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La lenta muerte del teatro Pavón Kamikaze

El Pavón Teatro Kamikaze.

Alberto Ortiz

3 de marzo de 2021 22:08 h

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El Pavón Teatro Kamikaze cerró de forma definitiva el 30 de enero, aunque su muerte ha sido un proceso lento que empezó acaso con su apertura, una audacia repleta de dificultades y malabarismos, sobre todo económicos. Ahora que las puertas, las taquillas y las ventanas del histórico edificio madrileño vuelven a estar cerradas y que los fundadores del proyecto se han tomado un respiro; autores, directores y espectadores hablan sobre la importancia del proyecto que revolucionó la escena teatral hace cinco años. 

“Era nuestra pretensión apurar el tiempo hasta la finalización del contrato de alquiler, en julio de 2021, con el objeto de encontrar un espacio alternativo que nos permitiera dar continuidad al proyecto, pero quién podía prever que en el invierno de nuestro descontento se haría fuerte una pandemia que precipitara el final”. Así rezaba el comunicado de la compañía Kamikaze, publicado el 21 de diciembre y que adelantaba lo que hoy ya es una realidad: que el proyecto de Miguel del Arco, Israel Elejalde, Aitor Tejada y Jordi Buxó, con el Pavón como hogar, tocaba su final. 

El 17 de enero, poco antes de la última función, Jordi Buxó recuperó en sus redes sociales una entrevista en vídeo, filmada hace tres años, en la que los directores del Kamikaze hablaban sobre el inicio del proyecto. El vídeo se titulaba una “Era una broma”, porque así empezó, como un delirio inalcanzable de cuatro productores y directores teatrales que ha durado finalmente más de un lustro, como un éxito entre el público y la crítica, y con un galardón entre los brazos, el Premio Nacional de Teatro de 2017.

“A mí me cambió la vida, porque de repente me permitió hacer obras en un sitio grande, con libertad total y su apoyo absoluto”, comenta Pablo Remón, autor y director de 'Sueños y visiones de Rodrigo Rato' y director de 'Doña Rosita, anotada' y además una de las caras asociadas al universo del Pavón Kamikaze desde el inicio. “Ellos aportaban un teatro que era un puente entre el teatro más comercial y el teatro más exigente. Eran propuestas de alto nivel pero que siempre iban buscando al público, una mezcla muy necesaria en este país”, opina.

Si bien no consiguió la rentabilidad necesaria para subsistir, lo que sí obtuvo fue el apoyo del público con grandes éxitos de taquilla, como 'Hermanas', 'La jauría' o 'Las canciones'. Además, cuentan algunos espectadores, logró una fidelización difícil de alcanzar en otros espacios de la capital. “Era un teatro al que podías ir a ciegas, cogías la entrada para la obra que hubiese en ese momento y sabías que siempre había un mínimo de calidad o que por lo menos te iba a aportar algo diferente”, dice Xavi, que cuando se enteró de que cerraba sacó entradas con sus amigos para ver la última función. 

Acoidán también siente que con el Pavón Kamikaze se pierde un teatro que había creado una suerte de “comunidad” a su alrededor: “Se había creado algo difícil de definir, una especie de comunidad, no sólo por la escena, la exhibición, sino por lo que había fuera del escenario, como una lectura dramatizada alrededor de un vermú en el Ambigú”. 

Esa era una de las ideas iniciales del proyecto, como dice su lema: “Un teatro más allá de la función”. Más allá de la programación inicial, el espacio ofrecía talleres, encuentros con el público después de las funciones o 'Las funciones por hacer', esas lecturas dramatizadas que tenían lugar un sábado al mes y que buscaban dar “voz y visibilidad a autores que ponen en valor la diversidad de los lenguajes escénicos”, explicaban en su página web.

“Precisamente esa era una de las cosas que lo hacía especial. El Pavón no era solo un teatro, era un alimento para muchos actores porque nos daba posibilidades de trabajo. En los momentos donde estaba más perdida y no salía trabajo hice talleres ahí. He sido alumna, espectadora y, además, actriz, que era el sueño que tenía”, dice Irene Arcos, que protagonizó junto a Raúl Arévalo y Miki Esparbé la obra 'Traición', escrita por el Nobel Harold Pinter, adaptada para la ocasión por Remón y dirigida por Elejalde. 

'Traición' fue un éxito de taquilla cuando por fin pudo estrenarse. Su primera función estaba programada para finales de marzo, pero el coronavirus y el Estado de Alarma frustraron lo que iba a ser presumiblemente un empuje para el teatro el año pasado. Más de medio año sin poder abrir no fue, seguramente, la mejor de las ayudas para la supervivencia del espacio. Cuando pudieron reabrir, a finales de agosto, y por fin presentar la obra fue, dice Arcos, “muy emotivo”. “La sensación que teníamos los que tuvimos el privilegio de participar es que estabas formando parte de algo, de un movimiento, de un Madrid más vivo. Eso no va a quedar en un saco roto”, asegura la actriz.

