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El Aita Mari rescata a 43 personas en el Mediterráneo Central con los puertos cercanos cerrados por la epidemia

El barco Aita Mari

Marta Maroto

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El barco de rescate Aita Mari, de la ONG española Salvamento Marítimo Humanitario (SMH), ha socorrido este lunes a 43 personas que trataban de cruzar el Mediterráneo Central en una endeble barcaza de goma. Los migrantes habían salido hacía cuatro días de las costas de Libia, y llevaban varias jornadas a la deriva sin gasolina y ya se habían quedado sin agua ni pan. Ahora, Malta, que ha coordinado la operación, se niega a autorizar el desembarco por el miedo a la Covid-19.

“¿Puede alguien ayudarnos? Perdón. No estamos bien, no estamos bien”, se escucha la voz en francés de una mujer. Es un mensaje de audio que ha filtrado y colgado en sus redes Alarm Phone, el grupo de activistas que días atrás dio el aviso de que había hasta tres pateras con cerca de 190 migrantes en peligro en alta mar. La mujer cuenta que está embarazada, advierte sobre la salud de una niña de siete años que sería su hija y dice que la situación a bordo es tan extrema que “dos personas han muerto”: “Ellos dijeron que vendrían, pero no les vemos”, señala en referencia posiblemente a una llamada previa al Centro de Coordinación Marítimo de Malta.

El Aita Mari, al que el confinamiento y cierre de puertos italianos había sorprendido en el puerto siciliano de Siracusa, se dirigía a España, a su base en Pasaia, Gipuzkoa, para hacer labores de mantenimiento. Viajaba con tripulación mínima, apenas 9 de los 15 miembros que suelen ir en los rescates, sin jefe de misión ni personal sanitario, cuando recibió el aviso de Malta. “Nosotros indicamos que íbamos a ayudar en labores de búsqueda pero que no podíamos hacer rescate”, señala Íñigo Mijangos, presidente de SMH, a eldiario.es.

Coordinado y a las órdenes en todo momento de las autoridades maltesas, el barco de salvamento pasó la noche del domingo al lunes tratando de localizar la precaria embarcación. Por la mañana, al avistarla, recibió instrucciones de dar comida y agua a los migrantes, que no fueron embarcados en el Aita Mari hasta la tarde del lunes, cuando empeoraron las condiciones climáticas y empezó a entrar agua en la patera.

Aquella noche las 43 personas rescatadas, entre las que habría dos mujeres, una de ellas embarazada, y tres niños, procedentes de diversos países del continente africano, durmieron en la popa del barco de 32 metros de eslora. Las primeras informaciones apuntaban a que al menos seis personas permanecían inconscientes dentro de la patera: “Estaban mal, cansados, deshidratados, con mucho estrés, varios días comiendo solamente pan. Tampoco sabemos si alguno tiene alguna enfermedad crónica o diabetes”, continúa Mijangos, que desde el País Vasco está coordinando la comunicación y negociaciones con Europa para tratar de agilizar un desembarco.

Malta, en estado de alerta por la epidemia, se ha negado a ofrecer un puerto al Aita Mari, alegando que sus instalaciones no son seguras por la alarma de la COVID-19. Sin embargo, al haber sido el país que ha dado la orden de la operación, que ha sucedido dentro de su área de búsqueda y rescate (SAR, por sus siglas en inglés), “Malta tiene la obligación de coordinar el desembarco”, puntualiza Mijangos. “Malta se está desentendiendo totalmente, y por parte de España, de momento, silencio”, apostilla.

Las epidemias no frenan las migraciones

La pandemia mundial y el cierre de puertos no frena las huidas de migrantes subsaharianos de los centros de detención libios, donde se han documentado ampliamente las torturas y violaciones de derechos que sufren por parte de las milicias que pugnan por controlar el país y sus yacimientos de petróleo. Pese a la petición internacional de un alto al fuego entre las dos partes enfrentadas, la contienda continúa en Trípoli, entre el gobierno reconocido por Naciones Unidas y las fuerzas rebeldes de Haftar. Los casos de coronavirus reportados en este país sin instituciones ni infraestructura sanitaria apenas confirman 26 contagiados y una persona fallecida por la COVID-19.

Pese a las crecientes dificultades y trabas a los barcos de rescate, además del Aita Mari con 43 personas, también se encuentra en esta zona del Mediterráneo Central —el triángulo que forman Lampedusa, Malta y el oeste de Libia— el Alan Kurdi, la embarcación de la ONG alemána Sea Eye, con 149 personas que con esta pasarían su novena noche a bordo.

Pese a la negativa inicial de Italia, el Gobierno de Roma ha autorizado por fin hacer una transferencia de los migrantes a un buque más grande de la Guardia Costera, donde pasarían 14 días de cuarentena hasta poder pisar tierra firme. “No sé si la solución que van a ofrecer al Aita Mari será similar, las circunstancias son distintas, hemos atendido la llamada de Malta, que se ha desentendido”, reflexiona Mijangos, presidente de la ONG armadora del barco de rescate español.

Mientras tanto, apenas hay noticias de las otras dos pateras de las que ha alertado Alarm Phone: otras dos embarcaciones con 55 y 85 personas aproximadamente cada una. La alemana Sea Watch, cuyo barco sigue incautado por el decreto de seguridad del anterior ministro del Interior, el ultraderechista Matteo Salvini, advirtió el domingo el avistamiento de un bote de goma volcado y vacío, lo que podría suponer el naufragio de todas las personas que huían a bordo.

Por otro lado, un periodista italiano ha seguido el recorrido de uno de los aviones utilizados por Frontex, la agencia de control fronterizo europea. La nave se habría dirigido a la tercera patera, a la que se había perdido la pista hacía días. “No sabemos si se les ha rescatado, o si se les ha dado comida y agua y dejado de nuevo a la deriva”, señala Mijangos. Malta todavía no ha confirmado ninguna de estas informaciones.

También el fin de semana, una barca de goma con más de un centenar de migrantes a bordo ha llegado a salvo al sur de Sicilia. Este caso es uno de los pocos que logra llegar sin asistencia a su destino, la mayoría de pateras se desvían por las corrientes mediterráneas o tienen problemas con el motor.

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