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Miguel de Molina: el coplero queer que la España fascista maltrató y que el teatro recupera

Miguel de Molina. Foto: Fundación Miguel de Molina.

Rocío Niebla

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Hasta que a Miguel de Molina empezaron a respetarle era conocido como la Miguela. De familia malagueña muy humilde, el 'faraón de la copla' tuvo que trabajar limpiado habitaciones en un burdel, organizando fiestas flamencas y bailando y cantando donde le dejaban. Ojos verdes, La bien pagá, Triniá y El día que nací yo le lanzaron a la fama, así como su peculiar forma de vestir en escena y sus performances atrevidas. Actuó muchas veces para animar a las tropas republicanas, y tuvo que huir de España por amenazas por parte del Régimen. Por “rojo y maricón” pasó su vida entre Argentina y México llenando teatros y reinventando la copla. La sombra de García Lorca, conocido y admirado suyo, siempre le persiguió. En el Teatro Infanta Isabel de Madrid representan ahora su vida y obra.

Miguel de Molina fue el coplero queer más importante de todos los tiempos. Nunca escondió ni su orientación sexual, ni el amaneramiento en el escenario, aunque, al reinventar el género y baile, más que pluma, se manifestaba en una gestualidad propia solo de él. No actuaba como una mujer, no actuaba con la masculinidad típica de un hombre: subía al escenario con arrojo y marca Miguel de Molina.

Miguel de Molina al desnudo es el espectáculo que el Teatro Infanta Isabel de Madrid tiene en cartelera. Félix Estaire es el director: “Fue vanguardia, fue tradición, fue un artista incombustible, un creador incansable, un empresario de éxito, un influenciador de su tiempo”. El actor que lo interpreta, Ángel Ruiz, cree que Miguel era la personificación del espíritu y valores de la Segunda República. “El hijo prodigo de una España emergente y moderna que empezaba a identificarse con una visión propia y genuina que surgía de la cultura popular. Su copla es única. Son las coplas que surgieron en un momento de efervescencia cultural y de libertad expresiva. Son coplas llenas de historias populares y que conectaban con un espectro muy amplio de gente. Miguel fue el primer hombre en afrontar el género que normalmente estaba relegado a la mujer”.

Miguel de Molina nació en 1908. Leemos en su autobiografía Botín de guerra (Almuzara, 2012): “vengo yo al mundo mientras en España reina Alfonso XIII, y en Andalucía, en particular, reinan la pobreza, el hambre, los terratenientes, gran parte del clero, la ignorancia y la superstición... un caldo de cultivo para la guerra civil que llegaría con el tiempo”. El padre de Miguel era zapatero y sufría terribles ataques epilépticos, el artista siempre lo recordaba cantando verdiales. Se crió, por tanto, entre seis mujeres (la madre, la abuela y cuatro hermanas). Contaba que sus primeros shows los hizo en un jardín de infancia que montó, mientras las mujeres de su vecindad iban a trabajar o hacían sus labores. Miguel cogía cuatro trapos sucios y les bailaba y cantaba a los niños a cambio de algún durillo que le daban por cuidarlos. Muy pronto sufrió discriminación y acoso por su amaneramiento, en el colegio la llamaban “mujercita” y se mofaban de él diariamente. Lo acabaron expulsando por lanzar al profesor un tinte de vidrio porque el cura intentó propasarse.

En Granada trabajó en una mancebía (un burdel) limpiando y haciendo compras en el mercado. Cuántas veces más tarde cantaría “apoyado en el quicio de la mancebía”. En Granada oyó y leyó por primera vez a Federico García Lorca (10 años mayor que él) del que se enamoró artísticamente. Aunque desde adolescente tenía clara su homosexualidad, lo confirmó cuando Camelia, una prostituta, se le metió en la cama: “Yo sentí que me excitaba y respondí a sus besos, pero fue un fracaso. A mí esa casi iniciación me dejó más confuso sobre mi propio ser”.

En sus memorias relata su primer escarceo sexual con “el moro Samido” y cuenta: “Mucho tiempo después cuando yo era Miguel de Molina y pisaba fuerte los escenarios, estaba interpretando Ojos verdes y al cantar los versos 'y nunca una noche más bella de mayor he vuelto a vivir' me pasó como un relámpago la imagen de Samido”.

Blusas de fantasía

En la Sevilla del 1929, Miguel de Molina hacía sus pinitos bailando y cantando en todo tipo de saraos. Llegó a Madrid en 1930 y es en la capital, en el mítico Villa Rosa de la Plaza Santa Ana y en el Teatro Romea, donde llama la atención y empieza la historia de su luz propia. “Entonces sucedió algo muy importante para mi carrera: decidí crear mi primera blusa de fantasía. La ropa flamenca consistía en el típico traje andaluz. Mis blusas, para aquella época tan plagada de prejuicios, eran bastante petardas y atrevidas. Mi propósito no era vestirme de mujer, pero sí con una pizca de aire femenino”, cuenta en su biografía.

