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Madrid contra España

Gustau Muñoz

Andalucía había sido una advertencia. Podía pasar. La adaptación rutinaria de una izquierda establecida podía abrir resquicios a una derecha salvaje y rudimentaria, capaz de movilizar las peores pulsiones humanas. Los errores estratégicos y los personalismos, la deriva clientelar, las insuficiencias de una izquierda vista (con razón o sin ella) como parasitaria y alejada de su base social, podían dar pie -vía la desmovilización del electorado de izquierdas- al relanzamiento y eventual triunfo de una derecha con escasas credenciales democráticas.

El aviso de Andalucía -el éxito electoral de la coalición entre PP, Ciudadanos y Vox- provocó un escalofrío y movilizó en toda España el voto progresista en las últimas elecciones generales, autonómicas, municipales y europeas. Cierto que no con la fuerza necesaria, en parte debido a la bajada de Podemos y fórmulas similares, pero con el empuje suficiente, en muchos lugares, para favorecer la remontada del PSOE, detener la progresión del PP y de Cs y compactar un bloque de izquierdas diverso que ha cerrado el paso a una peligrosa generalización del tripartito de derechas (el famoso “trifachito”).

El PP sigue estupefacto ante su fracaso electoral. Ciudadanos se debate en la crisis, entre las ambiciones cesaristas de su líder y los cantos de sirena de los poderes económicos -que tanto han invertido en ellos- que le reclaman para asegurar la “gobernabilidad”. Pero entre uno y otro -PP y CS- han dado un paso de extrema gravedad que les aleja de los compromisos ineludibles de la derecha democrática en Europa. Han pactado y favorecido soluciones de gobierno con Vox, un partido de la ultraderecha. No captar el peligro que supone esta formación xenófoba, antifeminista, antidemocrática y antiliberal, de un nacionalismo españolista extremo y excluyente, enemiga de las autonomías (y por tanto de la Constitución vigente) y nostálgica del franquismo, es un error, pero algo más que un error.

Y sin embargo, esta fórmula de las tres derechas -que podría haber quedado confinada a Andalucía, como un episodio desafortunado- ha triunfado en Madrid. Todavía se discuten los flecos, pero está claro que gobierna y gobernará en el Ayuntamiento y en la Comunidad Autónoma. De momento -una decisión a contracorriente de la razón y de la historia- ya ha desbaratado el plan de pacificación del tráfico, el Madrid Central, tan vital por razones de salud pública.

La izquierda ha experimentado en Madrid un grave tropiezo y, como ha escrito Enric Juliana, lamentará durante décadas los errores que ha cometido y que han favorecido su fracaso en las urnas.

¿Qué pasa con la izquierda en Madrid? ¿Cómo es posible que hayan desperdiciado un caudal de energías que parecía tan poderoso y que ya había llevado a Manuela Carmena a la alcaldía de la capital? ¿Cómo puede ser que hayan perdido el Ayuntamiento y el Gobierno autonómico?

Es un hecho muy grave que sitúa Madrid a contrapelo de Europa Occidental (quizás no de Hungría o Polonia, del grupo de Visegrad) y de las nacionalidades y regiones más dinámicas de España, donde la fórmula que triunfa en Madrid es del todo extraña, ajena, remota, universalmente rechazada.

Las disensiones en la izquierda madrileña son una constante histórica. Tarradellas decía que la izquierda madrileña está en crisis desde 1931. Las divisiones en el seno de la Federación Socialista Madrileña son bien conocidas: una formación partida por la mitad entre sanchistas (que ahora han ganado) y susanistas, con un peso exagerado de viejas glorias que fueron de izquierdas en su juventud pero que hace tiempo que se han acomodado en el ecosistema económico-mediático de Madrid, tan abrasador, y que en general enarbolan un nacionalismo españolista furibundo que retroalimenta y legitima el discurso de la derecha. Las trifulcas en el seno de Izquierda Unida son épicas y recurrentes. Pero lo que no se podía esperar era que la nueva izquierda renovadora que había surgido del 15 M y que representaba la “nueva política”, Podemos, cayera tan pronto en los antiguos vicios, en las peores prácticas, en la incoherencia más lamentable. El desgarro de Podemos, la escisión de Más Madrid alrededor de Iñigo Errejón, la centrifugación del brillante grupo dirigente inicial, el personalismo de Pablo Iglesias -capaz de cometer un error simbólico tan estúpido como el del chalet de Galapagar-, han pasado una factura exagerada. Unos y otros, todos juntos, han decepcionado. Y una parte importante de la base social, los votantes potenciales, no encontraron demasiado sentido a movilizarse el día de las elecciones. La abstención comparativa muestra escasa participación en el sur de Madrid y una participación masiva en los distritos acomodados y opulentos de la parte norte de Madrid. Porque Madrid como cuerpo social es una realidad escindida y partida por la mitad.

¿Y de dónde viene este entusiasmo participativo de la base social de la derecha madrileña? ¿Cómo es que una metrópolis europea como se supone que es Madrid tiene este comportamiento electoral, cuando es sabido que Londres, París o Berlín, por ejemplo, votan en clave progresista, liberal, democrática, antifascista, que tienen gobiernos municipales de izquierdas? Cuando sabemos que son en un caso anti-Brexit, en otro anti-Le Pen, y en el tercero, enemigos declarados de la derecha extrema de Alternative für Deutschland. Cuando en Barcelona la duda estaba entre Ada Colau y Ernest Maragall, entre la izquierda alternativa y el republicanismo. Cuando en València gobierna Joan Ribó, de Compromís, con el apoyo de los socialistas. Cuando en Bilbao triunfa un partido inequívocamente democrático -radicalmente democrático, por comparación- como el PNV.

Algo pasa en Madrid. Y no es buena para España.

Porque lo que menos puede convenir a España sería esa fórmula de la triple derecha (la Triple D), marcada inevitablemente por el influjo y el condicionamiento de una ultraderecha sin credenciales democráticas y con vocación de hacer derrapar el equilibrio de poderes y de fuerzas conseguido, mal que bien, con el pacto constitucional -Insuficiente, si se quiere, en términos democráticos radicales- de 1978. La xenofobia, el antifeminismo, el antiecologismo, la homofobia, el ultraliberalismo (el fascismo posmoderno o 2.0 no es estatista sino ultraliberal), la insistencia en dinamitar el Estado del Bienestar y el Estado Autonómico ... ¿adónde llevarían? ¿Alguien se lo ha planteado?

Tema de reflexión. Vox es, en realidad, una escisión del PP. Por lo tanto, el monstruo ya estaba dentro. Ahora ha salido de la botella y vaga por las Españas. Ciudadanos quiere desplazar el PP y para hacerlo -cálculo de Rivera- debe asumir todo el espectro de la derecha, todo el espectro que cubría el PP antes del shock de la Gran Corrupción que ha determinado su batacazo. El cemento de unión de todo ello es un nacionalismo españolista excluyente que encuentra un gran eco y aceptación en Madrid. Con muchas banderas. ¿Por qué? Por convicción, pero también -o tal vez sobre todo- por interés. Un aspecto en el que habrá que profundizar.

¿Madrid contra España?

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