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Blanca Portillo, premio Corral de Comedias de Almagro: “Soy la actriz más 'colgada' de este país”

Blanca Portillo recibe el premio Corral de Comedias que le concede el Festival de Almagro

Pablo Caruana Húder

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Blanca Portillo acaba de cerrar gira con la obra Silencio, su último éxito en el que fue capaz de teatralizar el discurso de ingreso de Juan Mayorga a la Real Academia de la Lengua: “Han sido más de cien funciones, había que parar, aunque es un texto que seguramente retomaré en el futuro”, explica. El 29 de junio recibirá el premio que le otorga el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro en el propio Corral de Comedias, en un acto que inaugurará esta cita histórica creada en 1978. Un premio para el que Portillo está escribiendo el discurso de agradecimiento cuando atiende la llamada de elDiario.es: “Me da mucho respeto qué debo decir, incluso miedo”, confiesa.

Portillo es una de las mejores intérpretes de su generación, algo que, aparte de en el teatro, también ha demostrado en televisión o en cine con directores como Pilar Miró, Pedro Almodóvar o Icíar Bollaín. Desde 1984 no ha dejado de pisar las tablas como actriz, como directora o productora e incluso como directora del Festival de Mérida. Este periódico ha querido hacer un recorrido por toda su trayectoria teatral para entender mejor a esta actriz capaz de convencer a un teatro de dos mil localidades a rebosar con un solo gesto, con una sola frase.

Después de 30 años de carrera, Portillo lo ha hecho todo. Sabe que ha llegado, que está en lo más alto, que nadie la va a bajar de ahí. Versátil, atenta a la palabra, trabajadora, concienzuda, los adjetivos que se han ido adhiriendo a su carrera son innumerables. En sus respuestas se trasluce la fuerte ambición que tuvo desde joven, cómo fue consciente de que había que ir paso a paso y de que, en cada trabajo, cada papel, había que dejarse la piel. Una manera de hacer que ha ido conformando una carrera con momentos estelares y papeles recordados por miles de espectadores.

Comencemos por el principio, si le parece. Hay un video en la red de su primer montaje, Bodas de sangre (1984) de Lorca dirigido por José Luis Gómez. En el minuto 7:40, se puede ver a una joven Blanca Portillo con 21 años interpretando el papel de la mujer de Leonardo. Es increíble que ahí ya está la actriz, si no hecha, al menos conformada, con esa manera de decir el texto tan reconocible.

Estaba recién salida de la escuela. Fue muy bestia. José Luis buscaba actrices que hubieran estado formadas por Pepe Estruch. Pepe tenía un trabajo con la palabra, con el idioma, que conectaba mucho con José Luis. Yo no quería presentarme porque quería terminar el montaje final de la escuela que teníamos previsto hacer. Pepe me dio una colleja y me dijo “tira para allá y haz la prueba”. Hice la prueba y José Luis me cogió. Qué cosas, hice la prueba casi contra mi voluntad.

Era uno de los montajes más esperados del año, compartía escena con actores de la talla de Helio Pedregal o Gemma Cuervo… ¿Cómo lo recuerda?

Lo recuerdo como una experiencia fuera de lo normal. Yo no había salido prácticamente de Madrid, no me había movido. Y de repente se me planteaba estar en el montaje del año, fue un montaje super sonado. Además, me permitió viajar por el mundo entero. En esas fechas decidí que no me casaba y que me casaba con el teatro. Me cambió la vida, la perspectiva del mundo, de todo. Viajé por todos los países, por Latinoamérica, por Europa. Fue mi gran bautismo.

Con Gómez volvió a repetir con Lope de Aguirre, traidor, de José Sanchís Sinisterra en el año de las conmemoraciones, en 1992. Es uno de los directores importantes en su carrera, ¿no?

