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Libros

'Valle Inquietante': las luces y las sombras de Silicon Valley relatadas por una extrabajadora convertida en escritora

Portada de 'Valle inquietante', de Anna Wiener. Libros del Asteroide.

Carmen López

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En 2013, Anna Wiener (EEUU, 1987) dejó su trabajo en una agencia literaria de Manhattan con un sueldo precario y pocas perspectivas de ascenso. El futuro pintaba poco esperanzador si seguía en el mundo editorial, así que se presentó a una oferta de empleo en una startup de libros digitales. No fue una decisión fácil, quería aferrarse a la idea de realizarse a través de su trabajo y era más probable conseguirlo en el entorno de la literatura que en el de las tecnologías. Tampoco sabía que ese era el primer paso hacia Valle inquietante, el exitoso libro en el que detalla su experiencia como trabajadora en Silicon Valley. Libros del Asteroide lo publica ahora en España traducido por Javier Calvo.

El germen de la obra fue un artículo publicado en la revista n + 1, que en un principio iba a ser una reseña sobre un libro titulado Lean Out pero se convirtió en un compendio de anécdotas vividas en su primer empleo en el epicentro de las empresas de tecnología. El texto se viralizó y Dayna Tortorici, editora de la publicación, detectó el potencial que tenía el material de Wiener y la animó a convertirlo en un libro. La escritora había dejado sus observaciones durante su estancia en San Francisco, muchas de ellas de manera inconsciente: gran parte de su documentación estaba en los emails que enviaba a sus amigos de Nueva York, en chats con antiguos compañeros de trabajo o en correos que se enviaba a sí misma con apuntes de algo que le había ocurrido.

Tortorici la empujó a dar más detalles de los que en un principio plasmaba en sus escritos. No quería comprometer a nadie, ya que en el sector es muy habitual firmar cláusulas de confidencialidad cuando se acepta un trabajo. De hecho, los compañeros o conocidos a los que menciona explícitamente leyeron antes los pasajes y mostraron su conformidad antes de la publicación. Pese a todo, Wiener no da los nombres de los directivos o de las empresas que salen en el libro. Utiliza eufemismos como “la red social que todo el mundo odiaba pero no podía dejar de usar” o la start up cuya mascota es un dibujo de un animal “híbrido de gato y pulpo con tentáculos y ojazos enormes”. Ninguna es demasiado difícil de identificar, aunque sea haciendo una rápida búsqueda en Internet. 

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Al llegar a San Francisco, Wiener se encontró con una ciudad que perdía rápidamente el espíritu que la había caracterizado hasta entonces. “En su lugar se estaba imponiendo un paisaje infernal tardocapitalista, según me informaban mis amigos. Los alquileres estaban subiendo como la espuma, las galerías de arte y los locales de conciertos cerraban. Veinteañeros con camisetas corporativas, que nunca se terminaban las cervezas y que se quejaban cuando alguien fumaba un cigarrillo en la acera demasiado cerca de la puerta, habían inundado los bares. Veinteañeros que iban a la discoteca con zapatillas de correr estabilizadoras. Que decían 'ka' en lugar de 'mil'”, relata. Pronto pasaría a formar parte de ese mismo colectivo, casi sin darse cuenta.

En aquellos tiempos, los fundadores y dirigentes de las startups eran en su mayoría hombres blancos que no tenían más de 30 años (y lo siguen siendo). Muchos habían dejado sus carreras para emprender y sus cuentas bancarias acumulaban cientos de miles de dólares. El objetivo era recaudar fondos de inversores y con suerte conseguir el estatus de ‘startup unicornio’, un término acuñado por Aileen Lee, fundadora del fondo de inversión Cowboy Ventures, para referirse a las empresas que consiguen 1.000 millones de dólares de inversión antes de salir a bolsa. 

La primera startup de Silicon Valley en la que trabajó Wiener se dedicaba a la gestión de datos, una actividad bastante cercana a las técnicas de espionaje de la NSA que denunció Edward Snowden. Algo que sucedió mientras ella estaba allí, pero que apenas causó impacto en la organización. Su puesto era en el departamento de atención al cliente, un escalafón bajo en una empresa en la que el CEO era algo así como 'El amado líder' y los programadores, los reyes del mambo. De una u otra manera, la dinámica hacía que los trabajadores adquiriesen de manera inconsciente un nivel de identificación con la startup que les hiciese 'entregarse a la causa'. Tanto que era relativamente fácil pasar por alto algunos detalles como la desigualdad de género imperante. 

