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La vida de las porteadoras tras el cierre del paso fronterizo de Ceuta: “Impiden trabajar a la gente humilde”

Arabia, empezó a cargar con bultos de Ceuta a Castillejos hace un año, cuando su marido se quedó sin empleo.

Sonia Moreno

Castillejos (Marruecos) —

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En la calle, en pleno invierno, vestida con ropa de andar por casa y envuelta en una bata guateada, Arabia lleva en la mano una bolsa con trozos de pan. Los recoge en la basura, los lleva a su casa, los pone a secar y se los vende a los ganaderos por 25 dírhams el saco, algo menos de dos euros y medio.

Esta mujer y madre de cuatro hijos no sabe cuántos años tiene, pero se deduce que ronda los 40. Empezó a cargar con bultos de Ceuta a Castillejos hace un año cuando su marido se quedó sin empleo. “Se dedicaba al barniz en las obras pero se quedó sin trabajo. Ahora vivimos con mi suegra que además está enferma y no tenemos ayudas”, explica a eldiario.es.

El cierre del paso fronterizo Tarajal II en Ceuta, en el mes octubre, dejó también a Arabia sin trabajo. Se había convertido en porteadora recientemente, pasaba bultos desde Ceuta a Marruecos un día sí y otro no, los lunes y los miércoles, las jornadas destinadas a las mujeres. “Era mejor que nada”, lamenta.

Ahora busca trabajo en panaderías. “En las casas no quiero. Pagan poco y es un trabajo durísimo que mortifica. Necesito un trabajo bien pagado. En verano hay más puestos pero, cuando llega el invierno, nos echan”, se queja mientras camina y sigue recogiendo pan.

Marruecos puso el candado de manera unilateral al comercio atípico el 8 de octubre de 2019. Esta mujer insiste en saber cuándo se abrirá la frontera, sin conocer los planes de las autoridades marroquíes que ya han anunciado que no se reabrirá. Lo que saca del pan le llega poco más que para mal alimentar a la familia. Confiesa que ha tenido que desapuntar de la guardería a su hija pequeña.

“Impiden trabajar a la gente humilde. Antes ganábamos un poco para el gasto diario ahora estamos en paro con hijos, no tenemos dinero para pagar la luz, el agua, el gas, ni para dar de comer a nuestros hijos. Esperamos que abran la aduana”, continúa, enumerando los problemas.

En el pueblo, han cortado la luz a muchos vecinos, cuentan quienes viven aquí. Los foráneos de otras regiones del país, instalados atraídos para conseguir dinero con el comercio en la frontera, se empiezan a ir. La tasa de desempleo en esta zona del norte es alta, pero el cierre del porteo ahoga más la economía, sobre todo en las ciudades de Castillejos y Rincón. Estas mujeres apenas tienen alternativa laboral.

“El paro es muy alto, sobre todo el de las mujeres, en comparación con otras regiones. Además, no existen muchas oportunidades de empleo en esta zona porque aquí no se ha hecho un plan estratégico socioeconómico para integrar y favorecer el empleo de las mujeres”, lamenta en una entrevista con eldiario.es Nadia Nair, profesora de la Universidad de Tetuán y experta en cuestiones de género y derechos humanos.

Vender ropa y utensilios para comer

Por el circuito de Tarajal II, en un largo recorrido entre vallas fijas de metal, desfilaban al día una media de 3.000 mujeres y de 4.000 hombres. Fuentes de la Ciudad Autónoma de Ceuta confirman a el diario.es que “en el último mes de comercio, en septiembre, cruzaron casi 27.000 mujeres y 29.000 hombres”.

En 2019, hasta el cierre del paso fronterizo, 175.324 mujeres y 209.000 hombres habían pasado bultos por la frontera. Arabia denuncia el desastre económico que supone la suspensión del comercio atípico.“Hay gente que ha vendido su ropa o las cosas de la casa para comer, esperando a que abran la frontera”. Pero a las quejas de los porteadores, que se han manifestado varias veces en la frontera en estos seis meses, se unen empresarios, y propietarios de pequeños negocios.

Tras las dos últimas muertes de porteadores ocurridas en 2019, Marruecos decidió terminar con el traslado de mercancías para el comercio informal, tanto a través de los vehículos que atraviesan la frontera Tarajal I, como mediante las espaldas de miles de mujeres y hombres que cargan con los bultos a cuestas. Anteriormente, con motivo de otras víctimas, había encargado un informe que se presentó en el Parlamento de Rabat, con un balance negativo por el “peligro que conlleva y por la situación de denigración en la que se produce”.

