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ENTREVISTA Escritora y columnista

Gabriela Wiener: “La esclavitud y el etnocidio se celebran en España como Día Nacional”

Gabriela Wiener, autora de 'Huaco retrato'

Mónica Zas Marcos

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Charles Wiener pasó a la historia por haber sido el explorador que más cerca estuvo de descubrir Machu Picchu. Expolió casi 4.500 piezas de arte precolombino, borró a sus autores reales y las expuso en Francia a finales del S.XIX. También arrancó a un niño peruano de su hogar y se lo llevó a Europa. Al suyo, en cambio, lo abandonó en la región andina junto a su madre, María Rodríguez, y a todo un linaje peruano al que también pertenece Gabriela Wiener, autora de Huaco retrato.

Gabriela engaña al lector transitando entre la realidad y lo ficticio. Engatusa con nombres reales y situaciones verosímiles para dar fuerza a un relato inimaginable: el de una activista descolonizadora, feminista, chola y migrante que proviene de un huaquero, un ladrón de tumbas europeo y blanco que representó lo peor del colonialismo científico. “La leyenda de mi tatarabuelo Wiener es la del discreto profesor de alemán convertido de la noche a la mañana en Indiana Jones”.

A escasos días de la celebración de la Hispanidad, el 12 de octubre, Huaco retrato analiza las heridas que aún palpitan en América Latina por culpa de lo que se proclamó en esa fecha. La novela de Gabriela Wiener no va sobre Charles, pues “sobran historias sobre los patriarcas”. Es un homenaje a las Marías borradas de la historia familiar y a los bastardos abandonados. Va de descolonizar el relato, y nada mejor que la víspera del Día de la Hispanidad para hacerlo.

¿Quién fue Charles Wiener para ti durante la infancia?

La fotografía de Charles era un retrato omnipresente en las casas de los Wiener, en Lima. Yo me miraba al espejo todo el rato, con mis pintas andinodescendientes, y sentía este apellido como algo arbitrario. Jaime –mi marido– siempre recuerda que antes de conocernos en una redacción leyó mi nombre y esperaba encontrarse con una alemana gigante de piernas gordotas. Pero aparecí yo. El libro habla de eso, de los apellidos impuestos y de nuestras filiaciones.

Lejos de honrar su imagen de explorador, Huaco retrato desvela el expolio y las trampas que Charles hizo durante su viaje por Perú. ¿Qué supone para alguien como tú, que denuncia la colonización, descender de un “huaquero”?

Lo primero que me divide es este sentimiento de ser huaco y a la vez descendiente de huaquero. Esa escisión entre el pasado europeo y ser una sudaca en Europa. De provenir de una excolonia y ahora vivir en España. Esa fue la chispa que encendió ese asunto. Pero tuvieron que pasar muchas cosas para escribirlo e insertarlo en los debates del presente. Relacionarlo con una herida y también con la migración actual. Al final, la protagonista hace el viaje inverso de su antepasado: Charles fue a América Latina y se llevó un niño latinoamericano a Europa, y ella viene a Europa y tiene uno europeo aquí.

¿Cuándo te decidiste a escribir la novela? ¿Se lo comunicaste a tu familia?

Charles Wiener era nuestro antepasado célebre, todos le rendían pleitesía. Yo lo descubro cuando mi padre me deja en herencia su libro y veo lo tremendamente insultante que es en cada página. Es un libro que habla de la cultura indígena, escrito a finales del siglo XIX, desde una mirada eurocéntrica. Charles no es ajeno a esto, forma parte de un contexto de esfervescencia colonial. Pero ¿y la tatarabuela? ¿Y María? La pregunta siempre quedaba en el aire. Huaco retrato es una forma de denunciar que ella está borrada. Es un acto de rebeldía contra ese vacío y quería hacerlo a través de la ficción.

Se lo comuniqué a la gente que creía que podía verse más afectada, pero no a todo el mundo. A la mayoría de los Wiener esto les va a sacudir. No sé si van entender que haga una demolición de este personaje tan glorificado. Quizá desvele algunas identidades frágiles.