“Quiero que termines dirigiendo el departamento de atención al cliente –me dijo el CEO, inclinándose hacia mí–. Necesitamos más mujeres en roles directivos”, le dijeron a la protagonista y escritora del libro. “No se me ocurrió mencionarle que si quería más mujeres en roles directivos, quizás debería empezar por contratar a más mujeres. Tampoco le dije que, incluso si contrataba a más, seguiría habiendo elementos de la cultura de nuestra empresa que podían resultarles incómodos a las mujeres. De hecho, solo le dije que estaba a su disposición”, cuenta. El tema es recurrente ya que era –y sigue siendo– uno de los males endémicos del valle en el que se idean las herramientas tecnológicas y las aplicaciones que gestionan la vida cotidiana en las sociedades desarrolladas.

Aterrizó en su segundo empleo poco después del escándalo desatado por la denuncia de discriminación de género por parte de una de las trabajadoras. “Afirmaba que la startup era un club de machos, una institución sexista hasta la médula: sus colegas la trataban con condescendencia, le deshacían y le borraban el código y habían creado un entorno de trabajo hostil. Describía una cultura corporativa en la que a las mujeres se les faltaba al respeto y se las intimidaba”, explica. “Todo eso me escamaba, pero también me pregunté si quizás no podría beneficiarme de algún modo el unirme a una organización inmediatamente después de un alboroto como aquel (...) estaba claro que, después de los sucedido, las mujeres tendrían voz y voto. Llámese engaño o ingenuidad, estas conjeturas me parecieron estratégicas”.

“Sé fabulosa”

Aquel fue un esbozo del #MeToo que años más tarde arrancaría en Silicon Valley, pero que nunca llegó a tomar fuerza suficiente como para convertirse en un terremoto como sucedió en la industria del cine. En este caso, la startup llevó a cabo una investigación, dimitió uno de los socios implicados y el otro se mudó a Francia. Contrataron a una consultora de gestión para concienciar a los trabajadores de la importancia de la diversidad, quitaron la expresión “sé fabulosa” de las ofertas de trabajo. También eliminaron las banderas del lema “en la meritocracia confiamos” que tanto gustaba a los fundadores y ascendieron a empleadas sin experiencia directiva a puestos de mando intermedio desprovistos de autoridad.

Hubo empleados que se sumaron a la transformación con efusividad mientras que otros, sobre todo los más veteranos, se sintieron atacados. En todo caso, el cambio no fue significativo.

Su trabajo fue haciéndose cada vez más complicado de gestionar, en gran parte por el clima político y social que se estaba gestando más allá de la burbuja de Silicon Valley. El material inapropiado –los usuarios podían subir contenidos a la plataforma– cada vez era más ingente y alarmante. El equipo de 'Condiciones de uso', del que ella formaba parte junto a otras tres personas, se encargaba de controlar las infracciones de los nueve millones de usuarios y los mensajes de odio cada vez eran más frecuentes (las elecciones presidenciales que hicieron a Trump presidente de Estados Unidos cada vez estaban más cerca). La startup recibió una importante ronda de financiación y las rutinas empezaron a parecerse más a las de una empresa convencional y menos a una ludoteca para post-adolescentes.

En 2018, Wiener dejó su puesto. La mayoría de las opciones sobre acciones de empleada ya eran ejecutables y cuando se abrió el plazo de compra adquirió todas las posibles con todo el dinero de su cuenta de ahorros. Aunque no se hizo millonaria como algunos de sus compañeros, ganó dinero y se dedicó a escribir como si su proyecto hubiese recibido una ronda de financiación al estilo de Silicon Valley. Con la ventaja añadida de no tener alrededor a CEOs megalómanos o compañeros machistas en oficinas ideadas por veinteañeros borrachos de dinero y poder. Es posible que muchos de los que compartieron espacio laboral con ella hayan pasado las páginas con temor a encontrarse: puede que no sirviese para programadora, pero sí para escribir crónicas afiladas.

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