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Maribel, la profesora que prefirió dejárselo todo a los jóvenes talentos de Santa Pola a hacerse rica

Maribel Pérez-Ojeda delante de Villa Adelaida en 1958

Peio H. Riaño

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La escena es en blanco y negro. Maribel tiene 18 años y es verano en un pueblo pesquero con menos de 7.000 vecinos a finales de la década de los años cuarenta. Santa Pola, en Alicante, todavía no es un destino playero reventado por las promociones inmobiliarias. Ese día de calor extremo tiene unos visitantes poco habituales: un grupo de jóvenes suizos, que están de vacaciones por España, se han quedado sin agua y buscan una fuente. Se acercan a Villa Adelaida, una finca rodeada de almendros, un paraíso que, además, tiene pozo. Maribel les da de beber y ahí conoce a Edgar Werner, doce años mayor. Dos años más tarde, después de un noviazgo de idas y venidas, Maribel cumple 20 años, Edgar se bautiza, se convierte del calvinismo al catolicismo y se casan en la iglesia de Santa Pola, que dejan de inmediato para irse a vivir a Stanford (California). Werner muere al año, víctima de un accidente de esquí, y ella, nuestra protagonista, que apenas conocía el idioma, decide quedarse a vivir en la casa donde residían y continuar con una historia digna de una novela, una película o una serie. Maribel no tardó en conocer a Hans Bremermann, su segundo marido, un científico con quien recorrió medio mundo durante cuarenta años.

“Es una historia muy larga y una vida increíble”. Al otro lado del teléfono Marian Sempere arranca su relato sobre Maribel Pérez-Ojeda (1931-2015), una mujer de la que no sabrán nada si no tienen relación con el municipio de Santa Pola, en Alicante. Antes de que la responsable de la biblioteca municipal descubra la fascinante biografía es necesario aclarar que en su testamento dejó a su ciudad natal su mayor joya: Villa Adelaida, un palacete de principios del siglo XX, valorado en cerca de diez millones de euros  que nunca quiso vender, con la condición de que el consistorio lo convirtiera en un centro cultural público con exposiciones y residencias para jóvenes artistas, escritores y científicos. Se llamará Centro Hans Maribel Shami de las Artes, Ciencias y Letras para el Fomento del talento joven. Casi nada.

Este es un cuento real de una mujer que abandonó Santa Pola en los años cincuenta, a los 20, y se convirtió en mecenas que amó, viajó, habló ocho idiomas, vivió la revolución hippie en la Universidad de Berkeley (California, EE. UU.) donde se licenció en Arte, Filosofía y Letras, se doctoró, fue catedrática, jefa del departamento español y profesora de lenguas romances durante cuatro décadas. “Era rompedora y luchó por ser independiente”, apunta Rafael Pla, archivero en la biblioteca de Santa Pola y autor del libro Vivir sin fronteras, la biografía de Maribel que le encargó escribir Shami Mendiratta, el tercer marido de Maribel. Era el regalo que deseaba hacerle a su mujer antes de que muriese.

Maribel y Shami se encontraron en un cumpleaños del dalái lama. La alicantina viajó a la celebración en la India con su segundo marido, el científico Hans Bremermann, ya enfermo de cáncer. Shami y él eran amigos. Maribel enviudó por segunda vez en 1995 y en 1997 regresó a su castillo -Villa Adelaida- junto con Shami. Su tercer marido entendió que una vida como la de su esposa bien merecía un libro y entregó a Rafael Pla las 22 cartas en las que ella le fue contando su historia durante su noviazgo. La correspondencia se prolongó desde que se conocieron hasta que se casaron.

El biógrafo

“La historia con su primer marido parece una película por lo complicado de la relación y por el trágico desenlace”, dice Rafael Pla, que no conocía a Maribel Pérez-Ojeda antes de que recibiera el encargo de escribir su vida. Cuando Maribel sufrió un ictus, Shami pagó a los dos archiveros para que escribieran a toda velocidad la vida de su mujer. “Por mucho que te cuente no podrás entender la dimensión de Maribel. Para nosotros era una desconocida cuando empezamos a escribir en 2013. Fue una oportunidad perdida. No supimos aprovechar en vida su capacidad internacional y su generosidad. Vivía recluida en Villa Adelaida y hasta la donación ha sido olvidada e ignorada en Santa Pola”, recuerda Rafa. El relato lo firmó junto con Toni Mas y en un año lo tenían terminado.

