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La penúltima resurrección de AC/DC con un nuevo disco y la promesa implícita de otra gira

AC/DC publica 'Power Up'

Ricardo Grande / Eva Brunner

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Hay quien quiso hacer doblar las campanas antes de tiempo, y no se puede decir que no hubiera razones. AC/DC llegaba a 2020 tan en las últimas, que parecía imposible que pudiera seguir adelante: su cantante Brian Johnson se había retirado de los escenarios por problemas auditivos, el batería Phil Rudd tenía asuntos pendientes con la justicia por amenazas de muerte a un empleado, Cliff Williams daba por jubilado su bajo y Malcolm Young, guitarra rítmica —y la mitad del corazón de la banda—, moría en 2017 tras sufrir demencia. Pero, en 47 años de carrera, no es la primera vez que AC/DC tiene que asumir pérdidas irremplazables. 

Pese a la acumulación de malas noticias, la banda australiana ha publicado en viernes 13 su decimoséptimo disco, Power Up. En pleno y pandémico siglo XXI, el guitarrista Angus Young reagrupa a los suyos y recupera su uniforme de colegial para poner a prueba, una vez más, el tremendo éxito de una fórmula aparentemente sencilla pero eficiente y, sin duda, longeva. 

El estilo de AC/DC se reconoce al instante. Casi a primera vista, en su música se aprecia el ADN del blues y rock ‘n’ roll, pasado por su máquina de ritmo contagioso y sin miramientos. En esos riffs bamboleantes, en cada ráfaga de notas afiladas, está el sentido del espectáculo y las ganas de disfrutar de Chuck Berry, la contundencia y saber estar de bluesmen como John Lee Hooker. Sin purismos, claro, porque esto no va de ponerse serios. AC/DC no es nada más —ni nada menos— que una grandiosa banda de rock ‘n’ roll, un brindis por las cosas sencillas pero bien hechas, que al sumarse dan como resultado algo mucho más grande que sus modestas partes.

Más que un regreso, es casi una resurrección. “Ya han tenido varias. Son buenos en eso —explica a elDiario.es por teléfono Clinton Walker, periodista australiano y autor de la biografía Highway to Hell—. Pero como siempre, han encontrado la manera de superarlo todo”. El nuevo disco ve la luz precisamente en el 40º aniversario de su álbum Back in Black (1980), con el que se repusieron a la pérdida del fallecido pero inmortal Bon Scott. Un paralelismo que ha subrayado el propio Angus Young, al asegurar que “Power Up está dedicado a Malcolm, así como Back in Black fue un homenaje a Bon”. 

Resistir es vencer

Nadie aspiraba a que este álbum pudiera tratar de tú a tú a los grandes discos que han consolidado el nombre de AC/DC; pero, si resistir es vencer, hay algunas buenas noticias. Stevie Young hace un buen papel sustituyendo a Malcolm Young y en la voz de Johnson no se aprecia el calvario por el que ha pasado. Creado a partir de composiciones inacabadas de Malcolm y Angus, Power Up es una nueva colección de canciones con las señas de identidad de la banda bien visibles, pero en la que no hay himnos. 

En la estela de los anteriores discos Black Ice y Rock or Bust, también producidos por Brendan O’Brien, Shot in the Dark o Realize son sus momentos más disfrutables, con Through the Mists of Time como punto más melódico y la adrenalina de Demon Fire azuzando uno de esos boogie rock que les caracterizan. Pero lo más valioso de este lanzamiento quizá sea la promesa implícita de una nueva gira, la prueba palpable de que estos sexagenarios —septuagenarios, en el caso de Johnson— siguen con ganas de más.

Nada ha podido parar aún a AC/DC. Ni los momentos más duros ni los más inverosímiles, como cuando en un concierto en Melbourne el único espectador solo estaba ahí para partirle la cara a un Angus por entonces novato, como recuerda Walker. Desde que eran unos críos han tratado de mantener la bandera del rock ‘n’ roll con vida y no les ha quedado otra que aprender a seguir adelante. It’s a long way to the top if you wanna rock ‘n’ roll. 

Volver de luto

En su mejor momento, tras la repentina muerte de Bon Scott, parecía llegar también la de AC/DC, esa banda de rock que había nacido en 1973, en plena era del punk, cuando se creía que en el mundo no había sitio para otro guitar hero a la vieja usanza. 

Walker los vio en 1974, aún tiernos pero con su espectáculo ya definido: “Había que ser muy bueno en el circuito australiano de pubs, porque el público siempre podía saltar de un concierto a otro en el bar de la esquina”. Sin reparos, estos chicos pregonaban que había algo más que las escasas opciones que les ofrecía su clase social, algo más allá de la fábrica o, si acaso, el fútbol. Su salida no era la anarquía del punk, sino el rock ‘n’ roll. “Hay quien dice que su estilo es simplón, no lo veo así. Es instintivo, intuitivo, no es literal: no se trata de escribir letras como Bob Dylan, sino como Little Richards —apunta Clinton Walker—. Y Bon era un gran contador de historias”.

Pero en 1979, tras confirmar con su sexto trabajo internacional, Highway to Hell, que tenían grandes aspiraciones y el talento con el que respaldarlas, aparecía muerto Bon Scott. Se apagaba el ingenio, la peligrosa chispa que corría sobre el latido seco y seguro de la guitarra de Malcolm y la energía de la de Angus Young.

