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Por qué ha indignado tanto la nueva escultura sobre la escritora feminista Mary Wollstonecraft en Londres

La estatua homenaje a Mary Wollstonecraft en Londres

Berta Gómez

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“Cuando me morí tenía 38 años, ¿sabes? Estuve enferma durante 10 semanas, tenía una hija, el pilates no existía, así que mi físico no era así exactamente”. Una usuaria de Twitter disfrazada de Mary Wollstonecraft, con una copa de champagne en la mano, parodia la reacción que habría tenido la escritora al homenaje que acaban de hacerle en Londres: una estatua en color gris metalizado, realizada en bronce, donde se ve un pequeño cuerpo desnudo saliendo de lo que parece una ola gigante. “El tema es que Vindicación de los derechos de la mujer es un libro que argumenta que hombres y mujeres deben recibir la misma educación, pero no va tanto sobre tetas plateadas”. 

Aunque se trata de un vídeo satírico, los miles de likes que ha recibido sirven como termómetro del torrente de opiniones negativas que ha recibido este monumento, recién inaugurado en Londres, y cuyo objetivo era conmemorar a una de las figuras más importantes para la historia del feminismo. Más allá de quienes se refieren a la obra como un auténtico esperpento, el foco de las críticas se ha centrado en dos cuestiones: por un lado, se afea que la figura de la mujer está desnuda sin que haya ninguna justificación evidente para que sea así; y, por otro lado, molesta que ni se parezca físicamente a la autora ni se haga referencia explícita a ningún aspecto de su vida u obra. 

De entrada, este parece un argumento innegable: Mary Wollstonecraft nació en 1759 y fue una de las filósofas y escritoras más relevantes para el desarrollo del pensamiento contemporáneo. A pesar de que escribió novelas, cuentos, ensayos y tratados, Vindicación de los derechos de la mujer (1792) –donde justifica por qué las mujeres son seres racionales igual que los hombres– es, sin duda, su obra más reconocida y por la que se ganó el apodo de “madre del feminismo moderno”. Wollstonecraft fue también precursora en la defensa del amor libre y la liberación sexual, madre de la autora de Frankenstein, Mary Shelley, y esposa del filósofo anarquista William Godwin. ¿Qué hay de todo esto en ese cuerpo desnudo y fibrado, esos pómulos portentosos y esa masa voluminosa, veinte veces más grande, que sostiene o engulle a la mujer de la cima? Desde luego, a simple vista, parece que nada. Absolutamente nada. 

“Imagínese si hubiera una estatua de un joven desnudo sexy en homenaje a, por ejemplo, Churchill. Parecería una locura. Esto también parece una locura”, tuiteaba la escritora Caitlin Moran, en la línea de otras figuras destacadas del feminismo británico como la investigadora Caroline Criado Pérez, quien afirmó que esta representación era incluso un insulto para la propia Wollstonecraft. Si el asunto se torna aún más grave es porque la construcción del monumento era el resultado de una campaña que denunciaba que tan solo un 10% de las estatuas londinenses homenajean a mujeres –un porcentaje que se reduce drásticamente al 3% si eliminamos todas las figuras de la realeza o religiosas–.

Durante 10 años, los vecinos del barrio de Newington, donde vivió y dirigió su propio colegio Mary Wollstonecraft, habían recaudado donaciones hasta llegar a las 143.000 libras que costaba rendirle un homenaje en forma de estatua a la pionera feminista y reducir así, al menos en parte, esa desigualdad. Reunidos bajo el nombre Mary on The Green, fueron ellos mismos los primeros en sentirse decepcionados y desconcertados con el resultado: dada la motivación última de la campaña, la desnudez resultaba aún más vergonzosa por comparación con sus homólogos masculinos, todas las figuras de hombres escritores llevan pantalones en sus correspondientes estatuas londinenses. 

Llegados a este punto, tuvo que pronunciarse Maggie Hambling, la autora de la obra y una de las pocas defensoras que le quedaban a la figura. “Creo que hay un malentendido, el encargo no fue de una escultura de Wollstonecraft sino sobre ella, en homenaje a ella, de su espíritu libre, y decidí que lo mejor era representarla como una mujer cualquiera, no circunscrita a ninguna época. No es una imagen heroica convencional de Mary Wollstonecraft. Es una escultura de ahora, pero con su espíritu”, explicaba la artista en la BBC ante el revuelo causado.

“Por eso aparece desnuda, porque las ropas son una forma de limitación en el tiempo y en el espacio, una manera de constreñirnos. Además, es un sano contraste con los aburridos monumentos a los hombres, todos iguales”. A ella se unió también la directora del proyecto, la escritora Bee Rowlat, quien afirmó que estaba segura que a Wollstonecraft le hubiera encantado el monumento: “Este trabajo es un intento de celebrar su contribución a la sociedad con algo que va más allá de las tradiciones victorianas poniendo a la gente en pedestales”.

¿Es posible huir de los códigos visuales patriarcales?

A pesar de que los argumentos no resultaron muy convincentes –las burlas en cuanto a la diferencia del de Mary o para Mary son interminables en las redes sociales- lo cierto es que al menos sí abren la posibilidad de que no se trate de un episodio más de machismo burdo, el acto reflejo de nuestra cultura androcéntrica, sino más bien de un ejercicio artístico fracasado o, por lo menos, fuera de lugar. 

