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La vida de los refugiados después de las brutales cargas policiales en París

Husmand Mdhayer, en el campamento d'Auterlitz. / Teresa Suárez.

Teresa Suárez

“Dormimos en el suelo, tenemos que ir al baño donde podemos como los animales, somos animales para ellos”, dice Eldjah Toure, que durante 14 meses vivió en el ahora inexistente campamento parisino de la Chapelle, desalojado recientemente por los antidisturbios franceses. “Las asociaciones no nos ayudan, siempre es la misma política, si quieres que te acojan tienes que mostrar certificados médicos y los médicos no nos los dan porque no tenemos papeles”. “Soy una buena persona, como todos los que estamos aquí”, casi se justifica Toure. Sobre el futuro de los migrantes y refugiados que malviven en las calles de la ciudad, el hombre lo tiene claro: “No hay nada mejor, todo es la misma mierda”.

El testimonio de Toure, de origen guineano, es una de las muchas historias que desde el jueves 11 de junio se entremezclan en las inmediaciones de los jardines d’Eole, en París. Varias lonas de plástico azul y gris se han convertido en los muros improvisados del nuevo “refugio” a tan solo unos minutos del desaparecido campamento Chapelle. Durante más de dos años, este enclave ha sido testigo  de las penurias de más de 100 personas, que pasaron sus noches y sus días bajo uno de los tramos del puente que recorre el boulevard de la Chapelle, al norte de la ciudad y cercano al turístico Montmartre.

El desalojo forzoso se inscribe dentro del tenso panorama al que el gobierno francés se enfrenta desde hace años y que durante estos últimos días tiene una especial relevancia. El intento de miles de migrantes y refugiados de cruzar la frontera italiana, con el objetivo de llegar a países como Austria o la propia Francia, se suma a la fuerte crisis a la que se enfrenta el país galo, que se muestra incapaz de albergar a cientos de migrantes, muchos de ellos refugiados políticos, tras la gran “evacuación” de La Chapelle del 2 de junio que dejó en la calle a cientos de personas sin ninguna posibilidad de alojamiento.

Lugares como el complejo ecológico Halle Pajol, el jardín de la asociación Bois Dormoy o incluso el antiguo cuartel de bomberos Chateau Landon, han servido de amparo a los migrantes tras varios desalojos durante el último mes. Este deambular, de callle en calle, se ha convertido en el escenario de la mala gestión de las autoridades, acompañada por la brutalidad policial, que ha impregnado el ambiente con el característico y asfixiante olor del gas lacrimógeno, protagonista absoluto del pasado jueves 11 de junio.

Esta fecha figuraba en los calendarios como uno de los días clave para el futuro de los migrantes. Grupos de manifestantes se encontraban fuera del cuartel de bomberos, esperando el resultado final de las negociaciones entre el recién creado Comité de apoyo a los migrantes de la Chapelle –organismo ciudadano responsable de la situación de estas personas– y la alcaldía de París, que inició la reunión ofreciendo tan solo 50 alojamientos. “Una cifra ridícula”, afirma Clarisse, una de los miembros del comité.

El encuentro finalizó con la propuesta final por parte del Ayuntamiento de 110 alojamientos en tres centros diferentes de la ciudad. Una cifra que sigue sin proporcionar una solución habitacional a todos los afectados, pero que fue aceptada tanto por el comité como por los propios migrantes. Ese mismo jueves, habían vivido una de las jornadas más violentas hasta el momento. Los antidisturbios cargaron hasta cuatro veces contra los manifestantes, hiriendo de gravedad a algunas de las personas que allí se encontraban. Mientras, más de 10.000 personas se encontraban en los jardines de las Tullerías, disfrutando de una tarde de diversión del grupo Le Dîner Blanc.

100 migrantes y refugiados, al raso

Ante la falta de alojamiento para las más de cien personas que se quedaron fuera de la propuesta del ayuntamiento parisino, una parte de los jardines d’Eole se ha convertido en su nuevo “refugio” forzoso. Un lugar sin baños ni duchas y donde la gente duerme, en la mayoría de las veces, en el suelo de gravilla del jardín.

La situación no es mucho mejor en el campamento cercano a la estación de Auterlitz, al sudeste de la ciudad, en el que vive Husmand Mdhayer, que como la gran mayoría de los que allí habita ha huido de Sudán del Sur ante la situación de guerra que vive el país centroafricano desde 2013.

Alhaj es uno de los diez migrantes que Clarisse ha acogido en su casa. Viene de Wow, un pueblo al este de Sudán del Sur donde trabajaba como herrero hasta que, durante un viaje a Sudán del Norte para conseguir su certificado de nacimiento, fue detenido por el gobierno del actual presidente Omar Hasan al-Bashir, pendiente de arresto por sus crímenes contra la humanidad. Lo acusan de participar en el grupo opositor SLPM (Movimiento Popular de Liberación de Sudán). “Soy un simple herrero, un buen ciudadano, les aseguro, les juro, que no tengo nada que ver con el SPLN” afirma Alhaj en una de las páginas que acompañan su dossier para pedir asilo político.

Nada sirve. Alhaj fue detenido durante tres meses, que le han dejado fuertes dolores en la espalda producto de las torturas a las que fue sometido durante su cautiverio. Los problemas de Alhaj continúan: uno de los documentos que porta, parte del interminable papeleo habitual de la burocracia francesa, señala que tan solo se le permite la estancia legal en el país hasta el 11 de julio, algo que contradice la parte inversa del mismo documento, que fija en el 27 de ese mismo mes su primera cita para revisar el estado de su dossier para poder conseguir el estatus de refugiado político que demanda.

Su historia se une a la de otras muchas personas, que han llegado a los medios de medio mundo debido a los violentos desalojos. Tan solo buscan un futuro mejor en la paradisíaca Europa, esa que se les promete en sus países de origen, pero esta noche volverán a dormir bajo el azul del plástico.

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