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La Ribot, la artista que desafía la idea del escenario y el museo, conquista también el cine

Retrato de La Ribot

Pablo Caruana Húder

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La Ribot, de nombre real María José Ribot (Madrid, 1962), desde hace años no estaba tan presente en España. Esta madrileña que decidió “emigrar” en los noventa, primero a Londres y luego a Ginebra, donde reside, lleva un comienzo de año frenético: “Me da hasta cierta vergüenza estar tan presente”, confiesa a este periódico.

Hace un mes presentó obra en Madrid, DIEstinguished, pieza que llevará la semana que viene al Teatre Nacional de Catalunya. Este fin de semana está participando en ARCO con su galería, Max Estrella, donde presenta LaBOLA desborda, un trabajo fotográfico surgido de la perfomance que la artista realizó el año pasado en el Museo del Prado. Y además, acaba de estrenar su primera incursión en las grandes pantallas como actriz con la película francesa Nuestro último baile.

Podría presentarse a La Ribot diciendo, entre otros reconocimientos y logros, que es Premio Nacional de Danza, León de Oro de la Bienal de Venecia, o que sus obras forman parte de la colección permanente del Reina Sofía o del Centro Pompidou de París. Pero esta madrileña de 60 años es, sobre todo, la madre de muchas cosas. Del cruce entre las artes plásticas y la danza con sus piezas distinguidas que comenzó a finales de los ochenta y que se venden como un objeto de arte. Lleva ya 58. De la expansión de la danza a otros espacios cuando todavía nadie hablaba de “artes vivas” y no se entendía muy bien qué era eso de utilizar el museo como espacio para “presentar la danza, que no representarla”. O de la introducción de la cámara en escena, trabajando el plano secuencia y desarrollando el concepto de “cuerpo operador”.

Pero, sobre todo, María, La Ribot, es una artista a la que es muy difícil “pillar”, encasillar y enmarcar como tantas veces intenta la industria cultural con los artistas. En cuanto uno se da la vuelta La Ribot ya ha desaparecido y vuelto a aparecer por otro lado, con otro proyecto inclasificable, estirando más si cabe la práctica de la danza, probando, jugando. La danza de esta coreógrafa es una de las más sólidas de toda Europa, conceptual y formalmente, pero al mismo tiempo María es juguetona y se parte de risa en cuanto puede.

La danza dentro del cine

En Nuestro último baile, la película que se estrena el próximo 15 de marzo, La Ribot hace un poco de sí misma. Directora de su compañía donde una de las bailarinas no profesionales con las que está ensayando muere. Su marido, Germain, interpretado por el conocido actor francés François Bérland, decide continuar con lo que su mujer no pudo acabar. La Ribot acepta integrarle en la compañía. Ahí comienza una historia hermosa de autodescubrimiento a través del cuerpo y la danza. La Ribot se prenda de la capacidad de ese viudo que aun anciano tiene la capacidad de la curiosidad y el asombro, la fuerza de indagar a ciegas.

La película, dirigida por Delphine Lehericey y que ganó el premio del público en el Festival de Locarno, trata sobre la capacidad del arte, y en concreto de la danza, de cuidar al otro, de acercarse y conocerse. “Al principio en el guion la jefa de la compañía era un tanto irreal, muy divina, antipática, incluso maltratadora, era una versión un tanto antigua de lo que es un coreógrafo, no somos así, por lo menos yo no lo soy”, explica La Ribot que para la película ha recogido momentos de piezas señeras en su carrera como aquella Oh! Sole! (1995) o introducido ejercicios que ha ido desarrollando en los numerosos talleres que da por todo el mundo.

La Ribot está soberbia en la película, aguantando bien los planos y dándole una gran naturalidad a su personaje. Cuando se le pregunta que quizá el “buen rollo” y el placer que se ve en pantalla quizá no sea siempre así en los procesos de producción confiesa que está un poco de acuerdo, que en la película “está todo un poco exagerado, pero lo que se respira está mucho más cerca de la realidad que la antipática dictadora que había al principio”. La película es además una divertida comedia, emocional y humana, donde reina su protagonista, François Bérland, en un papel que cuestiona, por otro lado, la manera paternalista con que la sociedad suele tratar a sus ancianos.

