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Poesía

Luna Miguel: “Me gustaría retratar los miedos del hombre que se quiere deconstruir pero sabe que no puede”

Luna Miguel.

Clara Giménez Lorenzo

4 de junio de 2021 22:10 h

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A menudo, evitamos mirarnos en los ojos de nuestra pareja. Resulta doloroso; en ellos no solo se reflejan la ternura y el amor, también la incomprensión, la soledad, la falta de deseo o su inevitable proyección hacia cuerpos ajenos. ¿Y si imagináramos cómo ve la vida —la paternidad, el sexo, la masculinidad— ese otro? Luna Miguel (Alcalá de Henares, 1990) se asomó durante cinco años a la intimidad de su compañero, que le sirvió como punto de partida para elaborar poéticamente una figura: la del escritor macho, aquel que se enfrenta diariamente a sus contradicciones y que ama “torpemente / casi como lo haría un hombre”. 

El resultado es Poesía Masculina, su séptimo poemario, que acaba de ser publicado por La Bella Varsovia. El título, explica la autora a elDiario.es, “es una provocación, nace de un momento de rabia”, también un juego con la concepción de lo masculino como hegemónico. Recuerda un instante concreto, en 2016, cuando comenzó a gestar los primeros poemas y leyó Configuración de la última orilla, una obra de Michel Houellebecq en la que aparecen una serie de poemas bajo el epígrafe memorias de la polla. “Todo lo que hacía Houellebecq en ese libro se entiende como poesía femenina cuando lo hace una mujer: hablaba de sus genitales, de su sexualidad, del amor, de la intimidad....pero nadie en ninguna reseña decía: 'este hombre hace poesía masculina'”, asevera.

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Somos reduccionistas, apunta Miguel, cuando catalogamos la poesía hecha por mujeres que trabajan el cuerpo, la sexualidad o el amor como “femenina”. Ella misma lleva más de una década tratando esas mismas temáticas, desde la publicación en 2010 de Estar enfermo —reeditado en La Bella Varsovia junto a sus otros poemarios—, lo que le ha valido el sobrenombre de “la poeta del cuerpo”. “Me pregunté qué pasaba si cogía los códigos que definían también mi poesía y los masculinizaba, con una masculinidad muy determinada: heterosexual, cisgénero... de repente me di cuenta de que el ejemplo más cercano que tenía era el de mi propia pareja, con la que he compartido prácticamente toda mi vida adulta, el padre de mi hijo”, relata.

“Fue muy difícil, sabía a dónde quería llegar, pero no cómo iba a ser el camino. Además, llevaba algunos años leyendo casi exclusivamente mujeres, entonces, imponerme una voz masculina cuando mi mundo literario era profundamente femenino y desde un enfoque feminista fue un proceso rarísimo”, recuerda. Poesía masculina comienza con una cita de Houellebecq, parte de la doble capa de referencias que está presente en la narración: además de Houellebecq, Fréderic Beigbeder o Jean Genet, van cobrando cada vez más presencia las lecturas de Sharon Odds, Anne Carson, Anne Sexton o Hilda Doolittle. “También me gustaría pensar que en este libro hay un acercamiento a una tradición de poesía erótica que en España está perdida”, recalca Miguel, y reivindica a autoras como Clara Janés.

Un retrato de las contradicciones inevitables

“Los dos sabemos de sobra que nuestros corazones son grandes / y que en ellos a veces resuenan las risas de otros / eso nunca nos ha importado / en la teoría pero la práctica siempre es diferente”. Tal vez lo más impactante de Poesía masculina es la honestidad con la que se abordan ciertas contradicciones —“si mi amiga supiera / que el que abusó una vez fui yo / se levantaría espantada de esta mesa / o se quedaría en ella como se quedó mi esposa”— y temas como el aborto desde la perspectiva del otro —“ochenta y seis centímetros de ancho un ataúd etéreo / para algo que ignorábamos hasta su mismo luto”—. Es sencillo rastrear ciertas escenas y lugares en la biografía de la autora, que insiste en que el proceso “ha sido desde la imaginación; yo me inventé, por ejemplo, cómo habría sido la infancia de esa otra persona, sus traumas de adolescencia, pero como la imaginación se construye a partir de cosas reales dio la casualidad de que muchas veces él me decía: ¿cómo has sabido que esto lo viví así?”.

Todos tenemos una serie de experiencias comunes, opina Miguel, y este libro da cuenta, con palabras incisivas y un ritmo veloz, de algunos sentimientos universales como el desamor plasmado en ciertos momentos imperceptibles donde la pareja intuye que está dejando de quererse. Pero también intenta imaginar un nuevo enfoque al escribir sobre la paternidad: “solo la he encontrado de forma ocasional, patética en el sentido de querer volver divina la experiencia del día a día, lo que quiere decir que tal vez esos padres no han pasado el tiempo suficiente con sus hijos. Me apetecía, en ese juego de qué sería la poesía masculina, poner de relieve estos detalles tan íntimos en la vida de un padre y un hijo”, sostiene. 

Cuestionar el rol del hombre en cuanto a la paternidad va de la mano con otro de los temas que actualmente están presentes en el debate público: la nueva masculinidad. “Para mí, no existe, es un invento de quienes saben que nunca van a ser feministas para sentirse menos culpables, ya no por ellos mismos, sino por la misoginia y el machismo histórico que ha impregnado el mundo. Creo que estamos en un momento en el que muchos hombres se sienten perdidos, solo hay que leer los artículos que escriben nuestros compañeros al respecto”, expresa Miguel. “Me gustaría que Poesía masculina retratara los miedos del hombre que se quiere deconstruir pero sabe que no puede”. 

“De hecho, dudo que un hombre heterosexual, cisgénero, en pleno 2021, pueda ser realmente feminista”, sentencia la autora. Una idea que se hace cada vez más explícita conforme avanza el poemario, plasmada sin ningún tipo de rabia. Miguel cree que la vertió en algunas de sus anteriores obras, como la novela El funeral de Lolita (Lumen, 2018), donde reflejaba a un abusador, o el ensayo El coloquio de las perras (Capitán Swing, 2019), en el que arremetía contra la figura del escritor macho. “Después de esa rabia, también hay que hacer el trabajo de comprender. Últimamente hablo mucho de eso: después de la cultura de la cancelación, la cultura de la reparación, que consiste en el trabajo que están haciendo algunos hombres, pero también el que debemos hacer nosotras: luchar por nuestra tranquilidad, cuidarnos para sentir paz. También merecemos un espacio de calma, no tenemos que estar luchando, demostrando cosas todo el rato”. 

Su propio espacio de calma, afirma Miguel, ha sido la escritura de estos poemas, que le han permitido “explicar a mi enemigo; lo era muchas veces, cuando había que debatir ideas sobre paternidad, modelos de familia, amor, feminismo, aunque fuera mi esposo”. “Un escritor también son sus circunstancias, su círculo de amigos, sus influencias, y una de las cosas que más me emociona del momento presente es, después de haber estado pensando junto a alguien durante tantos años, qué va a ser de mi poesía y mi pensamiento ahora”, concluye. Pero tiene claro, si tuviera que escoger una cita para definirse a sí misma como creadora, que lo haría con una frase que leyó recientemente en los diarios de André Gide: “mi corazón necesita derramar el afecto que me oprime”.

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