“No teníamos nada más. Después nos dejó ver también unas fotos y en el mismo cajón estaban guardadas las cartas a sus padres”, dice Pla. Años más tarde, tras la muerte de Maribel, llegaría la donación y todos los archivos de la historia de ella al completo. Todavía siguen catalogando las cajas que aparecieron repletas de sus recuerdos. Lo guardaba todo. “Abrimos una de las cajas y encontramos una con 40 cajas de cerillas de los hoteles por los que había pasado con Hans Bremermann. Tiene mobiliario de todo el mundo. Es una biografía inagotable y ahora estamos en contacto con las universidades de Estados Unidos por las que pasó para que nos manden información sobre ella”, explica Marian, que ha abandonado las tareas que la vinculan a la biblioteca para dedicarse en exclusiva a revivir Villa Adelaida tal y como soñó Maribel. “Fue una mujer fuera de su época, una visionaria”, dice Marian de Maribel.

A Maribel la conocían en Santa Pola como la americana de las batas sueltas y cada verano se acercaban a ver la moda que traía de los Estados Unidos. Su atuendo era motivo de conversación y escándalo: fue la primera mujer en ir a Playa Varadero en traje de baño. “Tengo la sensación de que fue muy feliz, aunque vivió atrapada entre dos mundos: Santa Pola y San Francisco. Aunque aquí no habría aprovechado su potencial nunca, en sus cartas contaba que echaba de menos la Virgen de Loreto, patrona de aquí, y el cocido de pelotas. A su castillo lo llamaba su paraíso terrenal”, apunta su biógrafo. Su abuelo tuvo cargo en el Ejército de Marina y su bisabuelo fue el notario del lugar. Sus padres quisieron darle una educación y estudió interna en las religiosas de Alicante. “En sus recuerdos no hemos encontrado pistas políticas, pero sí religiosas. Siempre fue creyente”, indica Pla.

En una de sus cartas, Maribel escribe sobre su memoria del lugar: “Me parece oír el reloj del castillo, en esas altas horas en que todo reposa. Me parece revivir mis pensamientos de entonces, un sentido de protección: el padre que duerme. Luego ya hacia las nueve los balcones del salón. Las primeras impresiones de la calle. La niña con botas que barre la agencia, los pajaritos revueltos con las primeras luces, los que pasan ateridos por el helor de un invierno más frío que otros (en el termómetro del patio 6 grados). ¡Todo parece un sueño: Bru, los visillos, las mantas, la ferretería, mis salidas diarias, un sueño! A mí esa realidad me ha resultado agradabilísima”.

El Ayuntamiento

Shami pintó las paredes de Villa Adelaida. Están por toda la casa, en el cenador de la piscina, en los pasillos, en la escalera, en la fachada, en las habitaciones… Pero la humedad se está comiendo las pinturas al óleo que hizo directamente sobre el muro, sin capa de preparación alguna. Hay plantas, pájaros, peces, pulpos, es una naturaleza en armonía, de colores muy vivos y brillantes. Un popurrí profundamente naíf en el que el Ayuntamiento de Santa Pola invertirá 43.000 euros en su restauración. Fue la otra condición que dejó Maribel: las pinturas de su marido debían conservarse intactas. Esos son los primeros miles de euros de una inversión mayor, que continuará con 50.000 más para un plan director museográfico y 200.000 euros para la ejecución de la obra que reformará el espacio.

Antes de la rehabilitación del palacete construido en 1910 por el arquitecto modernista Marceliano Coquillat y Llofriu, el Ayuntamiento organizará visitas guiadas en las próximas semanas para que los vecinos y vecinas de Santa Pola conozcan el interior de ese hogar misterioso, que ha ido desapareciendo en un entorno urbanístico voraz. En origen la finca arrancaba en las faldas del monte y moría en la orilla de la playa. Hoy esa inmensa parcela ha quedado troceada a su vez en otras tantas que han sido ocupadas por edificios de cuatro alturas. Villa Adelaida es una anomalía en el paisaje arquitectónico, aunque la calle lleve el nombre de su última propietaria. La madre de Maribel, Adelaida Pérez-Ojeda, recibió este llamativo regalo con torreón y colores brillantes de sus padrinos, Isabel Alonso Fenoll y Gervasio Torregrosa, industrial del calzado. Allí se juntaba la familia para celebrar todos los veranos las vacaciones de Maribel.

