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'Señoras que se empotraron hace mucho', lesbianas que la historia hizo pasar por “amistad romántica”

Rachel Weisz (Sarah Jennings) y Olivia Colman (la reina Ana) en la película 'La favorita'

José Antonio Luna

“Os voy a contar la historia de las dos señoras que se empotraron y luego no se sabía si eran lesbianas porque se regalaron una biblia”. Así comenzaba el famoso hilo de Twitter de Cristina Domenech. Por entonces no lo sabía, pero aquella anécdota tendría un alcance inimaginable y acabaría revelando un interés desconocido por unas protagonistas en ocasiones silenciadas por la historia: lesbianas que se rebelaron contra el matrimonio y desafiaron las convenciones sociales.

“A los tres días pasé de 200 seguidores a 10.000, y la gente pedía más de estas historias”, explica a eldiario.es la doctoranda en literatura histórica desde una perspectiva queer. Ahora publica el libro Señoras que se empotraron hace muchoSeñoras que se empotraron hace mucho (Editorial Plan B) en el que se pueden repasar muchas de estas anécdotas. Historias que empezó a recopilar cuando era adolescente y ni siquiera tenía posibilidad de acceder a un archivo en condiciones.

Su libro recopila casi una veintena de personajes ilustres desde el siglo XVII hasta el XX, adentrándose con todo lujo de detalles en anécdotas que nunca deberían haber sido secretas. Pero lo fueron, y por eso ha sido necesario bucear entre actas judiciales y biografías incompletas para sacarlas a la luz. Aprovechando la ocasión y con ayuda de Domenech, repasamos muy brevemente las memorias de cuatro autoras (una por cada siglo) que desafiaron las convenciones de su época para expresar y vivir su sexualidad libremente.

Siglo XVII: Julie d' Aubigny (Mademoiselle de Maupin)

La realidad y la ficción se mezcla en lo que se sabe de Julie d’ Aubigny (Mademoiselle de Maupin), pero hay algo de lo que no queda duda: fue cantante de ópera, duelista de esgrima y bisexual. “Hacía lo que le venía en gana y le daba igual si era en una taberna o en el baile del rey. Era súpersalvaje y tenía una mecha muy corta”, apunta la autora. Fue precisamente esta naturaleza impulsiva la que le llevó a hacerse amante del jefe de su padre, secretario del Caballerizo Mayor del Palacio de Versalles, aprovechando este vacío legal para que su progenitor no pudiera recriminarle que se acostara con nadie.

De ella se enamoró la hija de un influyente comerciante, algo que provocó que su padre, para alejarla de Maupin, la mandara a un convento en Aviñón. No fue suficiente para detenerla. La Julie d’ Aubigny la “rescató” de una forma muy particular: cogió el cadáver de una monja, lo metió en la cama de la muchacha y, no contenta con ello, prendió fuego al convento antes de escaparse. ¿Por qué toda la parafernalia con la difunta? Quién sabe.

“Esta mujer tenía dos cosas: era muy pesada, ya que se sabe que a base dar la brasa a la gente conseguía que le hicieran entrevistas para la ópera; y segundo, que después de todo, aunque se hubiese ganado la vida muchas veces en la calle, nació en un ambiente muy noble, entonces tenía conexiones bastante importantes. Además, mucha gente le tenía un poquito de miedo, porque era bien sabido que como se le cruzaran los cables te retaba a un duelo y no se le conoce duelo perdido”, explica la doctoranda.

Siglo XVIII: Eleanor Butler y Sarah Ponsoby. Las damas de Llangollen

Son conocidas como las “amigas románticas” más famosas de todos los tiempos, un fenómeno social según el cual las amistades entre mujeres se vivían con mucha intensidad. Se consideraba que las mujeres eran ignorantes con respecto al deseo sexual, y que por tanto podían dormir juntas o besarse sin despertar sospechas. Todo, siempre y cuando, fuera entre chicas y no hubiera ningún hombre de por medio.

Fue así como se fraguó la relación de Eleanor Butler y Sarah Ponsoby, que vivieron aquella “amistad romántica” típica de la época. Pronto activaron lo que Domenech llama en su libro “Operación Irnos a Vivir al Campo”. Es decir: escaparse de la urbe para irse a vivir juntas y libres a las afueras.

De hecho, se convirtieron en todo un fenómeno social entre la gente, y llegaron a visitarlas personalidades como Lord Byron o Walter Scott. Incluso la reina Charlotte quedó fascinada e insistió a Jorge III para que les diera una pensión vitalicia. “Una paga por ser bolleras”, como señala la autora.

En sus diarios no hay rastro de si realmente tuvieron relaciones sexuales o no, pero… Al final, ¿es necesario? “Renunciaron públicamente al matrimonio, vivieron 50 años juntas, no se separaron ni un día... La reflexión que yo quiero poner aquí, sobre todo poniéndolo en contexto en el siglo XIX, es.... ¿Realmente importa que hubiese sexo?”, se pregunta Domenech.

Siglo XIX: Janes Pirie y Marianne Woods

Esta es la historia del mencionado hilo viral con el que comenzó todo. Janes Pirie y Marianne Wood, amigas románticas desde jóvenes, decidieron abrir juntas una academia en la que vivían con sus alumnas. El problema llegó cuando una de sus pupilas empezó a notar “cosas extrañas”, como que “movían la cama mientras respiraban muy fuerte”.

La abuela de la niña hizo público el rumor e, incluso a sabiendas de que no llevaban razón, Pirie y Wood la denunciaron por calumnias. “Ya son ganas de juerga. Llegaron a decir que la niña se lo había inventado porque como era india pertenecía a otro país con unas mentes más perversas. Al final ganaron y les tuvieron que recompensar”, señala Domenech.

Que el jurado declarara culpable a las dos compañeras también conllevaba tirar por tierra todo el concepto de amistad romántica. No podía ser que dos mujeres sintieran ese tipo de deseo. Como prueba, además, presentaron una biblia que se regalaron con la siguiente dedicatoria: “Nunca la abras sin pensar en la que renegaría de toda amistad, menos la de Dios, por poseer la tuya”.

Siglo XX: Sidonie-Gabrielle Colette

Colette fue una de las autoras más importantes de Francia, bisexual y amante de los gatos, a pesar de que ella nunca se consideró una escritora. Triunfó con Claudine en el colegio, un texto semibiográfico de su juventud que hablaba de sexo y relaciones lésbicas con una enorme novedad para la época: estaba escrito desde el punto de vista de una mujer. Aun así, se publicó bajo el nombre de su marido.

“Tuvo una juventud bastante dura, con su matrimonio y con el robo de los derechos de autor y el obligarle a escribir”, explica la autora. Aun así, empezó a relacionarse en ambientes bohemios parisinos y a tener relaciones lésbicas de forma abierta, algo de lo que su marido era consciente. Mientras no fueran hombres no importaba, pues según él aquello le servía como inspiración para sus libros.

Sin embargo, se enamoró de Mathilde de Morny (Missy). Fue entonces cuando pidió el divorcio y que se le reconociera como autora en las novelas, pero ya era demasiado tarde: su marido vendió los derechos cuando estaban bajo su nombre.

Posteriormente aprovechó para dar rienda suelta a su creatividad teatral junto a su pareja. Una de esas representaciones fue El sueño de Egipto, en la que Colette hacía de momia y Missy del arqueólogo que la descubre, le quita las vendas y, por último, la besa. Cuando ocurrió, el público enloqueció. “Que te echen del Moulin Rouge por obscenidad a principio del siglo XX... Eso tendría que ir en el currículum”, bromea Domenech.

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