“Mi primera impresión es pensar: qué cosa más horrorosa”, afirma la historiadora de arte Tania López, “pero luego, al pensarlo y valorarlo desde una perspectiva artística, creo que trata de vincular el cuerpo con la idea. No sé si estaría de acuerdo en su representación, y me parece mucho decir que a Mary le gustaría mostrarse así, porque probablemente a ella le gustaría más estar con sus obras o junto a sus amigas, a las que estaba muy unida, pero creo que lo trata de hacer aquí Hambling es vincularla con la diosa razón. No sé si eso justifica toda la fealdad, pero puedo apreciarla como una forma de distinguirse de las representación de Churchill o cualquier otro hombre con su traje o con sus movidas de señores. Esto es novedoso: rompe un poco con qué se considera una representación correcta en una estatua, nos abre un poco más la mente en ese sentido”.

Para Emma Trinidad, autora del blog especializado Contemporaneidades, directamente sería “un homenaje fallido en tanto que el problema radica en una errónea lectura y elección del lenguaje artístico”, y continúa explicando que aunque Hambling intente huir de ahí, como ha afirmado después, el resultado no es más que lo de siempre: “la autora se ha posicionado en un lenguaje de representación clásico, eligiendo los ideales del canon clásico, aquellos que hemos consensuado como los más elevados en occidente a lo largo de la historia por atemporales y permanentes. Un canon que evidentemente ha excluido a las mujeres y que en el caso de su representación las ha presentado objetualizadas cuando no hipersexualizadas”. 

En este sentido, ambas coinciden en que estaríamos ante una especie de contradicción entre el valor artístico de la obra y su función pública: puede que la obra sea estéticamente coherente con la obra de la autora, con sus ideas y que, por lo tanto, su justificación y su motivación para representar a Wollstonecraft de este modo sea plausible; pero no deberíamos perder de vista que se trata de un monumento expuesto en un parque público, dirigido a todo aquel que mire: personas que, en su mayoría, no comparten los códigos de la autora, y que por lo tanto difícilmente podrán compartir o intuir su misma interpretación. 

100%

“Es fundamental tener en cuenta que se trata de una estatua para todo el mundo. Cuando lo que estás haciendo es un reconocimiento a una una mujer extraordinaria, que avanzó muchísimo el pensamiento, tienes que pensar en el público y en cómo lo van a entender, y no parece que haya sido así, más bien parece que ha pensando en los críticos de arte. Según los códigos de imagen iconográficos actuales, de los que no podemos huir fácilmente al observar una obra, no consigue hacer un homenaje, hacernos recordar a Wollstonecraft”, explica Tania López, que a pesar de ver ciertas virtudes en la obra, entiende perfectamente el desconcierto que produce, “es cierto que hay un montón de artistas feministas que están cambiando el imaginario, y sí que te hacen pensar, pero esta en concreto no creo que te lo permita sin tener una formación de arte o incluso más específica. Simplemente es demasiado ruda como para plantearte cosas, no te da más herramientas para sacar conclusiones, es un cuerpo crudo como quien dice, así es normal que haya molestado”.

María Isabel Gasco, presidenta del Grup d’Història de les Dones que fan Història, dedicado a rescatar biografías de mujeres muchas veces silenciadas, lleva durante años denunciado la inexistencia de paridad en cuestiones monumentales: aquí las cifras son similares a las de Londres. En concreto, en Barcelona existen 168 estatuas de hombres por solo 14 de mujeres y ni siquiera todas tienen nombre y apellido. Al ver la escultura de Wollstonecraft, Gasco tampoco acaba de celebrarla, ni cree que pueda valorarse fuera del marco patriarcal: “lo primero en lo que pienso al ver la fotografía de esta escultura –me resulta difícil juzgar el impacto emocional que puede tener el original– es en la despersonalización de Mary Wollstonecraft y en su elevación a la categoría de alegoría, de ideal de mujer inalcanzable”, explica. “Parece que es la idea de la autora al hacer el monumento para Mary y no de Mary, pero recuerda demasiado a la forma tradicional masculina de idealizar a las mujeres, poniéndolas en un pedestal –siempre jóvenes y bellas, encarnando las virtudes y modelos a seguir– y alejándolas de las mujeres reales. Es como si una mujer, sea quien sea, no mereciera un reconocimiento por sí misma: en el siglo XXI, todavía me parece oír ecos del XIX”. 

No estaríamos, por lo tanto, frente a la misma polémica de siempre –la representación de las mujeres en el arte–, sino que las particularidades del caso abren el debate hacia nuevas direcciones: no se trata solo de entender el espacio público como un espacio en disputa, donde la representatividad se erige como un elemento clave del urbanismo feminista, sino también de pensar cómo la forma tradicional de organizar ese espacio público responde también a criterios androcéntricos, que no hacen sino reproducir las mismas desigualdades. La pregunta, entonces, sería hasta qué punto es posible imaginar otras formas de homenajear, reconocer y dar visibilidad a figuras como Mary Wollstonecraft sin recurrir a la lógica del monumento, a los cánones tradicionales. Por ahora, no parece que esta sea la respuesta.

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