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No es tan feo todo lo que reluce bajo el sol de Benidorm: razones para dejar de despreciarlo

Cubierta del libro (foto de Martin Parr)

Francesc Miró

Tras una breve pero intensa carrera de banquero en la Caja de Ahorros del Sureste, que más tarde sería la CAM -Caja de Ahorros del Mediterráneo-, Pedro Zaragoza decidió dedicarse a la política y unió fuerzas con la Falange para proclamarse alcalde de Benidorm, una ciudad de tradición pesquera que antes de los cincuenta tenía poco o nada que ver con el turismo. Algo que estaba a punto de cambiar debido a las horas bajas de la pesca de atún mediante almadraba.

El alcalde franquista tuvo a bien revolucionar la ciudad mediante un plan de reordenación urbana que abriese sus puertas a hoteleros y sus playas a turistas. Un plan que le llevó a autorizar el uso del bikini en el término municipal que gobernaba. Osadía que enfureció sobremanera al obispo Marcelino Olaechea, que pidió la excomunión de Zaragoza y la prohibición de la prenda en las playas alicantinas, católicas y temerosas de Dios.

En 1953, Pedro Zaragoza cogió su Vespa y recorrió los casi 500 kilómetros que separaban su oficina del Palacio del Pardo con una doble misión: evitar la excomunión y convencer a Franco -y lo más difícil, a Carmen Polo- de que el bikini, lejos de ser pecado, será una pieza clave de un nuevo modelo turístico que se convendrá en llamar 'de sol y playa'. Dos palabras que marcarán profundamente el desarrollo de la ciudad y el devenir del turismo español.

Hoy día la ciudad, con menos de 70.000 habitantes censados, llega a 500.000 los meses de verano. Muchos de ellos extranjeros que han asimilado que 'sol y playa' es la definición perfecta de España, su refugio vacacional. Algo que ha acarreado no pocas críticas al modelo turístico de Benidorm y le ha ganado la antipatía de muchos sectores. Ahora, la Editorial Barrett aprovecha la llegada del buen tiempo para publicar Ensayo y error Benidorm, un libro que mezcla poesía, ensayo y ficción para reivindicar una ciudad que solo entiende de extremos.

Su tan criticado urbanismo

En 2014 se cumplían sesenta años del plan de ordenación urbanística que implantó Zaragoza y que trastocó para siempre la imagen del litoral alicantino de cara al mundo. También la percepción de los españoles, que empezaron a ver a la localidad como una ciudad 'fea' por desentonar con el entorno.

Aquel plan imaginaba una ciudad vertical, que la ha llevado a ser la segunda ciudad del mundo con más rascacielos por habitante por detrás de Nueva York y la tercera ciudad europea en concentración de este tipo de edificaciones, por detrás de Londres y Milán. Un atentado al buen gusto para muchos.

Sin embargo, para los arquitectos Carlos Ferrater y Xavier Martí, “visto en la actualidad en comparación con los diferentes asentamientos turísticos de la costa española, cabe preguntarse si el modelo Benidorm no ha resultado ser uno de los más sostenibles del litoral español”. Ambos firman uno de los textos que forman parte de Ensayo y error Benidorm, en el que defienden como positivo uno de los aspectos más polémicos de la ciudad. Ferrater ha sido Premio Nacional de Arquitectura por su trayectoria y Martí por su proyecto del Paseo de la Playa de Poniente de Benidorm.

“Frente a la destrucción sistemática del litoral con urbanizaciones invasivas, con inmensas ciudades fantasma, con el consiguiente esfuerzo para mantener infraestructuras, viarios, servicios y seguridad”, Benidorm se ha revelado como una auténtica alternativa. ¿Razones? “El poquísimo territorio consumido [...] y respetar la topografía original en pendiente, manteniendo el curso natural del agua de lluvia”.

Benidorm ocupa, realmente, unas pocas hectáreas en comparación con municipios con mayor superficie como Benissa, Finestrat, La Pobla de Farnals o Benicàssim. Municipios que habían vivido un urbanismo salvaje, según el último informe de Greenpeace sobre la destrucción de las costas españolas. A esto se suma “una bajísima utilización del transporte privado”, pues casi todos los vecinos y turistas de la población acuden a la playa andando.

Cultura además de sol y playa

“Solo desde una cultura que ha convertido la exclusividad o la diferenciación personal en lemas consensuales, se puede entender el desprecio hacia Benidorm en términos culturales”, asegura en este libro colectivo el urbanista Iago Carro.

A simple vista, o simple prejuicio, la imagen que se forma en la cabeza de muchas personas cuando se le menciona Benidorm es la de miles de cuerpos tostados al sol o hacinados en bares donde el rojo del alcohol se disimula gracias al de las constantes insolaciones. Pero Benidorm no es solamente sol y playa: es uno de los contenedores culturales más diversos y heterogéneos del mediterráneo.