Muchas hemos mirado alguna vez lo blanco como lo bueno y el apellido extranjero como una cuestión de orgullo. El régimen de lo blanco hace que te odies cuando te miras al espejo.

¿Supondría una crisis de identidad para los Weiner si Charles resulta no ser vuestro ancestro?

Charles es un personaje muy controvertido. Desde hace una década tengo en mente esta historia que me incomodaba. En el libro me manejo con términos como la bastardía, lo dudoso, lo frágil y lo que no tiene origen. Charles expoliaba esos huacos de cualquier sitio sin saber a qué pueblos pertenecían. Ahora no se pueden exhibir sin leyenda. ¿Y dónde están? En los almacenes y en los sótanos de los museos.

Hago ese paralelismo con todos nosotros, los descendientes de un Wiener genérico. Nuestro continente viene del despojo, de la conquista, del abandono. Si el primer Wiener peruano es un bastardo, significa que toda mi familia proviene de una rama bastarda. Quería abordar las supuestas legitimidades en las que se basa un linaje y cuestionar lo negativo de lo ilegítimo. No a todo el mundo le gusta el hecho de ser dudoso en un mundo que apuntala el escudo familiar y valora cuánto de atrás viene tu apellido.

¿Crees que Perú aún se debate entre la vergüenza y el orgullo de provenir de personajes así? ¿Es un asunto de identidad que divide a las familias, como pasa con otros en España?

Huaco retrato quiere poner todas estas cosas sobre la mesa. Hay toda una cultura del ocultamiento y del silencio relacionada con la filiación. Familias donde ha habido mucha violencia emocional. Y yo creo que esa violencia es originaria. Lo colonial afecta a nuestras vidas. Lo veo con el tema racial. Muchas de las que estamos en proceso de descolonización hemos mirado alguna vez lo blanco como lo bueno y el apellido extranjero como una cuestión de orgullo. Vivimos en un régimen de lo blanco que hace que te odies cuando te miras al espejo y te consideres en los detritus del mundo. Así te enseñan a vivir.

En el libro cuentas que también te ocurría de pequeña. A la salida del colegio agarrabas la mano de tu padre “un poco blanco” cuando te insultaban llamándote negra: “Eso me hacía menos negra, menos insultable”.

También pasa. No me hizo falta venir a España para darme cuenta de que soy del sur. Estamos al sur de lo que es valioso, de los valores, de la belleza, del conocimiento. El sur es siempre despreciado. En esa reparación a veces te blanqueas, buscas estar al lado del poder, borras las huellas de su dignidad, escondes el apellido andino o dejas de hablar quechua. Eso pasa todo el rato. Todas esas son huellas coloniales.

Después de casi 20 años en España, ¿te sorprende que se celebre de esta forma el Día de la Hispanidad?

Bueno, es tremendo. Vergonzoso. No todo el mundo lo sabe en América Latina. Pero vienes aquí y te quedas loca. En Perú la fiesta patria es el 28 de julio, que se celebra la independencia. Es una fecha importante, aunque la independencia para nuestros países supuso que la élite blanca criolla sustituyera a la española. Transmiten la misma dominación de unas castas sobre las otras: los blancos arriba; los mestizos, los cholos y los indígenas abajo. La gente que te sirve allí siempre es andina. Es una brutalidad. Es un día a día.

El 12 de octubre los políticos y los reyes se reúnen en una plaza con una estatua de Cristóbal Colón en el centro y una bandera aterradora flotando por detrás. Eso indica que hay muchísimo complejo patrio

Y aquí la fiesta nacional es el 12 de octubre, el comienzo de la etapa imperial española. Un periodo signado por la violencia, la destrucción y la imposición de un mundo sobre otro, desde lo cultural y lo religioso hasta el exterminio y las enfermedades.Todo empieza en ese momento. Lo que va a devenir en esclavitud y en etnocidio se celebra en España como Día Nacional y día del orgullo patrio. Los políticos y los reyes se reúnen en una en una plaza con una Cristóbal Colón en el centro y una bandera aterradora flotando por detrás, la más grande de Europa. Eso indica que hay muchísimo complejo patrio y lo están sacando a pasear cada vez más. Lo hemos visto con Aznar y Vargas Llosa en el Congreso del PP. Su nueva interpretación del indigenismo es en realidad su racismo imperial monárquico de toda la vida.