Con José tengo una relación maravillosa. Creo que es uno de mis grandes maestros. En aquella obra hacía un monólogo potentísimo y lo hacía colgada, era una muerta ahorcada que hablaba. Fue la primera vez que me colgaron. Soy probablemente la actriz más 'colgada' de este país porque me han colgado muchas veces en el escenario [risas].

Me acuerdo del Segismundo de La vida es sueño dirigida por Helena Pimenta en 2014…

Sí, ahí salía colgada del techo. Pero también el Hamlet de Tomaž Pandur (2009), en el que tuve que hacer un monólogo boca abajo. Me reitero, soy de las mujeres más colgadas.

Durante los ochenta y principios de los noventa, va formándose como actriz, trabajando con la compañía Zascandil, por ejemplo, con directores como Juan Pastor o Antonio Malonda. Pero ya desde los inicios destaca su manera de decir el texto, su capacidad para al mismo tiempo decir el verso de Lope de Vega o atacar un texto de Ferdinand Bruckner.

El gran promotor de eso fue Pepe Estruch que era un especialista en verso. Pepe me hizo perderle el miedo. Y nos lo hizo mamar desde muy jóvenes. Es verdad que el verso es muy riguroso, que tiene unas normas que no te puedes saltar, pero él era partidario de la idea de que cuantos más corsés tiene el actor más puede crear. El exceso de libertad, a veces, puede ser más dañino que el tener una sujeción. Cuando empiezas a controlar la forma del verso, a lo que te obliga, resulta que descubres que tienes un espacio de libertad muy grande. Y luego le he dado siempre un enorme valor a la palabra. En la palabra está la clave de la interpretación.

En esa época ya trabaja con directores y actores de renombre, aunque todavía no sean primeros papeles. Comparte escena con actores como Berta Riaza, Juan Luis Galiardo o María José Alfonso al mismo tiempo que con jóvenes como Andrés Lima, Pepa Pedroche o Esperanza Elipe. ¿Cómo recuerda ese cruce de generaciones?

Era maravilloso. Creo que para alguien tan joven compartir el escenario con gente tan sabia te hacía elevar el listón. Me sentía tremendamente privilegiada de pisar teatros que eran muy difíciles de pisar y hacerlo al lado de esos grandes actores. Nos quedábamos entre cajas para escucharlos, para aprender. En esos años intentaba hacer los trabajos como si fuesen el último, para que cada trabajo dejara un eco en la gente con la que habías trabajado y que sintieran el deseo de volver a trabajar contigo. Siento que en esos años aproveché cada oportunidad, me agarré a cada uno de los papeles con uñas y dientes.

En 1994 vuelve al teatro romano de Mérida con un sonado estreno de Las troyanas de Eurípides, con versión de Jean Paul Sartre y traducción de Alfonso Sastre, ¿cómo lo recuerda?

Mérida siempre fue como una especie de sueño para mí. Algún día, me decía a mí misma, pisaré ese escenario. Cuando me dijeron que iba a trabajar allí, imagínate. La primera vez que me subí a ese escenario, reconozco que a lo mejor soy un poco mitómana, sentí que la fuerza de los dioses me acompañaba. Que estaba en un lugar sagrado, cargado de historia, creo que los teatros guardan una energía muy bestia, y ese más todavía. Allí había trabajado Margarita Xirgu, los más grandes. Era muy joven, creía que podía con todo, ahora ya no creo esas cosas, y me decía que era mi oportunidad. Recuerdo subir a escena con una energía salvaje y la idea de que tenía que volver, de querer volver allí, de no apartarme. Siempre que he vuelto lo he hecho de rodillas, como a un santuario.

Dirigió el Festival de Mérida, un solo año, en 2011, salió escopetada, enfrentada con políticos y administraciones. Con los años, ¿cómo recuerda aquella experiencia?