En esta localidad habitan calles y pubs cientos de músicos que crean y sostienen un tejido propio en el que se puede escuchar desde el blues de orillas del Mississippi a la electrónica David Guetta o Steve Aoki. El lugar en el que se dieron a conocer Julio Iglesias o Manolo Escobar, hoy es sede del Low Festival. Un día en sus calles se vive el St. Patrick's Day y al siguiente el British Fancy Dress Party. Hasta cuenta allí, y con arraigo, el mítico Funtastic Dracula Carnival Festival, icono del Punk y el Garage a nivel nacional.

Pero tampoco es esto lo que define a la ciudad. Según Caro, es su capacidad para democratizar distintos proyectos culturales, haciéndolos accesibles allí donde la gente los pueda disfrutar.“Si es posible imaginar un 'sol y playa socialdemócrata' habrá muchas otras formas de situar la cultura allí dónde está la gente y no al revés”.

Y pone como ejemplo la llamada Biblioplaya de Levante, un proyecto lanzado en el año 2000 que aún sigue en activo y con éxito. “Comparada con los grandes contenedores culturales presupuestados en millones de euros, a los que hay que ir explícitamente para disfrutar de la cultura, una simple biblioteca en la playa refleja perfectamente la escala conceptual y presupuestaria de las intervenciones efectivas a nivel social”.

Fuente de inspiración

En la foto de la portada del libro, una señora alza los brazos como si de una figura crística se tratase. Intenta recibir en toda su esplendor los rayos de sol sobre su ya bastante bronceada piel. La estampa describe lo particular y a su vez fantástico de Benidorm, una ciudad en la que uan belleza no heteronormativa forma parte natural de un paisaje en el que todo tipo de físicos, con sus flacideces, vejezes y rojeces, caben sin ningún tipo de mirada juiciosa.

Es obra del artista y fotógrafo británico Martin Parr, presidente de Magnum Photos del 2013 al 2017, a quien le dedica un artículo en Ensayo y error Benidorm, la periodista Ana Fernández. Alguien que “ha retratado la sociedad de consumo”, como nadie y que encontró en la ciudad alicantina una inspiración perfecta. “En el Benidorm de Martin Parr siempre luce el sol, es de día y la gente pasa calor”. En su obra conviven “colores intensos, elementos desenfocados y estética kitsch”.

Como a Parr, muchos son los artistas que se han inspirado en esta ciudad de contrastes. Allí ambientó Bigas Luna su Huevos de Oro, la historia de un especulador canalla y muy español al que daba vida Javier Bardem. De allí partía también Bikini, el multipremiado filme de Óscar Bernàcer que narraba precisamente la anécdota del alcalde con la que hemos iniciado este texto.

Allí ha ambientado también su última película Ion de Sosa: Sueñan los androides. El realizador vasco explica en el libro que nos ocupa por qué su película de ciencia ficción debía rodarse en esta ciudad. “Ambientar la Tierra del 2052 en Benidorm no es una decisión gratuita. La ciudad alicantina es el ejemplo absoluto del modelo de crecimiento que España ha desarrollado en la segunda mitad del siglo XX. [...] Enclave diseñado a finales de los cincuenta para vender una imagen idílica de España como sociedad de servicios, como lugar de ocio y diversión”. El lugar perfecto para una distopía castiza. Un Hong Kong de rebajas, Las Vegas en miniatura, con poca elegancia pero mucha clase -obrera-.

Benidorm somos nosotros

Si se mira con frialdad, Benidorm es una ciudad que compite a un nivel turístico con ciudades como Madrid o Barcelona, pero con muchos menos recursos. En los meses de julio y agosto multiplica por siete su población, pero no contamina igual otras -la OMS incluyó a Benidorm en 2014 como una de las nueve ciudades españolas donde se respira un aire más puro-, y no gasta más recursos naturales -se consume la misma agua que en 1975, habiendo aumentado su población severamente... signifique lo que signifique este dato-.

“Entiendo que su modelo no es muy sofisticado”, escribe el fotógrafo Roberto Alcaraz en uno de los textos más brillantes del libro, “sol, buenas playas, precios difíciles de batir, mucha vida nocturna y algún festival de música...”. Y con eso y con todo, sesenta años después de aquel viaje en Vespa en el que un alcalde franquista convenció a un dictador de legalizar el bikini -con la consecuente lectura de género que se puede extraer de tal hecho-, la ciudad sigue colgando el cartel de 'completo' en la fecha señalada. Algo habrá en esta falta de sofisticación que atraiga a personas de toda condición y nacionalidad.

“La ciudad está hecha por las personas y quizá somos así de simples”, cuenta el fotógrafo profesional cuya filosofía plasma en su trabajo. “En cualquier caso, Benidorm no es culpable de lo que nosotros hagamos allí, es simplemente un escenario hecho a medida para complacer los anhelos de millones de personas”, reflexiona Alcaraz.

“A pesar de ser un espacio sin identidad propia, una tierra de nadie, es también de y para todos. Un espacio en el que no se nos juzga, no se nos conoce, en el que podemos descubrir que, al final, no somos tan distintos de la mayoría y a la vez sentirnos especiales”.

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