De hecho, algunas estatuas de Colón en América están siendo derribadas, mientras que aquí coronan las plazas más grandes de España.

Este es un momento de altísima carga de colonialidad. Quién lo diría, pero casi que el PP ha mejorado a Vox en la visión ultraimperialista. Los pueblos de ascendencia indígena están encontrando sus herramientas para ser visibles, para ser escuchados y para hablar de sus propias luchas. Y eso les parece comunismo indigenista. Lo único que están pidiendo es que se quiten las estatuas de esclavistas de las plazas públicas por donde pasan sus hijos.

Aznar volvió a repetir entre aplausos que "España no tiene que pedir perdón" por su pasado colonizador.

Escúchame, te lo están pidiendo los descendientes de esos pueblos. Gente que está trabajando en sus heridas, descolonizándose y tratando de lidiar con esa mochila. Te están diciendo que esto no ayuda, que lo quites y que dejes de glorificar a asesinos, a gente que ha dejado unas huellas horribles en sus vidas y en sus ancestros. Y no solo no les escuchas, sino que sacas toda la artillería encima de la mesa de una manera monstruosa. Como Aznar burlándose de los apellidos de López Obrador. ¿Cómo puedes hacer eso? Cómo puedes convertir este reclamo justo en motivo de fragilidad masculina, patriarcal y colonial. Son lágrimas de colonialista.

También Ayuso se ha sumado a la “promoción” de la Hispanidad por el mundo, llegando a asemejarse con Isabel la Católica. Más allá del chascarrillo, ¿tienen efecto en la población migrante de aquí y sobre todo en cómo se perciben los países del sur?

Que retirar o tumbar estatuas de esclavistas se vea como una amenaza, que Ayuso se sienta Isabel la Católica y lo reivindique, o que en las últimas manifestaciones en calle del Perú viéramos flamear banderas con la Cruz de Borgoña, tiene un impacto en la vida cotidiana de la gente. Sobre todo en la población migrante que viene a Occidente, al primer mundo, buscando huir de países socavados por este mismo Occidente. Y lo primero que encuentran es la muerte en las fronteras y si logran entrar son perseguidos, encerrados y estigmatizados, incluso desde el Congreso, donde Vox llamó a un diputado “ilegal”.

No son payasadas. Si Ayuso, Abascal o Toni Cantó pueden lanzar estas barbaridades es porque existe una estructura racista y colonial que los avala.

El otro lado de esta celebración de lo colonial e imperial es la normalización de la supremacía racial de unos sobre otros. Su consecuencia es el racismo en la calle, nazis gritando contra nosotras y en las cada vez más habituales identificaciones policiales arbitrarias.

Aún estamos esperando que este Gobierno haga algo contundente y radical a favor de las y los migrantes antes de que volvamos a caer en manos de la derecha y la ultraderecha: abolir la inhumana e infame Ley de Extranjería. El racismo en España es estructural. No solo son las payasadas de Ayuso, Abascal o Toni Cantó que se vuelven carne de redes. Si ellos pueden lanzar estas barbaridades es porque existe una estructura racista y colonial que los avala.

No ayuda que el intelectual invitado a sus actos sea Vargas Llosa, que acaba de acusar a los peruanos y a otros latinoamericanos de “votar mal”. ¿Contribuyen estas declaraciones a ese ataque e infantilización?

