suyos, o la madre cabreada que mostraba solo el drama. No había grises en sus retratos. Ya no hablemos de los partos o de cualquier representación de escenas que solo una mujer sabe cómo se viven desde dentro. Hace poco, en la gala de los Premios Feroz, unas descacharrantes Elena Irureta y Ane Gabarain bromeaban sobre cómo eran los partos en el cine, sin sangre, sin fórceps, sin fluidos y con un niño de dos meses con pelazo al que es entregado hasta peinado para hacerle la foto del DNI.

El auge del movimiento feminista ha provocado que la industria del cine se diera cuenta de la enorme brecha de género que había en sus producciones y la entrada de muchas mujeres. Misteriosamente, desde entonces han aparecido muchas películas que tratan la maternidad desde una óptica completamente diferente. Ya no hay santas o brujas. Buenas o malas madres. Hay una gama de degradados realista, compleja y que representa muchas más realidades que las reflejadas por los guionistas y directores masculinos.

Solo en los últimos meses hemos vivido miradas tan diversas (y desde distintos géneros) a la maternidad como la emotiva Petite Maman, donde desde la fábula fantástica nos contaba el descubrimiento de una hija hacia los sentimientos de una madre a veces ausente. En Titane, Julia Ducournau mostraba el dolor del cuerpo femenino durante el embarazo sin miramientos. Una película casi física que lo hacía desde el body horror y dando la vuelta a todos los géneros (también el binario). Ahora es la actriz Maggie Gyllenhaal la que ofrece otra sorprendente y poliédrica mirada a la maternidad en su notable adaptación de La hija oscura, la novela de Elena Ferrante con la que ha debutado como directora y con la que ha logrado tres nominaciones al Oscar: guion adaptado, actriz, y actriz de reparto. Un filme que en el resto del mundo ha llegado de la mano de Netflix —y que aquí se estrena en salas este viernes— y que es una reflexión sobre ese concepto de las 'malas madres'. Qué dice la sociedad qué es una 'mala madre' y qué hay detrás de los actos que definen a esas mujeres.

La hija oscura también adopta la forma del género, en este caso el thriller, para terminar siendo una radiografía de una mujer que comete un acto que la sociedad no puede perdonar. No es cuestión de hacer spoiler para aquellos que no hayan leído el libro, pero el personaje protagonista arrastra un trauma que hace que haya vivido bajo el peso de la culpabilidad. Un dolor que se despertará al verse reflejada en una joven madre y su especial relación con su hija en una playa griega a la que había acudido de vacaciones para relajarse. Su obsesión con esta familia hará flotar de nuevo el trauma y el dolor que puede sufrir una madre que ha cumplido con su 'deber social', con ese mandamiento que obliga a una mujer a ser madre aunque nunca tuviera claro que eso fuera lo que realmente quería.

Gyllenhaal cumple con creces la difícil tarea de adaptar una obra contada desde el monólogo interior. Pega su cámara al rostro de Olivia Colman, excelente como siempre, y hace que los flashbacks fluyan con naturalidad para ayudar a comprender el presente gracias al pasado. Un pasado en el que vemos la anulación de una mujer por parte de su pareja. No por una pareja estereotipada y abiertamente machista. Ellos son dos jóvenes modernos, progresistas y universitarios, pero también en esta pareja es ella la que decide sacrificar todo para que él brille. Su carrera, su trabajo, su vida futura imaginada… todo fuera para ser la madre perfecta que todos le dijeron que debía ser. Quizás le falta profundizar más en una cuestión de clase que sí estaba en la novela y que aquí pasa desapercibida.

Si Colman está excelente, a su nivel brilla Jessie Buckley, una de las mejores actrices del momento y que empieza a encontrar su espacio en una industria donde normalmente escogen siempre a los mismos rostros, perfectos y canónicos. Ambas dotan a sus personajes de complejidad, aristas y profundidad, igual que se nota en el guion de Gylllenhaal su empatía por esta mujer. No la juzga, sino que busca la comprensión para que todos podamos empatizar con su dolor y entender por qué hizo lo que hizo. Todo construido con las normas del thriller, generando suspense y dosificando la información para que explote en el momento exacto. Una demostración más de que cuando las mujeres cuentan sus historias, la profundidad y la complejidad que alcanzan está muy lejos de las versiones edulcoradas que el cine había mostrado durante décadas.

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