Pues durante mucho tiempo tuve una sensación de tremenda amargura porque fue algo que abordé con una enorme ilusión y que me llevó a un lugar muy triste. Con los años dije que volvería a estar en una posición pública, no quería acercarme al mundo de la política. Eso se me ha ido pasando con el tiempo. Y por otro lado, he llegado a tener la sensación de que pequé de ingenua. Esperaba gente honesta, valiente, sin miedo. Y me encontré gente deshonesta, que vivía en y por el dinero y no por la creatividad.

¿Ha vuelto a Mérida?

He vuelto a trabajar, pero no al teatro romano. No tengo mucho interés en volver ahora mismo. Hay que pensar que las cosas llegan cuando tienen que llegar. No voy a forzarlo. Cuando tenga que ser, será. Y si no tiene que ser, no pasa nada. Ya he estado allí, lo he vivido, he visto un teatro romano entero, gozando y aplaudiendo. He tenido las sensaciones más hermosas del mundo, no necesito volver.

Ha probado casi todos los aspectos del teatro, también como directora, algo que comenzó en 1994 con un montaje de Mario Benedetti, Pedro y el capitán, en la sala alternativa madrileña Montacargas.

Al mismo tiempo que todos esos montajes que te iban formando como actriz, con gente cercana y de mi generación teníamos la pulsión de investigar, de experimentar y trabajar en laboratorio. De ahí surgió ese primer montaje y cuando vi que quería seguir dirigiendo formé mi propia productora (Avance Producciones Teatrales). Fueron muchos años de investigación, de conformar grupos de trabajo no solo de actores, sino también de técnicos, para juntos buscar. Creo en esa forma de hacer teatro. Todo ese proceso, que muchas veces se quedó en trabajo de laboratorio y no hubo estrenos, culminó con La avería de Dürrenmatt, que fue el primer montaje grande pagado de mi bolsillo.

Algo que ha ido desarrollando hasta la actualidad, la última vez hace dos años en Matadero de Madrid, estrenó nada menos que El ángel exterminador, una adaptación de la película de Luis Buñuel.

Sí, como directora, pero eso fue un encargo de Carme Portaceli que en esos momentos dirigía el Teatro Español. Me cuesta trabajar por encargo, pero hice una excepción.

La obra no fue muy bien recibida por la crítica. Un montaje que además contaba con 20 actores y lo más granado de la profesión por detrás del escenario.

El público lo recibió bien, el teatro llenó todas las funciones. La crítica me destrozó. Ahora con el tiempo creo que no fue un espectáculo redondo. Soy de procesos largos y aquí había que producir en 45 días. Pero bueno, no hago teatro para gustarle a todo el mundo.

A finales de los años noventa llegan papeles más importantes, producciones del Centro Dramático Nacional, parece que su carrera se va asentando.

Sin duda. Todo lo anterior, de alguna manera, era un camino para ir subiendo. Las responsabilidades eran cada vez mayores, los personajes que me iban ofreciendo eran cada vez más importantes. Y ahí también fue importante el teatro público. Cobras mucho menos, haces menos funciones, pero haces textos importantísimos con gente maravillosa. Y eso fui mezclándolo con el privado, donde la sensación de tener que llenar un teatro tiene también que ser parte del entrenamiento de una actriz.

Y ahí, en 1997, conoce a uno de los grandes, al director argentino Jorge Lavelli, en un montaje en el María Guerrero, Eslavos.

Cuando aparece Lavelli, a mí me parte la cabeza. Me encuentro con un director con una visión completamente distinta a lo que yo había trabajado hasta ese momento. Es un director que trabaja lo físico de una manera increíble, que le da al actor la posibilidad de crear, no quiere actores obedientes, sino actores creadores, confía en la creatividad del actor a límites insospechados. Y surgió el enamoramiento. A partir de ese momento, me dije que lo que quiera Lavelli, allá voy. Y, de hecho, repetimos.

No fue fácil el rencuentro. Lavelli tuvo que insistir mucho para llegar a montar La hija del aire de Calderón, ¿no?