El marco y la declinación

La exposición que La Ribot presenta en ARCO, LaBOLA desborda, nace de la perfomance, LaBOLA, que hizo el año pasado en el Museo del Prado, donde ante los grandes cuadros de Tiziano o Tintoretto, su compañía desplegaba un continuo movimiento en el que se iba esparciendo por el espacio una gran cantidad de ropa que quedaba tirada por el suelo. Las fotos son impresionantes. Vida y movimiento frente a representación enmarcada y estática. El contraste es fuerte y queda de nuevo enmarcado, fijo, en las fotografías.

Pero en La Ribot todo se “declina”, como ella misma dice. La pieza que presentó en Madrid el mes pasado y ahora lo hará en Barcelona, DIEstinguished, es en cierto modo una declinación de LaBOLA: “El transcurrir del cuerpo es una constante en todo mi trabajo”, explica La Ribot. “El teatro es otro marco, otro formato, se trata de relacionar profundamente los objetos y las personas, las escalas y los colores, todas las materias, con los formatos que estás utilizando en cada momento”. La Ribot dice que todos esos procesos, de pasar de la performance a la fotografía expuesta o a la traslación en la escena de un teatro, la llama declinación. La impresión del espectador ya sea en el Prado, en la galería o en el teatro, es de un arte de profunda reflexión formal pero que al mismo tiempo apela a la vida, a una vida que se escapa en movimiento, que parece no fijarse en la retina y que hay que aprender a mirar, a sustraer, a enmarcar y apreciar, para inmediatamente dejar que vuelva a fluir.

En septiembre llegará con nueva pieza al Centro Cultural Conde Duque de Madrid, Juana Ficción, una rescritura de un trabajo sobre Juana La Loca realizado con Juan Domínguez y Juan Loriente en 1991 para el que en esta ocasión contará con Loriente y el director de orquesta Asier Puga. La obra se estrenó el año pasado en el Festival Múver. Entre unos trabajos y otros, La Ribot lleva un año trabajando como nunca en España. “Siempre he vuelto con asiduidad, pero es difícil mover los trabajos. Desde que dejé en 2004 Londres solo he podido volver dos veces a la ciudad inglesa. Pero con España ha sido siempre más fácil, creo que he podido mostrar todos mis trabajos”, explica.

Al preguntarle por cómo ha visto en este año que lleva recorriendo España la situación de la danza en nuestro país, La Ribot es meridiana: “Es increíble, me encuentro con grandes amigos que llevan años trabajando y sus problemas siguen siendo los mismos, falta de apoyo a la creación, falta de estructura, falta de crítica, faltan muchas cosas todavía”. Confirma la coreógrafa que ha encontrado cierta esperanza en el sector ante la nueva orientación del Ministerio de Cultura, que ha afirmado que la danza es una de sus prioridades.

María Muñoz, coreógrafa de Mal Pelo y de la misma generación que La Ribot ―esa que hizo emerger la danza contemporánea en los ochenta en torno a espacios como el Centro Nacional de Nuevas Tendencias o el Teatro Pradillo―, en declaraciones a este periódico ante la voluntad del Ministerio de Cultura de crear un Centro Nacional de danza contemporánea declaraba: “A estas alturas una tiende a pensar que para qué, ya, tan tarde”. La Ribot dice entender y estar de acuerdo con su compañera de generación, “entiendo lo que dice María, por qué cerraron el Centro Nacional de Nuevas Tendencias, donde cabía todo, teatro, circo, cine, música, arte, danza. Es más, estoy bastante de acuerdo con María, lo que tenía que haber pasado es que no se tenía que haber cerrado ese centro. Y claro, pues quizá lo que hay que hacer es abrir otro nuevo”, dice con cierta sorna.

Pero para concluir, esta madama de la danza conceptual, posiblemente el mayor referente en esta disciplina en toda Europa, quiere apuntar que lo que hay que cambiar es “la falta de independencia de los proyectos artísticos de la vida política. Eso no pasa en Europa, uno es un director de un teatro y no todo se va al traste cada vez que cambia el Gobierno de turno. Aquí, en cambio, cada vez que hay un cambio se vive un tsunami. Esto tiene que cambiar. Hay que apoyar la danza como se apoyó el cine hace 30 años, como se hizo con la moda. Todavía seguimos esperando a que se dé ese empujón a la danza”, concluye.  

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