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La paradoja de Fátima: la fresa de Huelva se puede recoger pero ella no puede ir a recogerla

Temporeras marroquíes durante el proceso de selección celebrado en diciembre en Marreucos por la Asociación empresarial Freshuelva para hacerles las entrevistas.

Sonia Moreno

Tánger —

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No se ve la calle desde el interior de la vivienda de Fátima. Como en los castillos, los ventanucos son pequeños y están en las alturas. Al menos, se deslizan rayos de luz entre trozo y trozo de la techumbre de uralita. Las paredes lucen sin revestir, salvo una en la que su hija de cinco años ha dibujado un paisaje con lápices de colores. La reina de la casa es la televisión de plasma, colgada en la pared de la parte noble y mejor acondicionada, el salón.

Esta mujer, divorciada de 44 años, es el sustento de una familia humilde de tres hijas. Desde que comenzó el estado de emergencia sanitaria en Marruecos el viernes 20 de marzo, se alimenta del suministro que había adquirido para su estancia en los campos de fresas de Huelva, donde ya tenía cerrado un contrato para trabajar. Normalmente, les indican que compren los alimentos básicos para mantenerse la primera semana en España hasta que los propietarios las lleven a los supermercados del pueblo, y que además añadan los productos marroquíes difíciles de conseguir o más caros, como el té negro o la hierbabuena.

España anunció el 25 de marzo que suspendía los procedimientos de contratación en origen durante la vigencia del estado de alarma y mientras se mantengan las restricciones en las fronteras. Esta cicunstsancia deja atrapadas en su propio país a unas 11.000 trabajadoras que ya tenían un puesto garantizado en España. La paradoja es que ese trabajo sigue pudiendo realizarse, ya que pertenece a las actividades del sector alimentario que se consideran esenciales, y sigue en muchas ocasiones vacante, como explican los empresarios españoles. Parte de la fresa está sin recoger. Por otro lado, el gobierno ha puesto en marcha una prórroga de los contratos de las que otras 7.000 mujeres que ya habían llegado semana a semana, desde el 20 de diciembre hasta el 13 de marzo.

Por temporadas, Fátima trabaja sin contrato en la agricultura marroquí. Recoge alubias y limones por siete euros al día, pero este año lo dejó todo porque la habían seleccionado para trabajar en Huelva. “He pedido dinero prestado para pagar los trámites del visado y para hacer algunas compras. Estaba preparada para irme a España. Hasta renuncié a mi trabajo anterior, y ahora estoy en paro y con el préstamo gastado”, lamenta al otro lado del teléfono mientras guarda el confinamiento obligatorio.

Cuando ella o alguna de las tres hijas enferman, tienen que recurrir al hospital público con la tarjeta ramid, una asistencia sanitaria que sufraga el rey Mohamed VI para los ciudadanos que carecen o tienen muy pocos ingresos.

En la vivienda de dos pisos a medio construir en el barrio popular Al Manal de Rabat, prestada por sus padres tras divorciarse, también se confinan dos de sus tres hijas; la mayor, de 23 años, y la pequeña, de año y medio. La otra niña de cinco años, la autora del mural en la pared, pasa estos días con los abuelos en el pueblo.

Una oportunidad truncada por el coronavirus

Hasta que llegó el coronavirus y Marruecos cerró las fronteras, Fátima se sentía una afortunada. Las asociaciones empresariales de Huelva la habían elegido en el mes de diciembre para trabajar por primera vez en una finca española durante la temporada de recogida de frutos rojos.

Precisamente, estos días, a finales del mes de marzo tendría que haber salido en el ferry desde Tánger a Tarifa. “Ahora estoy encerrada en casa, sin trabajo y consumiendo lo que compré antes para Huelva”, lamenta desde Rabat. Tan solo dos semanas atrás, Fátima se apresuraba a preparar la bolsa de viaje con la ropa deportiva y cómoda que había comprado para llevarse a Huelva.