Laura, que llegó a Madrid a la vez que el teatro, recuerda bien la primera obra a la que asistió, 'Un enemigo del pueblo', una versión de Henrik Ibsen dirigida por Álex Rigola, con la actuación de Nao Albet, Israel Elejalde, Irene Escolar, Óscar de la Fuente y Francisco Reyes. “Recuerdo que me encantó la obra y que cuando acabó hubo un coloquio con el público. Lo que ellos sabían hacer muy bien era generar ese lugar de cobijo para el público, combinar esa parte de cercanía y de buen rollo con una programación tan buena y continuada”, apunta. 

Una de las últimas obras que pasaron por el teatro fue Las Canciones, escrita y dirigida por el argentino Pablo Messiez, que recuerda con emoción la última función. “Hicimos la última sin saber que era la última, porque luego llegó la nevada y quedó ahí, tuvimos que suspender las últimas”, recuerda. 

“En el Pavón nunca tuve ningún tipo de intervención, ningún pedido solicitando algún cambio que tuviera que ver con cuidar la taquilla. Lo que se ponía en valor era el proyecto y el grupo. encontramos un espacio para trabajar con libertad todo el tiempo”, dice Messiez, que valora además el impulso que dio el proyecto a la dramaturgia contemporánea, con becas para autores emergentes. “Era algo muy bueno y muy raro porque qué hace un empresario privado preocupándose por la dramaturgia”, celebra. 

Para Remón, el teatro era en realidad “una casa” y se notaba que quienes dirigían el proyecto eran también una compañía. “Cuando viene una compañía y sabes que detrás están Del Arco, Jordi, Isra… conoce el trabajo desde el otro lado, saben lo que necesitas, y eso estaba muy presente en el Kamikaze”, dice. 

El fin de la “broma”

La puntilla para su supervivencia fue, sin duda, una pandemia que mantuvo al público más de seis meses alejado de las butacas, pero el Pavón Kamikaze, realmente, nunca fue una empresa sostenible. “Veníamos muriendo prácticamente desde el principio. Estábamos produciendo como los teatros públicos sin ser sostenibles”, resumía el dramaturgo Miguel del Arco en una entrevista para elDiario.es en diciembre, tras el anuncio del cierre. 

El teatro se apoyó desde el principio en las ayudas públicas para poder mantenerse en pie. El año pasado contaron con una subvención del Ministerio de Cultura de 140.000 euros, una ayuda de la Consejería de Cultura, Turismo y Deportes de la Comunidad de Madrid, por valor de 150.000 euros y otra por el mismo importe del Ayuntamiento de Madrid, aunque este año Vox presionó para que la ayuda del Consistorio se redujera en 50.000 euros. Sin embargo, con ese dinero apenas les alcanzaba, decían, para costear el alto alquiler de un edificio histórico y del tamaño del Pavón, en el centro de Madrid. 

“No se van, tú sabes que eso es publicidad para que las administraciones se pongan las tres a luchar para darles un espacio, el golpe de efecto les ha salido fenomenal, es falso que se vayan”, dijo en declaraciones a la Cadena Ser el dueño del edificio, José Maya, el 7 de enero, en una entrevista en la que acusó a los kamikazes de ser arrogantes y de “llorar” para conseguir más subvenciones públicas. 

Muchos, desde dentro o desde fuera del proyecto, sienten, quizá, que no se hizo lo suficiente por mantener con vida un espacio como el Pavón Kamikaze. “Desde el desconocimiento, porque no sé cuántos fondos públicos se dedican a esto, pero creo que la cultura es algo que debería preservarse. Este es un claro ejemplo de que una institución como esta, aunque sea privada, debe rescatarse”, comenta Xavi. “A los que seguíamos el proyecto sí que nos llegaba que tenían problemas de pagos y con la pandemia se les complicó aún más. Ellos (los kamikazes) siempre ponían de ejemplo a Francia, donde hay mucho apoyo a la cultural. Uno puede intentar hacer este tipo de cosas, pero sin un colchón debajo es imposible”, añade Laura.

Remón se queda con la “suerte de haber tenido un teatro así”. “Ha durado lo que ha durado y lo hemos disfrutado. No quiero pensar en qué hubiera pasado, ni cómo habría sido. Ojalá hubiera seguido más tiempo, pero lo importante es que ha sido una suerte”, cuenta. Arcos se expresa en la misma línea: “No sé lo que ha pasado, si ha sido una suma de cosas, pero está claro que la pandemia no ha ayudado al mundo del arte. No sólo al teatro, mira a los músicos, haciendo conciertos a las 12 de la mañana, mira las salas… Ha sacudido a mucha gente”, dice, antes de añadir que la experiencia ha sido “todo un privilegio”. “Eso no me lo quita nadie, aunque ahora tengamos este sentimiento de incredulidad generalizado de: hostia, no está el Pavón”, cierra.

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