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El PP valenciano, atrapado entre la corrupción y la desunión

Isabel Bonig y Vicente Betoret.

Adolf Beltran

La falta de química entre Mariano Rajoy e Isabel Bonig es un secreto a voces en el PP. Sin embargo, no parecía un problema mayor, ya que Bonig fue reelegida en el XIV congreso del PP de la Comunidad Valenciana, hace apenas 20 días, con el 94,5% de los votos. Hasta que ha llegado la hora de afrontar los congresos provinciales y ha estallado el conflicto por el control de la organización en Valencia.

El actual presidente provincial, el diputado autonómico Vicente Betoret, no pudo sacar adelante su propuesta de comité organizador del congreso en una tensa reunión de la junta directiva provincial el pasado día 20 porque los partidarios de la candidata adversaria, Mari Carmen Contelles, portavoz en la Diputación de Valencia, se opusieron. Ese mismo día, Betoret y Contelles fueron llamados a capítulo en la sede central del PP, en la madrileña calle de Génova, donde se les emplazó, en presencia de la secretaria general valenciana, Eva Ortiz, a pactar una lista única, pero la candidata afín a Bonig no aceptó que la encabezase Betoret ni tener el mismo peso en ella que su rival.

Aunque Bonig ha mantenido en público que respeta a su todavía presidente provincial como hace con los otros dos, el de Alicante, José Císcar, y el de Castellón, Javier Moliner, -que será relevado por Miguel Barrachina tras anunciar por sorpresa el presidente de la Diputación que no repetirá-, el conflicto constituye un pulso de la dirigente del PP de la Comunidad Valenciana con la dirección que preside Rajoy.

La gravedad del conflicto

Varios son los elementos que confluyen en una crisis de cuya gravedad da una idea el hecho de que el coordinador general del PP, Fernando Martínez-Maíllo, haya advertido de que la dirección nacional “intervendrá lo que sea necesario” para evitar la división interna.

El primero es ese mismo: que Génova no quiere división. Rajoy y su equipo han fabricado una doctrina según la cual la corrupción no impide que el PP pueda ganar elecciones, pero la imagen de división sí puede hacerlo.

El segundo es el apoyo claro del que goza Betoret por parte de la dirección nacional. Es tradicional en el PP valenciano que los grandes pulsos por el poder se den en las estructuras provinciales, cuyos dirigentes han funcionado como auténticos barones en el partido.

El tercero, y tal vez más importante, es que Rajoy no quiere ni oír hablar de discrepancias en temas de la política del Gobierno que afectan a la Comunidad Valenciana. Por eso, probablemente, Génova refuerza más a Betoret, para evitar que Bonig disponga de un margen de autonomía en el PP. Dicho de otro modo, quiere a una líder valenciana débil.

Es sintomático que Bonig, en plena crisis en Valencia, haya optado por no acudir a la convocatoria unitaria de todos los parlamentarios realizada por el presidente de las Corts Valencianes, Enric Morera, pese a las críticas de los partidos del Pacto del Botánico (PSPV-PSOE, Compromís y Podemos), para ratificar anteriores declaraciones, suscritas también por los populares, con el fin de exigir la reforma de la financiación autonómica y que los Presupuestos Generales del Estado traten con justicia a la Comunidad Valenciana.

En teoría, la presidenta regional del PP está trabajando para “rebajar la tensión” y buscar una lista conjunta al congreso provincial, pero la cuestión sigue siendo quién encabeza esa candidatura.

La olvidada refundación

Bonig y todo el PP valenciano están atrapados entre la corrupción y la desunión. En un territorio donde los casos de corrupción de los populares son abundantes y escandalosos, y ante los que Bonig abanderó una “refundación” del partido, nombre incluido, que ha quedado en nada, se esgrimen en el interior de la organización argumentos como el que atribuye a Betoret muchas posibilidades de acabar implicado en la investigación del caso Imelsa, que hizo caer al presidente provincial, Alfonso Rus, de quien era número dos.

Sin embargo, esa imputación no se ha producido y, por otra parte, en el PP valenciano casi ningún dirigente puede asegurar que no le toque a él. La propia Contelles aparece en la investigación de la Púnica como interlocutora del conseguidor de la trama, Alejandro de Pedro, para llegar hasta la mismísima Bonig.

La celebración de primarias, por las que Bonig puso empeño personal y en las que, sin rivales, fue respaldada por menos de 8.000 votos, -algo que contrasta notablemente con las afirmaciones de los populares de que disponen de más de 100.000 afiliados-, ha revelado que el PP, una vez perdido el poder en la mayoría de las instituciones valencianas, ya no es la apisonadora de los tiempos de gloria y de supuesta financiación ilegal. Eso hace más intensas las conspiraciones internas en una formación acostumbrada al dedazo y la unanimidad de cara al exterior.

En ese panorama, los elementos del rusismo que todavía perviven en la estructura del partido en la provincia de Valencia buscan una oportunidad de salvar espacios de poder, se dice que el propio Rus mueve algunos hilos en la sombra, a cambio de su apoyo a la candidata de Isabel Bonig.

De momento, sobre el PP valenciano planean la corrupción y la desunión, dos jinetes apocalípticos contra los que el único conjuro es que todavía ha sido la suya la formación más votada en las últimas elecciones. Lo dijo Rajoy al clausurar el congreso de la Comunidad Valenciana: “Estamos dispuestos a llegar al objetivo de volver a gobernar en 2019”. Está por ver.

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