Además, el control de la frontera a pie se ha intensificado. Son diarios los registros a las personas marroquíes de las localidades aledañas a Ceuta que tienen permiso para entrar y salir sin visado, denuncia Khaduch. Esta veterana del porteo ahora tiene problemas, dice, “hasta para pasar un paquete de café”.

—Mire, señora, no puede pasar la garrafa de aceite. Va a perderla, se la van a quitar la policía —le advirtieron—.

Entonces, cogió una botella de agua vacía y la llenó hasta la mitad de aceite para pasar en la otra mano con la garrafa abierta. “Tenía miedo de que me la quitaran, porque llevo cinco euros para mi casa y ahora se los voy a  tener que dar a la policía”, explica Khaduch en un café de Castillejos.

Esta porteadora de más de 60 años es conocida en la frontera después de 38 años acarreando bultos en su espalda de España a Marruecos. Aunque ahora trabaja en la aceituna o en otros oficios que le surgen, tiene más suerte que la mayoría de sus compañeras. Con el dinero que ganó estos años con el porteo, se construyó dos edificios de viviendas y montó un pequeño ultramarinos, que le da de comer a ella, su marido y sus hijos.

En casa, su marido está subido a una bicicleta estática. Se quita el calcetín para enseñar que le han amputado varios dedos del pie “por el azúcar”. Khaduch es quien “sustenta a la familia”. Tiene tres hijos casados, uno con un bebé y desempleado, el otro regenta la pequeña tienda de ultramarinos que consiguió comprar Khaduch ahorrando el dinero que le daba la frontera. “Antes se ganaba bien, entre 40 y 60 euros al día; no como ahora que vienen de todos los pueblos. Venden su tierra y su ganado, y compran un terreno en Castillejos, hacen una casa pequeña, pero no hay trabajo”.

Actualmente, aprovecha cuando pasa a Ceuta a comprar la pastillas de la tensión de su marido, que son más baratas, y para meter algunos productos como aceite y café. Pero no es fácil, explica. “La policía te grita: venga, saca lo que tengas. Si te pillan, te lo quitan y te dicen: 'Vete a comprarlo a Marruecos”.

“No dejan pasar ni un paquete de café”

“Te quitan todo, no dejan pasar nada, ni un paquete de café. Y además, todo con palabras feas y con una porra en la mano, a pesar de que hay una cámara allí grabando todo esto. Nos dicen que no pueden dejar pasar nada ni en las manos ni puesto, porque se lo han dicho los superiores”, detalla.

No les queda otra opción que entrar y traer a escondidas lo que pueden, relata. Es habitual la estampa de mujeres junto a la frontera cinchándose objetos alrededor del cuerpo con cuerdas o cinta adhesiva por debajo de la ropa para conseguir meter algunos productos. Eso hace que se ralentice la frontera. Arabia confiesa que se ha puesto cinco pantalones por cinco dírhams cada uno, medio euro.

Khaduch cuenta una anécdota que presenció con otra mujer en el paso fronterizo Tarajal. “Tiene una tienda y la mandaron quitar los zapatos porque tenían la piel nueva. Le miraron en el bolso y no llevaba otros zapatos viejos. Hasta los zapatos nuevos quieren quitarnos”, lamenta.

Lo mismo ocurre con los vehículos. Khaduch conduce y, cuando pasa con el coche, cuenta que “te paran seis policías. Uno abre el maletero, el otro el capó, el otro te pide que abras las puertas, como si trajéramos droga”.

Tiene claro que Marruecos “miente desde hace meses y no va a abrir la frontera”. Sigue luchando día a día para mantener a la familia. A pesar de considerarse una privilegiada, cuando cerró la frontera comenzó a trabajar inmediatamente en lo que salía para pagar el tratamiento médico de su marido porque se considera “una hormiguita que va ahorrando de aquí y de allí”.

De momento, trabaja de forma puntual en la campaña de la aceituna. Le pagan con “huevos, un pollito del campo, unas aceitunas, aceite y trigo para hacer pan”, explica con el brazo vendado. Hace un mes, se cayó trabajando. Sin embargo, el cierre del porteo le cogió con una segunda tienda de ultramarinos vacía que difícilmente va a poder llenar ahora de productos españoles.

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