Es que esa obra se tenía que haber estrenado en la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Le llamaron para celebrar el cuarto centenario de Calderón y, finalmente, por cuestiones ajenas a todos nosotros, se decidió que el montaje estrella de ese centenario tenía que ser hecho por un director español. Y se suspendió el estreno. Ahí Jorge me dijo que él quería seguir haciéndola. Cuatro años después, no me lo podía creer, me llamó para montarla en Buenos Aires como la única intérprete española.

Montaje que luego vino a Madrid y muchos recuerdan como una de sus mejores interpretaciones…

Eso era un escándalo de función, creo que era un montaje maravilloso y a mí me colocó en un lugar que no me había colocado en ningún otro espectáculo. Esa es la verdad.

¿Puede explicar mejor ese lugar?

A partir de ahí, no sé cómo explicarlo bien, una siente que pertenece ya a una serie de personas que son solicitadas, en las que se confía para hacer personajes grandes y que la gente se da cuenta de que no eres algo pasajero, digamos.

Es verdad que a partir de ahí se dispara todo un poco. Además llega la gran popularidad en televisión y la primera película con Almodóvar. Pero en teatro se encuentra con una persona que también será fundamental en su carrera, el director esloveno Tomaž Pandur con el que montaría Barroco (2007), Hamlet (2008) y Medea (2009).

Pandur fue tremendamente importante, creo que ha sido una de las grandes pérdidas de mi vida. Era uno de los hombres más sensibles y más creativos que he conocido. Teníamos exactamente la misma edad. Era un hombre que escuchaba al actor, que investigaba, que le gustaba jugar, que quería lanzar un mensaje para la posteridad, quería hacer un teatro que permaneciera en el imaginario durante siglos. Tenía una ambición muy bella.

Con Lavelli y Pandur hace dos papeles masculinos, Hamlet y Nimias, que demuestran esa versatilidad que explotará en otro de sus grandes montajes, el Segismundo de La vida es sueño en 2014 dirigido por Helena Pimenta. Y si bien es normal en teatro el interpretar papeles del otro género, sí parece que pone ahí, en ese empeño, cierta reivindicación, ¿podría explicar de qué tipo?

El teatro es un espacio de libertad y de juego, de experimentación, donde quien puede hacer algo debe hacerlo. Y sí, tienes razón, hay una reivindicación personal, como mujer, de decir: ¿Por qué nos tenemos que ceñir al género que portamos? Quiero decir, hay personajes masculinos que a las actrices siempre se nos van a negar por el hecho de ser mujeres. Y hay muchos más personajes masculinos grandes que los femeninos, desgraciadamente. Entonces dices, ¿por qué no puede una mujer hacer un Segismundo? Pero también ¿por qué un hombre no puede hacer de Bernarda Alba? Así que sí hay una postura, pero no sé tanto si es feminista, porque creo que los hombres también deben interpretar mujeres. No es que tenga una fijación especial en hacer personajes masculinos, ni muchísimo menos. Tengo fijación con hacer buenos personajes.

La vida continúa. Está preparando ya una función para el Centro Dramático Nacional, La madre de Frankenstein, adaptación del libro de Almudena Grandes dirigida por Carme Portaceli. Dentro de poco estrena serie, La ley del mar en RTVE junto a Luis Tosar. Tendrá un pequeño papel en la nueva película de Rodrigo Cortés producida por Martin Scorsese, Escape. Y en octubre se estrenará la película de Paula Ortiz, Teresa, basada en la obra de Juan Mayorga, La lengua en pedazos.

Otra de las cosas maravillosas que me han pasado en la vida es Juan Mayorga. Nos conocemos hace muchos años, él ahora está en un lugar de maravilla creativa. Y tengo el gusto de poder hablar con él de tú a tú. El papel en la película de Rodrigo Cortés es un personaje pequeño, pero es un bombón. Y vuelvo al CDN. Sí, la vida continua.

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