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The Guardian

La forense que identifica a los migrantes ahogados en el Mediterráneo: “Si fueran italianos, no permitiríamos enterrarlos sin nombre”

En esta foto tomada el sábado 8 de octubre de 2016, Cristina Cattaneo recopila datos post-mortem de víctimas de naufragios para obtener información para una futura identificación en la base de la OTAN en la ciudad siciliana de Mellili, Italia.

Lorenzo Tondo

Milan —

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De un vistazo, la doctora Cristina Cattaneo evaluó el cuerpo sin vida que habían depositado en el suelo de un hospital siciliano abandonado: un refugiado eritreo de unos 180 centímetros de altura, joven y delgado. Aunque la mayor parte del cadáver estaba intacta, del rostro y las manos ya solo quedaba el esqueleto; probablemente obra de animales marinos.

Era la mañana del 3 de julio de 2015, y se trataba del primer cuerpo recuperado por un robot de la marina tras un naufragio ocurrido el 18 de abril de ese año, que dejó un balance de más de 1.000 muertos.

Procedían de Eritrea, Senegal, Mauritania, Nigeria, Costa de Marfil, Sierra Leona, Malí, Gambia y Somalia. Intentaban llegar a Europa desde el norte de África a bordo de un barco pesquero con capacidad para unos 30 pasajeros, que se hundió por la noche tras chocar con un carguero portugués que se había acercado para ofrecer ayuda. Solo 28 personas sobrevivieron.

La gran mayoría de los cadáveres estaban en el casco, encajados a 400 metros de profundidad en el fondo del mar. El cadáver del joven fue uno de los trece hallados por las autoridades italianas y recuperados con una garra mecánica. Llevaba una chaqueta y una sudadera negras, pantalones vaqueros y zapatillas deportivas. Sus restos fueron colocados en una bolsa para cadáveres y etiquetados con un número de identificación en tinta blanca: PM3900013.

Las autoridades italianas todavía no han podido identificar al joven, ni a la mayoría de los otros cientos de víctimas. No hay un número oficial de muertos, pero aproximadamente la mitad de los miles de solicitantes de asilo que han muerto al intentar cruzar el Mediterráneo yacen en tumbas sin nombre en los cementerios de Italia.

Desde 2013, Cattaneo, profesora de patología forense y directora del Labanof (el laboratorio de antropología y odontología forense) de la Universidad de Milán, trabaja para poder identificar a cada hombre, mujer, niño y niña que se han ahogado en el mar mientras intentaban llegar a Europa. Su objetivo es ambicioso, quizá imposible, y pone de manifiesto la indiferencia de los países europeos hacia los inmigrantes y cómo los Estados discriminan a estas personas, incluso cuando ya han muerto.

Indiferencia ante la identificación de los cuerpos de migrantes

“Imaginemos, solo por un minuto, que un avión lleno de italianos se estrella en la costa de otro continente”, señala Cattaneo. “Imaginemos que esos cadáveres son recuperados y enterrados sin identificar. Nunca lo permitiríamos. Entonces, ¿por qué deberíamos permitirlo si los muertos son extranjeros?”.

Cattaneo cree que la indiferencia hacia la identificación de los cuerpos es una cuestión “cultural”. “Probablemente los discriminan por el hecho de que la mayoría de las víctimas tengan la piel oscura y lean el Corán. En pocas palabras, estamos en dos contextos diferentes: uno, el nuestro, el europeo 'rico'; y el otro, el 'pobre o extranjero'”.

Morris Tidball-Binz fue uno de los primeros en poner sobre la mesa esta situación. En aquel momento era jefe de la unidad forense del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), y con quien Cattaneo había colaborado en la identificación de víctimas perdidas y olvidadas.

En febrero de 2013, durante un viaje a Milan, Tidball-Binz llamó por teléfono a Cattaneo y, durante el almuerzo, le confesó que la falta de identificación de las personas muertas en el Mediterráneo le estaba consumiendo.

“Me dijo que el CICR había estado recibiendo muchas llamadas telefónicas desde Siria y Eritrea de personas que esperaban la llegada de hermanos, hijos, novias a Europa y que nunca habían llegado”, explica Cattaneo. “Probablemente sus familiares había muerto en un naufragio y querían saber cómo encontrar sus cuerpos. Me dijo que el CICR estaba indagando si los países europeos tenían una base de datos de estas personas, y me preguntó si había un registro en Italia. No, no había nada. Pero había llegado el momento de crear uno”.

Protocolo para la identificación de migrantes desaparecidos

A principios de 2014, el excomisario del Gobierno para las personas desaparecidas, Vittorio Piscitelli, firmó con Labanof un protocolo para la identificación de los migrantes desaparecidos en el Mediterráneo, e Italia se convirtió en el primer país del mundo en intentar encontrar el nombre y apellidos a las víctimas de los naufragios.

“Identificarlos se convirtió en una de mis prioridades”, afirma Piscitelli. “Los gritos de ayuda de las familias que se ponían en contacto con nosotros desde toda Europa y África para pedir información sobre sus familiares no podían ser ignorados. Cuando la doctora Cattaneo me mostró la nueva tecnología que podía utilizarse para la identificación, supe que era una oportunidad que no podíamos dejar pasar.”

El primer paso siempre es el más difícil. El 3 de octubre de 2013, 368 personas murieron en la isla de Lampedusa. Cientos de personas buscaban a sus familiares. El trabajo de Cattaneo llevó a su equipo de Labanof al límite, ya que quedaron en evidencia todas las dificultades de la identificación de los cadáveres.

