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Casa Frida, un refugio LGTBI para “volver al mundo” tras sufrir violencia en México

Fachada de Casa Frida con la bandera LGBTIQ+, la de Francia y la de Países Bajos.

Clara Giménez Lorenzo

Ciudad de México —

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Si uno busca Casa Frida en Google, los primeros resultados remiten a la residencia de la artista Frida Kahlo, situada en Coyoacán, al sur de Ciudad de México. Unos kilómetros al este, en la delegación de Iztapalapa, la bandera LGBTIQ+ ondea sobre una vivienda de dos plantas. Por motivos distintos al edificio que albergó durante años a la conocida pintora mexicana, el recinto situado en una de las zonas más populares de Ciudad de México también va camino de convertirse en un símbolo.

En este caso, de inclusión, protección y libertad, porque Casa Frida es un refugio para la comunidad LGTBIQ+ que abrió sus puertas en plena pandemia. Fue en Internet donde Leo (26), Adolfo (27) y Miguel Ángel (32)* encontraron el espacio al que ahora coinciden en llamar hogar, según cuentan a elDiario.es. Los tres vivían situaciones límites: Leo y Adolfo, originarios de Ciudad de México, habían sido expulsados del núcleo familiar por su orientación sexual y su estatus VIH positivo; la solicitud de asilo de Miguel Ángel, que migró de Honduras a México por la violencia de las maras [pandillas juveniles organizadas y de conducta violenta], acababa de ser rechazada.

En situación de calle y sin ingresos, Casa Frida fue la última bala, una llamada de auxilio en medio de la incertidumbre, un mensaje de Facebook enviado desesperadamente desde el móvil. 

“Intentamos adaptarnos al contexto de las personas que llegan y brindarles un acompañamiento específico”, explica Lizbeth Suárez, coordinadora de Autonomía y Reintegración, sentada junto a Ian Hernández, jefe de Oficina. Casa Frida nació en mayo de 2020 de la mano de un grupo de profesionales  independientes y en el contexto de la contingencia sanitaria provocada por la pandemia, que agudizó las condiciones de marginación y la violencia intrafamiliar contra miembros de la comunidad LGTBIQ+. Dieciocho meses después, 281 personas han pasado por el refugio que, junto a Casa Hogar Paola Buenrostro, albergue para mujeres trans inaugurado en enero de 2020, es uno de lugares pioneros en cuanto al acompañamiento y protección de la comunidad LGBTIQ+ en México

“El proyecto se pensó de forma temporal, pero cada vez ha tenido mayor fuerza”, asevera Lizbeth. En un inicio, quienes llamaban a la puerta eran mexicanos, pero la situación ha ido evolucionando a la misma vez que las restricciones pandémicas. Ahora, el 32% de los usuarios son migrantes, mayormente de origen centroamericano, aunque también han sido acogidas personas del Este de Europa y Asia.

“El tema institucional es una de las dificultades”, recalca Ian. “La actual Administración mantiene una postura muy cerrada en cuanto al apoyo de ONG”. Casa Frida no recibe apoyo de las autoridades mexicanas, aunque sí de la Embajada de Francia y el Gobierno de los Países Bajos, motivo por el cual las banderas de los dos países cuelgan de la fachada junto al estandarte arcoíris. El resto de las donaciones proviene de particulares y de otras organizaciones nacionales e internacionales.

Uno de los meses más violentos

2022 ha empezado de forma dolorosa para la comunidad LGTBIQ+ en México, con datos que sitúan este enero como uno de los meses más violentos de los últimos años. La plataforma Visible.lgtb reportó 34 agresiones y tres asesinatos, sin contar el doble feminicidio de Tania y Nohemí, dos mujeres lesbianas con tres hijos en común, encontradas sin vida en el Valle de Juárez.

La pareja fue asesinada en Chihuahua, el segundo estado con más crímenes de odio hacia la comunidad LGBTIQ+, pero la violencia alcanza diferentes puntos del país. Solo en Ciudad de México, la activista trans Natalia Lane fue acuchillada en la colonia Portales, un hombre golpeó a una pareja gay mientras cenaban en una taquería y una mujer escupió a dos chicas que se besaban junto a una heladería del Centro Histórico, entre otras agresiones difundidas por redes sociales y medios de comunicación.

“Ha sido un mes muy complicado para la comunidad en cuanto a discriminaciones y violencias. Es necesario abrir espacios seguros, no solo en el contexto de la fiesta, sino crear redes de apoyo”, opina Leo. Él ya no vive en Casa Frida, aunque hasta hace poco ocupaba una de las 24 plazas distribuidas en literas barnizadas de blanco. “Aquí me ayudaron a volver al mundo”, afirma. Sufrió violencia en un hogar “conservador, machista y heteronormado”, donde no podía expresarse. Ahora solo mantiene contacto con sus hermanos.

“Cuando entré era una persona seria y callada, cuando salí era alguien completamente diferente, más sociable, más amigable, más yo”, explica. Precisamente, su sociabilidad le ha permitido encontrar un trabajo con el que está muy satisfecho: en el área de marketing de una cadena de restaurantes. 