Apostando por Brian Johnson, un nuevo cantante muy alejado del registro y estilo de su predecesor, la banda asumía el doble reto de volver tras un disco redondo y sin la voz con la se habían consolidado. Decir que la jugada salió bien es quedarse cortos: Black in Black es uno de los álbumes más vendidos de todos los tiempos. Pero no podían bajar la guardia. “Tengo nueve vidas—cantaría Johnson en el tema homónimo—. Abusando de cada una de ellas”. Efectivamente, ha hecho falta quemar varias vidas hasta llegar a Power Up.

Sobrevivir al vídeo

En los ochenta, mientras las nuevas generaciones encontraban sus referentes en Guns ‘n’ Roses o Van Halen, AC/DC buscaba la manera de no perder su puesto en primera línea. Pero si For Those About To Rock no estaba al nivel del anterior superventas, Flick of the Switch bajaba aún más el listón. Se producía además una despedida importante: Phil Rudd. Los grandes baterías que intentaron sustituirle demostraron hasta qué punto el estilo de Rudd es clave en el empaque y pegada de AC/DC.

Había que ser más descarado, más llamativo, más rápido. AC/DC buscaría cambiar sin hacer cambios. Los hermanos Young asumieron esta misión imposible autoproduciendo Fly on the Wall. Celebrado por algunos —el cantante de la banda Airbourne, discípulo de esta faceta más cafre— y apedreado por muchos, la jugada surtió efecto en un sentido: sus vídeos se colaron en cadenas como MTV. El año siguiente, enterrado en la banda sonora de la película Maximum Overdrive, el tema Who Made Who (y el consiguiente videoclip), confirmaba que la MTV no iba a matar a las estrellas de la radio, sino, en su caso, más bien lo contrario. 

Aunque AC/DC lograba llegar a las nuevas audiencias, el contador de temas memorables se quedaba a cero. Necesitaban una sacudida. “Es cierto que en aquella época algunos críticos, y quizá yo entre ellos, nos planteáramos hacia dónde iba AC/DC. Pero consiguieron salir de esa fase”, apunta Walter Scott, que cree que la clave ha estado en que siempre fueron una gran banda de directo. 

El gran golpe en la mesa llegaría en 1990, con el single Thunderstruck. Por primera vez en años, daban con una canción de las que suenan obligatoriamente en cada uno de sus conciertos y, también, en cada tienda de guitarras eléctricas. Con su reinado bien cimentado y con Rudd de nuevo a las baquetas, llegarían sencillos tan resultones como Hard as a Rock (1995) o el riff de Stiff Upper Lip (2001). Quizá sus discos no eran redondos, pero ya no tenía sentido sugerirles la jubilación anticipada. 

¿“No Malcolm = No AC/DC”?

Recuperarse de la muerte de su fundador, motor tanto rítmico como creativo, se antojaba un paso tan complicado como reemplazar a Bon Scott. Aunque los solos de Angus sean el sudor y el nervio, los zarpazos sobrios pero definitivos de Malcolm son esenciales en el secreto de la longevidad de la banda que el australiano creó, como explicaría a su hermano al reclutarlo, para tocar “puro rock”. 

Tanto es así que algunos fans han resumido de manera clara su opinión en redes: “No Malcolm = No AC/DC”. Quizá Angus, a pesar de seguir tal y como pidió su hermano, les dé la razón, porque lo cierto es que Malcom es el protagonista de cada entrevista que concede y la firma de ambos aparece en los créditos de esta nueva entrega. Ya en la anterior gira mundial, la demencia hacía que Malcolm tuviera que reaprender sus propias canciones. En la parte de atrás del escenario, mientras el estadio rugía, luchaba contra la enfermedad. Para la grabación de Rock or Bust, su sobrino Stevie Young sería su sustituto, quien ya le había reemplazado en directos. Finalmente, Malcolm dejaría la banda y moriría en 2017.

A este desastre, suficiente para finiquitar la banda, se sumaban graves acusaciones contra Rudd, quien finalmente admitiría las amenazas de muerte a un empleado y estuvo en arresto domiciliario por tenencia de drogas. La banda acabaría girando sin él, sin Malcolm e incluso sin Brian Johnson, debido a problemas auditivos que, antes de su tratamiento, parecían incompatibles con la vida de un músico de grandes estadios. “No podía escuchar el tono de las guitarras en absoluto. Era una forma horrible de sordera”, le explicó a Rolling Stone. En una imprevisible carambola, el vocalista fue sustituido por Axl Rose, de Guns ‘n’ Roses, que durante parte de la gira se vio obligado a cantar en silla de ruedas. El resto es historia: gira terminada, disco nuevo. 

Llegados a este punto, AC/DC ha sobrevivido a bandas más jóvenes que podían haber recogido su testigo pero han acabado disueltas o noqueadas. Hacer pronósticos contra ellos da mala suerte. Aunque es complicado que sus nuevos temas lleguen a la altura del rock de alto voltaje que firmaron en sus momentos más brillantes, siempre es posible añadir una muesca más a su historia. Antes de darlos por muertos, hay que recordar que son expertos en volver a la carga. 

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