Se realiza una autopsia para inspeccionar los tejidos externos y los órganos internos, analizar los huesos y los dientes y recoger muestras de ADN. Los datos útiles, como los empastes dentales, un tatuaje o una enfermedad, se introducen en una base de datos.

El segundo paso, llamado “antemortem”, consiste en obtener información de amigos o familiares. El ADN de un pariente cercano, una radiografía de un hueso o incluso una fotografía se cotejan con los datos anteriores.

“En teoría, es muy sencillo”, indica Cattaneo. “Los datos postmortem más los datos antemortem equivalen a la identificación. Pero si falta un elemento, es casi imposible avanzar. Y en el caso de una persona migrante, nos dimos cuenta enseguida de que es muy difícil encontrar todas las piezas adecuadas.”

Precisamente un año después del naufragio del 3 de octubre de 2013, en un despacho del primer piso del Ministerio del Interior en Roma, Cattaneo y su equipo se reunieron con los familiares de los migrantes que perecieron cerca de Lampedusa. En los meses siguientes, se reunieron con 80 familias e identificaron a unas 40 personas.

“Era una gota de agua en el océano”, afirma Cattaneo, que hizo sus estudios doctorales en la Universidad de Sheffield. “Pero era importante porque habíamos devuelto los cuerpos de hijos o hermanos. Les habíamos dado la paz”. Identificar los cadáveres no es sólo una cuestión de devolver la dignidad a los muertos, también es necesario para la salud de los vivos“.

La “pérdida ambigua”

Los familiares de los muertos no identificados suelen ser víctimas de una “pérdida ambigua”. El duelo no resuelto puede generar problemas psicológicos como la depresión o el alcoholismo.

También se registran y se analizan los efectos personales. En una sala del instituto forense de la Universidad de Milán, el equipo de Labanof tiene decenas de estanterías con las pertenencias encontradas en los bolsillos de los refugiados muertos en el mar: collares, pulseras, fotos, monedas, emblemas de equipos de fútbol, boletines de notas. Todo catalogado.

“Los migrantes que han muerto en el mar, a menudo adolescentes, guardan en sus bolsillos los mismos objetos que tienen muchos de nuestros adolescentes cuando los enviamos a la escuela”, dice Cattaneo. “La única diferencia es que se ahogaron al intentar llegar a nuestras costas”.

En el hospital abandonado de Catania, mientras realizaba esa primera autopsia tras el naufragio de abril de 2015, Cattaneo se dio cuenta de que la camisa del chico muerto tenía un bolsillo cosido. Contenía un pequeño paquete de celofán con un polvo oscuro.

“Era arena”, dice Cattaneo. “Arena de su pueblo”.

Una práctica común entre los eritreos es llevarse un recuerdo físico de su tierra natal antes de partir, sabiendo que tal vez nunca regresen.

Las autoridades italianas recuperaron los demás cuerpos en junio de 2016. La recuperación se convirtió en un espectáculo público, ya que toda una sección de la armada italiana se dedicó a la operación y los trabajos se prolongaron durante meses con un coste de 9,5 millones de euros.

Dentro del casco del barco había más de 500 cadáveres, 30.000 huesos mezclados y cientos de cráneos.

“Imagínese cráneos y huesos de cientos de personas encerrados en una caja metálica y sacudidos durante un año”, indica Cattaneo. “Eso es lo que encontramos, junto con cientos de cuerpos descompuestos”.

Hasta ahora sólo se han identificado seis de estas personas. La búsqueda de familiares y amigos se ha complicado cada vez más y los fondos escasean.

“Estamos intentando solucionar este problema”, dice Cattaneo. “Pero para completar nuestro trabajo, necesitamos que otros países europeos nos ayuden”.

En abril de este año, el Parlamento Europeo aprobó una resolución para la protección del derecho de asilo, que incluye una enmienda sobre el derecho de identificación de las personas que mueren durante el intento de cruzar el Mediterráneo y la necesidad de un enfoque europeo coordinado.

Al menos cuatro universidades italianas, junto con el servicio forense de la policía judicial bajo la coordinación de la nueva comisaria italiana para los desaparecidos, Silvana Riccio, continúan la búsqueda para identificar a todas las víctimas del naufragio de abril de 2015, con la ayuda del CICR y la Cruz Roja italiana. Esta catástrofe se ha convertido en un símbolo de las tragedias marítimas y, de hecho, los restos del barco se expusieron en la Bienal de Venecia.

Seis años después, el cuerpo del primer emigrante recuperado de aquel naufragio fue enterrado en el cementerio de Catania. Su lápida lleva el mismo número que estaba escrito en blanco en su bolsa para cadáveres: PM3900013.

En la zona cercana al muelle de Augusta, en Sicilia, donde, en 2016, los bomberos instalaron tiendas de campaña para guardar los cadáveres extraídos del barco rescatado, hay ahora una pradera de flores silvestres rosas. Cattaneo pegó en el diario donde anota las vivencias de aquellas primeras autopsias de migrantes un pétalo de la pradera.

“Lo recogí en Augusta, donde volví dos años después del naufragio”, explica: “Siempre lo llevo conmigo, como aquel joven que se llevó la tierra de su pueblo. Ese pétalo es mi versión de la arena africana. Ese pétalo es lo que cierra la brecha entre él y yo y lo que me impulsa, cada día, a trabajar para dar a ese chico el nombre que la indiferencia de Europa le ha robado ”.

Traducido por Emma Reverter

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