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Entrevista Aloma Rodríguez

“Tener hijos es una experiencia brutal, pero no hace falta dar la brasa con eso”

La escritora Aloma Rodríguez publica su quinta obra

Carmen López

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Tiene trece años y vive en un pueblo de Teruel, aunque no nació allí. Llegó con su familia tres años antes, cuando a su madre, que es médica, la trasladaron. Pronto se irá a Zaragoza con su padre y su hermano mayor a estudiar en el instituto, pero primero tendrá que pasar el verano. Durante esos meses, la cotidianeidad se anima en el lugar, aunque no necesariamente para bien. Aparecen los veraneantes y hay fiestas patronales con vaquillas, peñas a las que pertenecer y orquestas que tocan Paquito el chocolatero. El alcohol corre a litros y también hay drogas, ella las ha visto. Aunque lo intenta, no encaja y los demás lo notan, pero en lugar de empatizar con ella, la tiran al abrevadero una noche en la que vuelve a casa. Al verla empapada, sus padres se revolucionan pero ella no está enfadada, está avergonzada. “Me siento una tonta. ¿Cómo no lo he visto venir”, piensa mientras tirita parada ante la ducha.

Así comienza Siempre quiero ser lo que no soy (editorial Milenio, 2021), el nuevo libro de la escritora y periodista cultural Aloma Rodríguez. Se trata de una compilación de relatos pero se puede leer como una novela de formación. Con una protagonista adolescente que se hace mayor según pasan los capítulos con los consiguientes cambios que trae la vida: trabajos, mudanzas, amigos que vienen y se van, lazos familiares, muertes, nacimientos. Transiciones vitales que no se narran con drama, pero sí con cierta melancolía. “Los periodos de cambio me gustan porque te permiten sugerir cosas, dejar huecos para que quien lee los rellene, permiten hacer proyecciones. Tendemos a pensar que las decisiones se toman de manera consciente, pero no siempre es así, hay un componente de azar muy importante”, explica la autora.

Este es el quinto libro de la escritora –anteriormente publicó París tres (2007), Jóvenes y guapos (2010), Solo si te mueves (2013) y Los idiotas prefieren la montaña (2016)– y es fácil que quien esté leyendo esto se haya encontrado con su firma en diferentes publicaciones de prensa cultural. Este nuevo trabajo se construyó en dos impulsos, dice. “El primero responde al deseo de reunir cuentos desperdigados en antologías y revistas, el segundo a la necesidad de componer un volumen más unitario”. En un principio no tenía esta estructura, fue cambiando según lo planteaba hasta que finalmente decidió poner los relatos seguidos “casi como ordenaría las canciones de un disco construido sobre tensiones: el mundo rural y la ciudad; los amigos y la familia; las amigas y el amor. Y si hubiera una única hipotética protagonista, los cuentos más o menos seguirían el orden cronológico de su vida”, sostiene.

La parte de agradecimientos que suele ocupar la última página con texto de un libro muchas veces da pistas sobre el autor o autora y sus relaciones personales. A veces son explícitas y otras solo puede comprenderlas quien conoce el código que las descifra. Pueden ser un guiño de simpatía o también lo contrario. En uno de los capítulos del libro, la protagonista, que también es escritora, cuenta cómo una amiga cercana se ofende porque no le gusta cómo se ve retratada en uno de sus relatos. Y en los agradecimientos, Aloma Rodríguez menciona “a los que se reconocen”.

“Ese a los que se reconocen es deliberadamente ambiguo: es a los que se reconocen porque han pasado por algo y también a los que creen adivinarse detrás de alguno de los personajes, con razón o no. En general, a la gente le gusta verse, le hace ilusión. Yo sé de esa amiga que se molestó al reconocerse en una caricatura, pero creo que ya me ha perdonado”, afirma. También reconoce que trabaja con materia prima sensible y sí se corta a la hora de contar algunas experiencias, disimula ciertas cosas que quiere escribir: “no para que no se reconozca el interesado sino para que no lo reconozcan los demás. Cuando me entran remilgos, pienso en la frase de Jean-Claude Carrière: ”un buen guionista cada mañana debe matar a su padre, violar a su madre y traicionar a su patria“.

Cosas que pasan (y sobre las que todo el mundo opina)

En el libro se tocan tres temas que podrían considerarse candentes en la actualidad, pero solo porque pertenecen a las vivencias de la protagonista –o protagonistas, depende de cómo se lea el volumen–, no porque pretenda participar en la conversación. Uno de ellos es la maternidad, que algunas voces defienden como el momento de máxima realización de la mujer, una experiencia cargada de misticismo. La escritora no quería que ese matiz apareciese en la historia, aunque más que ese misticismo le agota el adanismo [hábito de comenzar una actividad cualquiera como si nadie la hubiera ejercitado anteriormente]. “Por supuesto que tener hijos es una experiencia brutal, pero lleva siéndolo toda la historia de la humanidad, no hace falta dar la brasa a los demás con eso, sobre todo porque ya lo han contado otros”.

Rodríguez señala a la escritora Valérie Mréjen porque en su libro Tercera persona “consigue contar lo que le produce a ella tener una hija (perplejidad) sabiéndose parte de una especie de larga cadena”. Y afirma que: “con respecto a eso de que los hijos te cambian, yo creo que en realidad cuando tienes hijos se te agudizan más tus propias manías. Tengo tres hijos, pero porque se ha dado así. Desde luego, no soy activista promaternidad, que cada uno haga lo que pueda y quiera, lo que sí soy es propolíticas y prácticas para mejorar la conciliación: que la reducción de jornada no se la cojan ellas por defecto, porque eso tiene efectos en la jubilación, por ejemplo. Sí me molesta el espíritu antiniños”.

Contra la romantización del rural

Si de la maternidad huye de la idealización, su visión del mundo rural –otro de los grandes debates presentes– está despojada de bucolismo. De hecho, los pueblos pequeños se presentan como sitios bastante hostiles, casi al contrario de la tendencia general a señalar 'la España vaciada' como destinos ideales para vivir. “En parte es así porque los cuentos que pasan en pueblos tienen como protagonista a una adolescente, y en ese momento de la vida uno odia casi todo lo que le rodea”, explica. Su vida fue similar a la de la protagonista del primer relato, ya que su madre también es médica y su familia pasó muchos años en diferentes pueblos de Teruel. “Aunque lo pasamos bien y disfrutamos del paisaje y de otras de las virtudes del mundo rural, también éramos los forasteros, había una cosa tribal ahí que despertábamos por ser de fuera. Como yo tenía necesidad de sentirme aceptada, supongo que sufría más el rechazo. Entiendo la mirada idílica, pero la realidad es más cruda”, defiende.

El tercer asunto es el de la precariedad laboral, en este caso la del gremio del periodismo cultural. Un escenario que conoce bien y sobre el que ofrece dos perspectivas. “Por un lado, hay mucho talento, canales nuevos, formatos a explorar y muchas cosas que contar. Al mismo tiempo, la precariedad es cada vez mayor. En lo económico mi visión es bastante negativa, parece que se ha instalado la idea de que hay que hacerlo gratis a cambio de visibilidad”. Le parece positivo que la prescripción se haya diversificado y que haya mucha más variedad, pero “eso también ha favorecido que nos hayamos convertido en autoexplotados. Es como que tienes que nadar mucho rato sin respirar, pero si aguantas lo suficiente llegas a la superficie donde está el oxígeno. La consecuencia directa de eso es que hay que hacer muchas cosas para reunir una cantidad digna”.

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