90 días

“Uno de nuestros principales objetivos es buscar autonomía y reintegración”, detalla Ian. “No queremos ser un espacio paternalista ni asistencialista”. El modelo de refugio de Casa Frida comprende un acompañamiento integral, que va desde el apoyo psicológico hasta la empleabilidad, pasando por la identificación de problemas de salud, la adquisición de herramientas útiles para la vida cotidiana o el asesoramiento legal con relación a la situación migratoria. También se imparten talleres de idiomas, teatro, yoga o maquillaje drag. Todo ocurre en un periodo de 90 días, el tiempo estipulado para la permanencia, aunque la organización valora cada caso individualmente.

“Cuando es posible también contemplamos regresos por reintegración familiar, se intenta sensibilizar y orientar a la familia, por si la persona decide regresar pero desde una óptica de independencia, no forzadamente”, explica Lizbeth. 

A mediados de febrero, Adolfo finalizará su estancia en Casa Frida. Llegó con lo puesto y gracias a los 15 pesos que le permitieron viajar en el metro hasta Iztapalapa. “Los mejores invertidos de toda mi vida”, ríe, pese a recordar que ingresó “emocionalmente devastado”. Casa Frida no solo le ha permitido empezar de nuevo tras ser expulsado por su familia y haber abandonado los estudios universitarios debido a su situación de salud, ha sido clave en su proceso de autoconocimiento: entró definiéndose como bisexual, ahora también se identifica como persona no binaria.

El 58% de usuarios de Casa Frida son hombres cis gays, seguidos de un 16% de mujeres trans, si bien la organización intenta construir un espacio seguro para la exploración de cualquier identidad, orientación y expresión de género.

Casa Frida también quiere ser un espacio de confianza para el 20% de usuarios que presentan un diagnóstico positivo de VIH. Muchos conocieron su estatus mediante las pruebas realizadas al llegar. “Es parte del empoderamiento cuidarte desde tu salud, subsanar el descuido que traen las violencias”, recalca Ian. “El estatus de VIH es otra salida del clóset [armario], ya no me cuesta decirlo”, expresa Adolfo, que ha empezado a trabajar en una compañía de seguros y dice sentirse aceptado “por fin” en un entorno laboral.

“Aquí vas a estar tranquilo”

Como otras personas migrantes, Miguel Ángel apareció en Casa Frida buscando un refugio temporal durante su paso por México. Este profesor de danza de 32 años entró al país por Tapachula, donde conoció a su pareja, también migrante. La idea era continuar hacia el norte, pero todo se complicó en Ciudad de México, cuando se acabó el dinero y la resolución de la solicitud de asilo fue negativa. Acudió a Casa Frida desesperado, con la intención de quedarse unos días; se convirtieron en semanas.

“Nunca te retienen, tú decides el tiempo que necesitas estar”, agradece. En su caso, el tiempo va aumentando: ahora se plantea no continuar hacia Estados Unidos y permanecer en México. Uno de los principales motivos es su participación en un espectáculo de danza y teatro con otros migrantes, oportunidad que surgió en uno de los talleres de Casa Frida. “Tengo contactos de escuelas de danza donde me gustaría trabajar, alargar mi tiempo en México”, comenta. De momento no quiere volver al tránsito en una zona fronteriza, donde los migrantes LGTBIQ+ se exponen a una doble violencia: Miguel Ángel recuerda cómo uno de sus compañeros tuvo que callar tras ser violado por otros hombres en un albergue de Tapachula. “Es muy difícil para la comunidad llegar a un refugio así”, expone.

Dice Adolfo que nunca había convivido con personas de otras nacionalidades; tampoco, al igual que Miguel Ángel y Leo, con otros miembros de la comunidad LGBTIQ+. “Muchas veces estereotipas a otras personas del colectivo y a personas de otras culturas y países diferentes, en un inicio también puede ser complicado, pero aprendes muchísimo”, argumenta Leo. “Poco a poco entiendes los procesos que vienen viviendo y las respetas aún más”. “También sus ideologías, hábitos y creencias, todo el mundo tiene un por qué”, añade Adolfo. El colectivo LGBTIQ+ no está exento de sus propias violencias y la convivencia entre tantas personas no siempre es idílica, apuntan los entrevistados. Pero nunca olvidarán, como recuerda Adolfo, “el momento en el que alguien me extendió la mano, en el que me dijeron: 'aquí vas a estar tranquilo'”.  

“La resistencia es lo que nos define desde nuestro inicio”, concluye Ian. “Buscar desde el compromiso una mejor calidad de vida para la comunidad LGTBIQ+”. Tras la violencia y el trauma, la posibilidad de una vida digna comienza a construirse desde lo cotidiano: Leo, Adolfo y Miguel Ángel bromean entre sí, recuerdan anécdotas de convivencia, como cuando Leo conoció a Adolfo y le prestó su propia ropa.

La entrevista termina y salen al patio, entran en la cocina, charlan con otras personas de la casa, miran la pizarra que indica el reparto de tareas. A Miguel Ángel le esperan los ensayos para la función que se estrenará este sábado, a Leo y Adolfo nuevos trabajos: han vuelto a lanzarse hacia la misma sociedad que los expulsó. Pero ahora saben que nunca estarán solos, ahora forman parte, como expresa Leo, de “una red de apoyo, un respaldo para cualquier cosa, una segunda familia”.

*Algunos nombres de las personas entrevistadas han sido cambiados para preservar su seguridad.

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