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Ruido y silencio

Puta y bella nostalgia

Cine Lido.

Montero Glez

28 de agosto de 2021 06:00 h

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Enrique López Lavigne es un cineasta apache, de los que se lanzan a una piscina vacía con la esperanza de que un milagro convierta en vino el agua que falta. Un tipo de barrio que carece de recato y que se muestra en las redes sociales interactuando con todo quisque, entre los cuales me incluyo. 

El otro día tuvimos un talycualeo donde el bocado de la nostalgia nos llevó a recordar los cines de antaño; salas legendarias que inundaban las calles del barrio, cuando la calle Bravo Murillo era lo más parecido al Broadway ese. Puedo recitar de memoria, como si se tratase de un salmo, todos aquellos cines que fueron lo más parecido a una segunda placenta: Lido, Carolina, Tetuán, Condado, Montija, Europa, Metropolitano, Cristal y, un poco más abajo, ya en Santa Engracia, el cinestudio Griffith, un lugar sagrado donde programaban ciclos completos de directores de talla grande, ya fuera Orson Welles, Kubrick o John Huston. Aquella fue una  época en la que una ardilla podía cruzar Madrid de punta a punta sin tocar el suelo, sólo saltando de una sala de cine a otra. Pues eso.

Enrique y yo compartimos el mismo imaginario, de cuando no había Google ni cacharritos ni zarandajas, y los teléfonos móviles aún quedaban muy lejos. Todavía no había llegado el vídeo doméstico a los hogares, y la única manera de aprender cine era disfrutando de las películas que programaban en aquellas salas que hoy son memoria. 

Mientras tanto, en el talycualeo cibernético, y aprovechando que andábamos de recuerdos por el cine Covadonga -el Covacha-,  se nos unió otro de la cuerda, me refiero al bueno de Javier Memba, que apareció con sus bocatas de calamares. Para quien no conozca a Javier Memba, decir de él que forma parte de esa cultura secreta que subyace bajo los adoquines del Madrid más auténtico; el Madrid que activó Moncho Alpuente y se forjó en las tertulias del Manuela y las noches del Elígeme y del Star malasañero. 

Hablo de cuando Madrid era una ciudad recién inventada y nuestros pasos aún no habían sido convertidos en burda mercancía. Entonces, Javier Memba era el novelista rockero. Los micurrias queríamos ser como él y llegar a escribir la historia sucia del otro Madrid, bailar el rock´n roll con el desparpajo con el que él lo bailaba y firmar historias como su “Homenaje a Kid Valencia”; esas cosas. 

La primera película que vio Javier Memba en el cine Covadonga fue Help!, la comedia musical donde los Beatles fueron protagonistas. Yo soy más de los Rolling Stones, peores músicos pero más gamberros. Una de las primeras películas que vi en el Covacha fue Sympathy for the devil de Godard, grabada en el año de gracia revolucionaria del 68, y donde los Stones aparecían al completo con Brian Jones, Bill Wyman y el recientemente desaparecido Charlie Watts. 

Aquello fue para mí un delirio, no ya por la película, que también, sino por la sala en la que se proyectaba. El humo de los porros cegaba mis ojos y las litronas de cerveza corrían por el patio de butacas del Covacha. 

Sexo, drogas y rock´n roll, esa fue la consigna de los tiempos que vivimos los que ya somos viejunos y andamos gastados por las dos caras; tipos como Javier, como Enrique o como yo mismo, supervivientes de los excesos y que no tenemos recato en mostrar nuestros defectos a la gente. 

Tal vez, por estos asuntos nos mantenemos a flote en la misma piscina, nadando sobre un líquido que no es otra cosa que una rara mezcla de memoria y deseo. Puta y bella nostalgia.

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