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¿Quién quiere quemar un libro? Lecciones del incendio con un millón de “pérdidas” del que nadie habló

Imagen de archivo del incendio de la biblioteca de Los Angeles

Mónica Zas Marcos

Hace unos años, la escritora Susan Orlean se subió al cerro más alto de Los Ángeles dispuesta a incinerar un ejemplar de Farenheit 451, de Ray Bradbury. La elección no fue fácil, pero tampoco casual, porque al fin y al cabo era una novela que trataba sobre el aterrador poder de quemar libros. Orlean quería experimentar lo mismo que la persona que hizo arder la biblioteca pública de Los Ángeles el 29 de abril de 1986 y provocó el mayor incendio de estas características de la historia de EEUU. 

Lo que iba a ser un procedimiento sencillo y aséptico para su investigación, terminó por remitirle a tiempos en los que los nazis prendían fuego a montones de Torás y le resultó repulsivo. Tanto, que estuvo a punto de cancelar su pequeño acto vandálico y regresar colina abajo con los diez cubos de agua que había preparado para sofocar la pira. No obstante, lo primero que aprendió es que no los necesitaba para nada.

“Fue tan rápido que me dio la impresión de que había explotado. El libro estaba allí y, en un abrir y cerrar de ojos, había desaparecido”, escribe Orelan en La biblioteca en llamas, su último ensayo. Describe la sensación como una extraña euforia inicial que desembocó en un sentimiento espeluznante de aniquilación, “de constatación de lo rápido que se puede hacer desaparecer algo preñado de historias”.

Después vino una desazón extraña porque “sabía perfectamente que no era el único ejemplar”, nos cuenta la también periodista del New Yorker y The New York Times. La autora de bestsellers como El ladrón de Orquideas acaba de pasar por el ciclo Kosmopolis, celebrado en el CCCB de Barcelona, y se encuentra de gira por España para promocionar el libro. 

Para ella fue como traicionar a uno de sus recuerdos favoritos de la infancia, cuando acompañaba a su madre a la biblioteca de Ohio y ambas se repartían los ejemplares para leerlos en orden de la fecha de entrega. También por eso sintió la necesidad de investigar un incendio que ocurrió hace casi treinta años, que se llevó por delante un millón de libros en la ciudad de Los Ángeles y del que casi nadie habló.

Tras haber prometido retirarse de la literatura, Susan Orlean publica La biblioteca en llamas (Temas de Hoy) como colofón a seis años de entrevistas y persecución de un true crime sin salida.

“Ha sido una historia muy emocional para mí, y creo que si la hubiera mirado solo desde los ojos de una periodista y restándole esa emoción, el resultado habría sido muy distinto”, confiesa transmitiendo ese entusiasmo con sus dos ojos azules. “También fue una forma de rendirle homenaje a mi madre, quien al fin y al cabo me transmitió el interés por ellas”, continúa.

Cuando tuvo lugar el incendio de Los Ángeles, Orlean vivía en Nueva York y el suceso apenas recibió atención mediática desde la gran manzana. No es de extrañar, ya que la central nuclear de Chernóbil había estallado un día antes y el país estaba tiritando ante la brutal caída del mercado de valores. Además no hubo víctimas, por lo que fue relegado directamente a la página 42 de la mayoría de las cabeceras.

“No podía entender cómo no había tenido noticia de un acontecimiento de semejante magnitud, especialmente de algo relacionado con libros”, cuenta. No fue como si un cigarrillo hubiese prendido un contenedor: las columnas de humo encapotaron el cielo durante casi ocho horas, se alcanzaron temperaturas de mil grados centígrados, acudieron casi todos los bomberos de la ciudad de los que 50 resultaron heridos y se perdió un millón de ejemplares entre los calcinados y los deteriorados.

“La cantidad de ejemplares destruidos o estropeados es igual al número total de libros de quince bibliotecas normales”, escribe Orlean. Y, aunque esas no hubieran sido cifras suficientes para captar la atención del país, las económicas no se quedan atrás: fueron necesarios catorce millones de dólares para reemplazar los libros perdidos sin incluir el gasto del reabastecimiento de la biblioteca.

Pero ni siquiera aquello competía con el hecho de que el personal, la policía y los bomberos creían que el incendio había sido provocado. ¿El culpable? Harry Peak.

La quema como venganza política

Desde el primer momento Susan Orlean se encandiló de la historia de Peak, un guaperas de Palm Springs que se mudó a Los Ángeles convencido de que estaba llamado a ser el próximo James Dean. Frente a su familia era uno más entre lo más granado de Hollywood, pero en las lindes del paseo de la fama nadie reparó en su presencia. Según su hermana era un mentiroso compulsivo y un fantasma total, por eso confesó ante sus amigos que él había iniciado el incendio de la biblioteca.

Peak, su larga cabellera rubia y su personalidad cambiante se convirtieron en los principales protagonistas de un true crime para Orlean. Durante meses fue el único señalado por las autoridades, pero finalmente fue absuelto. “Al principio pensaba que necesitaba sacar una conclusión sobre el quién lo hizo y sobre Harry Peak. Y luego pensé que no sabía la respuesta, que nadie la sabía y era una locura pensar que yo podía resolver el misterio”, admite sin frustración.

La historia que escondían las cenizas era demasiado jugosa como para dejarla escapar. Pero, tras hacer cientos de entrevistas y una revisión exhaustiva de los documentos, también ella tuvo que admitir que los hilos rojos no mostraban un final absoluto sobre el tablero. Sin embargo, quitándose el traje de investigadora, Orlean cree que sí lo hizo: “Pero no fue algo planeado a conciencia, más bien un impulso estúpido de los que le solían caracterizar y que acabó muy mal”.

Aunque no le regaló un final de novela policíaca, lo que sí le debe a Peak es el resto de la tesis de su libro. ¿Qué puede llevar a alguien querer reducir a cenizas un libro, o peor, una biblioteca entera? “La idea de destruir un sitio así parece inverosímil y ofensivo. Pero el hecho de que sean tan importantes para nosotros las convierten un blanco por muchos motivos”, analiza la escritora.

Desde el asalto final a la biblioteca de Alejandría en el año 640 hasta las Feuersprüche celebradas por los nazis, la quema de libros ha sido un acto de venganza política y un objetivo en guerra. En las últimas, una festividad nazi traducida literalmente como “el hechizo del fuego”, las obras incluidas eran las firmadas por judíos o autores de izquierdas.

“Destruyeron unos cien millones de libros en los doce años que estuvieron en el poder y, junto a los bombardeos, La Segunda Guerra Mundial fue el periodo más oscuro para los libros y las bibliotecas de la humanidad”, explica Orlean, quien con apenas un poco de investigación vio refrendado su argumento de que las bibliotecas y librerías son mucho más que museos de libros; son centros peligrosos que incitan al pensamiento. Y el pensamiento crítico asusta al poder.

Lo más importante del incendio de Los Ángeles no fue encontrar al culpable, sino el esfuerzo de centenares de trabajadores arrimando el hombro al mismo tiempo para recuperar el legado perdido, organizarlo y volverlo a ofrecer.

En Senegal, cuando alguien muere, se dice de forma poética que su biblioteca ha ardido. “La consciencia de cada individuo es un recuento de recuerdos que hemos catalogado y almacenado en nuestro interior, la biblioteca privada de la vida que hemos vivido”. Y esa fue la lección más importante de aquel 28 de abril de 1986.

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