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Cultura triplica su inversión en la biblioteca online, que sigue averiada

Un eBook conectado a eBiblio en una imagen de archivo.

Peio H. Riaño

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Al tiempo que el BOE anunciaba que el Ministerio de Cultura invertirá 2,9 millones de euros en 2022 y 2023 en compra de libros para la biblioteca digital (multiplica por tres la anterior cantidad), el grupo de trabajo del préstamo digital del Consejo de Cooperación Bibliotecaria enviaba a la Dirección General del Libro del Ministerio de Cultura las conclusiones del annus horribilis que han padecido en 2021. El grupo está formado por 17 bibliotecarios y son los encargados de atender las infinitas quejas y revisar la nueva plataforma, Libranda. Este sistema, creado por Planeta junto a otros seis grupos editoriales en 2010, pertenece ahora a la multinacional canadiense De Marque. La licitación del servicio de eBiblio, la biblioteca pública online para streaming o descarga gestionada por el Ministerio de Cultura, ha pasado de Odilo a Libranda hace algo más de un año. El informe se conocerá al detalle en un mes, pero uno de los bibliotecarios resume el año que ha terminado como “una oportunidad perdida” para implantar el préstamo digital.

“Perdida” porque en 2020 la lectura digital estuvo a pleno rendimiento durante el confinamiento. Con las librerías y las bibliotecas cerradas, los usuarios se dispararon y la biblioteca en línea abierta las 24 horas del día, siete días a la semana, creció un 119% en los préstamos y un 120% en usuarios, con peticiones diarias que superaban las 4.000 en comunidades como Madrid. El Ministerio tuvo que hacer una inversión extraordinaria de 368.154 euros para comprar más licencias de préstamo. En Cataluña el préstamo se multiplicó por 336%, antes de que saliera del sistema, al igual que Euskadi, con el cambio de licitación. La máquina siguió funcionando incluso al término del aislamiento en las casas. El año acabó con una cifra récord: 3,7 millones de préstamos. Ni las Comunidades ni el Ministerio habían dedicado un euro a la promoción de la plataforma y las pésimas circunstancias sanitarias habían lanzado a eBiblio al estrellato. En 2021 solo había que rematar para fidelizar al usuario y la lectura, sobre todo, en móviles.

Y entonces llegó el apagón: la migración de eBiblio de la plataforma gestionada por Odilo a la de Libranda provocó una interrupción del servicio entre el 27 de noviembre y el 9 de diciembre de 2020. Ese solo fue el primero de los problemas que han acabado con todos los planes de proyección de la herramienta pública. El concurso ganado a la baja por la empresa propietaria de Libranda dejaba fuera a Odilo y, como relatan los profesionales a este periódico, “a las bibliotecas y los usuarios en medio de una guerra empresarial de la que hemos sido las víctimas”. Para empezar, los títulos adquiridos por Odilo (con dinero público) no podrían transferirse a la nueva plataforma de Libranda. Este periódico ha tratado de ponerse en contacto con Arantza Larrauri, directora general de Libranda pero no ha sido posible.

Un año sin arreglo

A partir de ese momento, los bibliotecarios tuvieron que ir a buscar a los editores para pedirles, por favor, los archivos de esos títulos y así poder recuperarlos para ponerlos de nuevo a disposición del usuario. Si ese hubiera sido el único inconveniente... la nueva plataforma impedía hacer devoluciones, daba problemas para el préstamo y la descarga de algunos libros y audiolibros, tenía fallos en la app, pérdida de información relativa a contenidos destinados a adultos que podían prestarse al público infantil, tampoco permitía enviar correos a los lectores... Un año después de la adjudicación, la nueva eBiblio no permite funcionalidades básicas como la sincronización entre dispositivos para poder leer en el móvil o en el ordenador sin perder el libro o el punto de lectura.

“Ha sido una tarea totalmente inesperada, pero hemos sido un grupo de trabajo muy bueno. Básicamente, nos hemos dedicado todo el año a subsanar las incidencias que surgían y a contactar con las editoriales para conseguir los ficheros de los títulos que tenía Odilo”, cuenta a elDiario.es Elena Sanz, técnico superior del Servicio de Bibliotecas de la Xunta de Galicia y coordinadora del grupo de trabajo mencionado. Reconoce que aún siguen arrastrando problemas, que la plataforma “necesita mejoras notables”. “Hemos perdido usuarios que podrían haberse fidelizado. Hay usuarios que han desistido por el cambio de plataforma. No se lo hemos puesto nada fácil a los lectores”, reconoce Sanz.

A pesar de la experiencia de los bibliotecarios, la directora General del Libro y Fomento de la Lectura, María José Gálvez, asegura a este periódico que los problemas de la migración “apenas duraron diez días”. “Desde el uno de enero de 2021 a la plataforma se han incorporado nuevas utilidades”, sostiene Gálvez. Además, resume los problemas que haya podido haber, a pesar de los informes de los bibliotecarios que tiene sobre la mesa, a un “cambio de colores” en los botones de las funcionalidades. Sin embargo, sí reconoce que “hay margen de mejora en las utilidades de la plataforma”.