Las empresas onubenses eligen para trabajar como freseras a mujeres de sectores económicamente desfavorecidos de Marruecos, como divorciadas o viudas con hijos a su cargo. En dos o tres meses en España consiguen unos miles de euros que les sirven para seguir adelante el resto del año. “Han visto sus expectativas frustradas, y eso es muy duro. En España no terminamos de entender la vida tan complicada que estas mujeres llevan en Marruecos y lo que significa para ellas trabajar durante un tiempo determinado en otro país y volver a su casa con un dinero que les permitirá vivir ese año de manera holgada para su forma de vida”, lamenta a eldiario.es Fermín Yébenes, consejero de Trabajo en la Embajada de España en Rabat.

Al igual que otras 3.200 mujeres, Fátima ya tenía fecha de salida, pero se quedó a las puertas con toda la documentación preparada y muchos gastos realizados. “Algunas chicas se fueron a preguntar a ANAPEC -el INEM marroquí-, y les han respondido que está todo parado con el coronavirus, que las fronteras están cerradas. Estamos esperando novedades”, explica ante la poca información que posee sobre la pandemia.

Solo ha llegado a Huelva el 35% de la mano de obra

A partir del 20 de diciembre y hasta el cierre de la frontera, llegaron a España casi 7.000 temporeras, lo que significa un 35% de la mano de obra de las fincas de frutos rojos en la región de Huelva, la mayor productora en el país. Sin embargo, otras 11.000 mujeres no han tenido esa suerte y se han quedado atrapadas en Marruecos.

Para compensar el dispendio que difícilmente van a recuperar las jornaleras, Fermín Yebenes, apunta a una solución, que pasa por “tener en cuenta el gasto en el que han incurrido para que no tengan que preparar otra vez todos los papeles la siguiente temporada, sino que ya se los den directamente”. “Imagino que el consulado de Tánger dispondrá de las medidas oportunas para evitarles estas pérdidas”, apunta.

Al otro lado de El Estrecho, los empresarios españoles también lamentan la situación, con solo una tercera parte de las trabajadoras. “Los berries o frutos rojos son perecederos. Las fresas, las arándanos y las frambuesas durante la temporada se recogen diariamente, se meten a enfriar y salen en camiones a los puntos de distribución o comercialización. No pueden esperar, no aguantan, como la manzana o la naranja”, insiste el empresario Antonio Luis Martín 'Curi' durante una visita de eldirio.es en el mes de marzo.

Con 150 hectáreas de fresas en Cartaya, 'Curi' tiene 40 empleados fijos durante todo el año, pero además para la cosecha de las fresas, arándanos y frambuesas llega a contratar a un centenar de temporeras. Cuando Marruecos cerró sus fronteras, apenas habían llegado jornaleras a sus fincas porque “las estaba reservando, ya que la fresa seguía verde por el frío”. Dos días antes de las medidas restrictivas contra el coronavirus, con la epidemia a las puertas, confesaba: “Si cierran la frontera, es la catástrofe. Son productos perecederos”.

Su esperanza para sacar adelante la cosecha está en los ciudadanos desempleados por el efecto del virus que podrían estar interesados en recoger sus cultivos. De hecho, Yébenes es optimista y considera factible que “nos encontremos en los próximos días a personas que van a ir a la fresa porque no tienen otro recurso. Por ejemplo, los que han perdido el empleo por los ERTES o por el no inicio de la temporada de hostelería este año”. Algo semejante sucedió durante la crisis económica de 2008, con los campos llenos de personas que no habían trabajado antes en la agricultura.

“De momento vamos buscando soluciones día a día”, confiesa a eldiario.es Juan Manuel Bernal, gerente de la Asociación de Citricultores de la Provincia. Fue uno de los seleccionadores de estas trabajadoras a finales de 2019 en Fez. Además de temporeras marroquíes, se ven afectados trabajadores colombianos y, junto a Huelva, otras ciudades como Lérida, Segovia y Cantabria.

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