Lidia García es investigadora de la Universidad de Murcia y divulgadora sobre cultura popular española y género. Autora del podcast ¡Ay, campaneras!, nos cuenta sobre el vestuario del coplero: “Era único, Miguel entendió prontísimo que marcar la diferencia era fundamental a la hora de construir una presencia escénica propia. No le tenía miedo al exceso ni a la extravagancia, al contrario. Diseñaba, e incluso a menudo cosía, su propio vestuario que solía ser colorido, abigarrado y divertido. Sus blusones de mangas amplias, sus botines profusamente ornamentados... era inconfundible. A mí me alucina el componente lúdico en la manera de entender la moda y que ese desenfado chocara tan de frente con los estereotipos de género. En aquella época la apariencia sobria de los cantantes masculinos solía contrastar con la exuberancia visual de las intérpretes femeninas y Miguel rompió con ello”.

Miguel de Molina le debe a su canción estrella Ojos verdes entrar en todas las casas de España. Escrita por Rafael de León, cuenta que estaban en Barcelona, junto a García Lorca, cuando Rafael de León empezó a recitar “ojos verdes como la albahaca” y Lorca, en broma, le dijo que estaba demasiado inspirado en su “verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas” del Romancero Gitano. Miguel de Molina fue un coplero de muchas coplas.

Pedro Lópeh es musicólogo y autor de Ramo de coplas y caminos, y tiene un podcast de flamenco llamado El café de Silverio. “Lo que más me destaca es su voz. La emisión vocal es nítida y luminosa, también tensa. Echa mano de su característico vibrato de manera muy controlada, sin caer en barroquismos ni gorgoritos. Su expresividad camina en el mismo sentido, nunca excesivamente afectada, pero siempre emocionante”.

Para Pedro Lópeh el virtuosismo del malagueño también está en que se movió en distintos ambientes sonoros y no se ciñó en recrear la tradicional atmósfera de la copla, sino que cogió ingredientes de otros géneros. “Como artista total que fue, atento a todos los detalles de las obras que protagonizaba, hemos de responsabilizarle de la introducción y el impulso de arreglos orquestales de aroma latino en canciones que hasta entonces sonaban a otra cosa. Su maravillosa versión del Te lo juro yo es paradigmática”, señala.

El exilio

En la Guerra Civil, Miguel de Molina se posicionó claramente, eso haría que más tarde lo pagara caro. Actuó gratuitamente innumerables veces para el Socorro Rojo, para la Asistencia Social, para la Aviación Republicana, para la Comisión de Ayuda de Evacuados y Combatientes. En 1939, por “rojo y maricón” lo secuestraron del teatro Pavón de Madrid y le propinaron una paliza que casi lo mata, además, le arrancaron a tirones el pelo. Según contó en entrevistas posteriores, fueron José Finat y Escrivá de Romaní, conde de Mayalde, que llegó a ser Director General de Seguridad y teniente alcalde de Madrid. El tercero agresor al que señaló fue Sancho Dávila, alto dirigente de la Falange que en los cincuenta llegó a presidir la Federación Española de Fútbol. Por cierto, el empresario del Pavón no le perdonó la función y, apaleado y sin pelo, tuvo que seguir con el show. El dinero es el dinero y eso le obligó a ponerse una peluca, a recomponerse y a cantar como si nada.

Alejandro Salade es sobrino nieto de Miguel de Molina y presidente de la fundación que lleva su nombre. Salade cuenta que Miguel de Molina tuvo que exiliarse porque el Franquismo no le permitió ni vivir tranquilo, ni trabajar. Añade que ni siquiera fue por causas políticas, más bien, asegura, fueron celos y envidia de su apabullante éxito. “Su arte era incómodo así que fue en Argentina, luego en México, y más tarde de nuevo en Argentina, donde pudo trabajar y alcanzar la gloria. En Buenos Aires agarras un taxi y si preguntas por Miguel de Molina saben quién es. En España no, se confunde incluso con la familia Molina”.

La Fundación Miguel de Molina preserva todo el legado del artista, custodia su colección que comprende desde cartas y documentos, archivo sonoro y audiovisual, hasta sus famosos trajes y botines diseñados por el malagueño. Arte y provocación, cuenta el sobrino nieto, es la exposición que trata de explicar el alma de Miguel de Molina: “En ella se puede apreciar la impronta revolucionaria de un personaje que representa la vanguardia del 27”. La exposición ha girado por Argentina y Uruguay, y estuvo en el Festival de Almagro el año pasado. Ahora están intentando moverla a ciudades europeas.

El director de Miguel de Molina al desnudo, Félix Estaire y Ángel Ruiz, el actor que interpreta al coplero coinciden en afirmar que Miguel de Molina fue un superviviente del fascismo, que con una inteligencia y talento extraordinarios supo llegar y alcanzar el éxito, primero en España, y luego, sin medida, en Argentina y México. Un artista completo, poliédrico e irrepetible.

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