Las cuentas no salen

Los números cantan la oportunidad perdida: de 3,7 millones de préstamos digitales en las comunidades autónomas se ha pasado a dos millones, según los datos del Ministerio de Cultura. En este descenso de uso debe tenerse en cuenta la salida de Cataluña del acuerdo entre Cultura y Libranda para 2021. Tal y como cuentan los bibliotecarios consultados, Odilo hizo una fuerte campaña entre las comunidades autónomas y alertó de lo que iba a pasar. Para detener la marcha de otras comunidades el Ministerio puso sobre la mesa las ayudas europeas. Una condición que frenó una escisión total del modelo. Si hacemos comparativa de cifras sin Cataluña (ni País Vasco) el descalabro entre años es menor: 2,8 millones de préstamos en total en 2020 y dos millones en 2021. Una pérdida de 28,5%. Cataluña ha mantenido el nivel de préstamos que tuvo en 2020. En comunidades como Madrid y Andalucía el fenómeno eBiblio ha pinchado de manera escandalosa y ha perdido la mitad de los préstamos que hicieron en 2020, quedando en cifras similares a las de 2019. Solo en Cantabria y Castilla y León los préstamos digitales crecieron.

A pesar de que los bibliotecarios señalan la maltrecha y barata plataforma de Libranda como principal causa de fuga de lectores, la directora General del Libro explica que no hay que tener en cuenta los datos de 2020, sino los de 2019. Ese año la plataforma sumó 1,3 millones de préstamos. Tampoco cree que la falta de inversión en la promoción de la plataforma haya sido un problema porque “los usuarios de 2020 ya conocían eBiblio”. El problema es que la mayoría huyeron. “Yo no había usado eBiblio nunca antes de llegar al Ministerio”, reconoce Gálvez sobre la plataforma creada en 2014. Ella tomó posesión de su cargo como máxima responsable del libro en enero de 2020.

Tormentas y pesadillas

Este periódico ha podido hablar con la totalidad de los 17 integrantes del grupo de trabajo salvo con la responsable de la Comunidad de Madrid. Todos confirman que siguen solucionando incidencias y que a finales de 2022 el Ministerio volverá a convocar la adjudicación de la plataforma para los siguientes dos años. Parece una pesadilla interminable: reparar una aplicación ganadora que está sin cocinar para volver a cambiarla cuando ya esté cocinada. A la tormenta perfecta que en 2020 catapultó el préstamo digital, llegó la tormenta perfecta que en 2021 frenó el préstamo digital.

Alicia Sellés, presidenta de la Federación Española de Sociedades de Archivística, Biblioteconomía, Documentación y Museística (FESABID), cree que además de que el cambio de tecnología ha perjudicado tampoco se ha salido a buscar a los jóvenes. “Son el público perfecto y no se ha trabajado en su captación. No hay una política pública de promocionar ese espacio digital que es la biblioteca y esta es una cuestión clave. Con tener una plataforma de préstamo no es suficiente para que lleguen los jóvenes. El posicionamiento hay que trabajárselo. Ahora mismo la gente debe adivinar que existe eBiblio y así...”, indica Sellés.

En La Rioja tienen los índices más sobresalientes de uso de eBiblio gracias a la campaña que ha hecho el Gobierno de la Comunidad, indica Jesús Ángel Rodríguez, director de la Biblioteca estatal ubicada en Logroño. Indica que el 10% de sus 19.000 usuarios se han pasado al préstamo digital de manera fiel. Resume con claridad lo que ha pasado en 2021. “Se compró un producto que hemos tenido que desarrollar. La promoción de 2020 nos salió gratis y no lo hemos aprovechado”, indica. Explica que eBiblio da servicio, pero está al 60% y que si esto hubiera pasado en el sector sanitario, “arde Troya”.

Enemigos del préstamo digital

Así se pasó del elogio a la crispación. Del aplauso de los usuarios a las reclamaciones diarias. Y cuando parecía que no podía ocurrir nada más, Distribuidora Digital de Libros (la empresa tras Libranda) se salió del acuerdo y cambió las condiciones de adquisición de licencias. Ante el incremento de préstamos digitales decidió introducir la caducidad en las licencias: el uso de los libros electrónicos pasaron a tener una caducidad de cinco años. El resto de editoriales no impone la caducidad de las licencias (ejemplares de cada título).

Cada licencia tiene 25 usos y no pueden ser prestados simultáneamente, sino cuatro a la vez. Los bibliotecarios indican que “se está conteniendo la demanda”. “Nuestro interés es defender el préstamo más universal. Libranda de esta manera nos obliga a comprar más licencias y los presupuestos son muy limitados. Además, cuando el libro pasa de moda se queda olvidado a pesar del enorme gasto. Necesitamos modelos más flexibles para comprar licencias con usos concurrentes”, cuenta Elena Sanz.

¿Y los derechos de los autores prestados en digital? “No sabemos si existe un canon como el que pagan las bibliotecas a Cedro por el préstamo físico. Esto no está nada claro. No tenemos noticia de que nos lo hayan reclamado”, apunta Elena Sanz. Dice que hay editoriales que piden a las bibliotecas los datos de los préstamos para acordar con sus autores lo que les corresponde por sus derechos... “Alguna. Pero son las menos”, dice.

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