En 2016 el Ayuntamiento aceptó el legado de la residencia Villa Adelaida de Maribel López Pérez-Ojeda y no habría sucedido de no ser por Marian Sempere. La nueva escena de esta historia sucede en la biblioteca municipal, a la que Shami acude cada día a leer su periódico y a consultar su correo electrónico. Shami nació en la India hace 82 años y es fiel a la religión sij —una fe monoteísta que cree en la igualdad y el servicio a los demás—, viste con su turbante panyabí blanco de algodón, duerme la siesta, pasea, solo habla inglés y apenas se relaciona con el vecindario y tampoco contesta al móvil. Este periódico ha tratado de hablar con él pero no ha sido posible. “Es un hombre muy reservado, de una rutina férrea”, explica Marian, que quiere activar el centro para que vea Villa Adelaida brillar de nuevo.

La bibliotecaria

“Te preguntarás qué pinta la bibliotecaria en todo este sarao”. Marian hace una pausa en las vidas y desventuras de Maribel Pérez-Ojeda para contar por qué al borde de la jubilación está “muy implicada” para hacer que una gestora cultural comparta su ilusión y ponga en marcha el centro cultural. “Tiene que encontrarse el lugar libre de obras y trabajos. Queremos convertir Villa Adelaida y Santa Pola en un referente cultural nacional”, suelta Marian sin dudarlo. Su vida cambió cuando Shami le preguntó con quién podría hablar en el Ayuntamiento para plantear la donación. Marian se convirtió en su enlace y guía dentro del laberinto de burocracia y despachos de la administración local.

Marian ha tomado el rescate de la villa como algo personal. Va todo muy lento, pero está convencida de conseguirlo antes de su jubilación. Se pasa el día allí. Hay una escuela taller de albañilería que está arreglando algunas partes de la casa y otro grupo de dinamización que se encargarán de las visitas. Llevan ensayándolas meses y están deseando enseñar la casa. “Estamos enamorados de este lugar. Todo el que entra se queda sorprendido y están encantados de venir a ayudar. Cuando hay que regar viene la cuadrilla entera sin poner mala cara. Estamos poniéndola bonita para el pueblo”, dice la bibliotecaria de la población que en verano llega a las 200.000 personas.

Maribel Pérez-Ojeda no tuvo hijos ni sobrinos, su hermano falleció también sin descendencia. “Maribel hizo su vida y apenas conocemos la parte en Estados Unidos, solo lo que quiso contarnos. Quería estar con la familia, pero solo cuando ella quería”, cuenta Fernando Pérez-Ojeda, hijo de un primo hermano de Maribel. No olvida aquellas fiestas de verano en Villa Adelaida, ni su inteligencia y su talante soberano e independiente.

Villa Adelaida siempre fue objeto de muchos intereses. También del Real Madrid. Santiago Bernabeu tenía casa de vacaciones en Santa Pola (en la avenida que ahora lleva su nombre) y el club de fútbol ha mantenido un vínculo especial con la localidad. En 1973 el diario deportivo Marca publicó un reportaje del patriarca blanco en su casa de Santa Pola, en mangas de camisa corta, leyendo el periódico y fumando un puro, junto a una mesilla con las fotos de la sexta Copa de Europa, el Cordobés, el equipo de baloncesto, Alfredo Di Stéfano, su esposa y sus cuatro hijos… Se llegó a barajar recuperar aquella residencia para crear la casa-museo dedicada a Bernabeu. “Unos años antes de morir, vinieron varios directivos del Real Madrid y se reunieron con Maribel para comprarle Villa Adelaida y la finca y hacer allí una Fundación”, recuerda Fernando. Les dijo que no. Maribel tenía otros planes para Villa Adelaida.

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