Por supuesto, comparten la misma mentalidad eurocéntrica. No me sorprenden las declaraciones de Vargas Llosa, siempre que puede hace comentarios despectivos sobre las personas no blancas e indígenas, a las que llama arcaicas y obstáculos para el progreso. Hasta personas que no son precisamente de izquierdas han señalado su reciente deriva antidemocrática: la comprobamos durante las elecciones peruanas, cuando en un giro sorprendente decidió apoyar a la corrupta Keiko Fujimori y defiende que hubo fraude. Hoy votará por el partido de la Gürtel.

Haríamos mal en ignorar lo peligroso y violento de su discurso solo porque escribiera unas novelas maravillosas y fundamentales para mi vida y la de tantos otros. Basta ver con quiénes hace buenas migas y en qué foros, quiénes auspician sus eventos, hacia dónde apunta sus balas: no es contra el poder, es contra los que no tienen poder y buscan justicia y reparación histórica.

¿Qué es lo que se esconde detrás del relato hegemónico de la Hispanidad y cómo recomiendas acercarse a ello?

En Latinoamérica están acojonados porque el liberalismo ya no es un cuento que todo el mundo se traga. Ante esto la derecha conservadora, homófoba, racista y antiindígena se está aliando de manera organizada y global. Ya no hay casi diferencia entre un Abascal, un Vargas Llosa, una Ayuso, un Duque o un Bolsonaro. Se juntan, hacen cumbres y acuerdan cosas.

Yo recomendaría que el 11 de octubre vayan al memorial de Descolonicémonos ¡Nada que celebrar!, en la Plaza Colón, en los jardines del Genocidio. Al día siguiente hay una manifestación por todas las calles de Madrid para contraatacar los aires imperiales. Y por último, que vayan a ver la exposición de Sandra Gamarra en la Sala Alcalá 31. Es un perfecto espejo para el colonialista actual que se está reencarnando y viene fuerte.

Además de la descolonización, los otros dos grandes temas del libro son el duelo y el deseo interracial. Respecto al primero, ¿era la historia del tatarabuelo la forma menos dolorosa de abordar la muerte del padre?

Según la premisa del libro, la muerte del padre desata la investigación familiar. Desde el principio me descuelgo de la literatura del duelo. Me rebelo y digo que yo no escribo de eso. Pero durante el desarrollo de la novela empiezan a aparecer otros duelos. El duelo por lo que ha vivido la madre. El duelo por el borrado de la tatarabuela y el de todas las mujeres borradas de las grandes historias. Otro tipo de duelo es el de la figura del niño indígena robado por Charles Wiener. El descubrir que detrás de tu estirpe no hay solo expolio de cosas y de patrimonio, sino también de seres humanos. Esos son los duelos que más me interesan.

Haríamos mal en ignorar lo peligroso y violento del discurso de Vargas Llosa porque escribiera unas novelas maravillosas y fundamentales para mi vida y la de tantos

Charles llegó a Perú y tuvo un hijo con una nativa. Tú llegaste a España, te enamoraste de una española y tuvisteis un hije. ¿Cómo confluyen ambas relaciones interraciales?

Otras veces he hablado de amor y género; de amor y poliamor; de género y machismo; de poliamor y relación lésbica. En este libro quería cruzar el deseo con el racismo. Qué tan relacionado está el sexo y la racialización o el deseo y lo colonial. Cosas que han estado siempre en nuestra cabeza por despreciarnos, por tener la colonia metida. Son cosas que trabajamos en los talleres de descolonización. A ser deseables. Con lo cual, si yo me considero deseable, puedo desear a alguien como yo también. Una parte de descolonizarse es la celebración de lo indígena, de lo cholo y de lo mestizo.

Marcas en todo momento la diferencia entre tú y “la protagonista”. ¿Tiene Huaco retrato algo de realismo y algo de inventado?

Sí, sí. Este libro tiene más ambición novelesca que todo lo que he hecho en mi vida. Es una ficción, aunque están escritos mi nombre, mi apellido, los nombres de mi padre, de mi madre. Meto información verídica como nunca antes, pero lo hago como un juego literario. Manipulo obscenamente lo verídico y lo tergiverso para mis fines. Y así espero que se entienda también.

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