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Patrick Zaki, el estudiante egipcio de la Universidad de Granada que movilizó a Italia

Patrick Zaki abraza a su hermana después de su liberación, frente a la comisaría de policía en Mansoura (Egipto)

Marina García Diéguez / Bolonia (Italia)

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La zona cero de esta historia es la celda en la que el joven Patrick Zaki pasó 22 meses tras ser arrestado por la policía en extrañas circunstancias el 7 de febrero de 2020 en Egipto, minutos después de bajarse del avión que lo había llevado desde Italia, donde estudiaba, a su país para visitar a su familia. Lo acusaban, entre otras cosas, de difusión de noticias falsas tras denunciar en varias publicaciones de Facebook las vulneraciones de derechos humanos en su país.

De existir otro punto neurálgico, el contrapeso de esta lucha se encuentra en la ciudad italiana de Bolonia. Aquí disfrutaba el joven del programa de movilidad del máster Gemma de Estudios de las Mujeres y de Género de la Universidad de Granada, y aquí se impulsó la maquinaria de una gran movilización ciudadana por la liberación de Zaki. Sus compañeros se pusieron en marcha cuando tuvieron la primera noticia de su desaparición, antes de conocer su detención, explica su íntimo amigo Felipe Garrido. De ahí, dos días después, llegó al Ministerio de Exteriores italiano, la llamada Farnesina, y poco después a oídos del Parlamento Europeo. Su imagen vistió las paredes de numerosas universidades italianas, también españolas, y llegó a desplegarse en la plaza del Capitolio de Roma.

Tras salir de la cárcel, el activista egipcio sonrío frente a un periodista del Corriere della Sera. Y le dijo: “Forza Bologna”.

La lucha de los estudiantes de Bolonia

“Supimos de su desaparición y saltaron todas las alarmas, todos sufrimos por su integridad física pero, también, por las secuelas psicológicas y el proceso tan duro al que se enfrentaba, las acusaciones eran tremendas”, cuenta Garrido, que habla en un tono pausado y reflexivo, intentando transmitir las imágenes de su memoria.

Garrido y Zaki hicieron amigos por estas calles, por la conocida Piazza Verdi, de soportales anaranjados y siempre llena de estudiantes; por el bar de la Universidad donde se encontraban antes de ir a estudiar; en los aperitivi que compartían o mientras disfrutaban otra de sus grandes pasiones: el fútbol. “Nos unimos muy pronto, nos interesaban las mismas cosas, la defensa de los derechos humanos, la igualdad de género. Me di cuenta al momento de la sensibilidad que tenía en algunos temas sociales y que era una persona especialmente solidaria”, expresa añadiendo que destacaba por su manera de ser y de expresarse con los demás.

En esas primeras conversaciones que mantuvieron, el activista egipcio habló a Garrido de su país, su talón de Aquiles. Tenía en mente volver, le decía, porque creía que allí estaba su verdadera acción en la lucha por los derechos humanos. “Recuerdo una de nuestros primeros intercambios, me explicó cómo había sido la ‘Primavera Árabe’ en Egipto. Supe al momento que él estudiaba para poder volver a su país a trabajar por un mundo mejor”, añade.

Patrick Zaki gozaba de una beca que lo acercaba a los estudios de género y era un activista por los derechos humanos convencido, también por su propia historia. Así lo explican quienes han formado parte de su entorno, que han sido partícipes de su lucha. Lo que cuenta su amigo Felipe, lo ratifica el rector de la Universidad, Giovanni Molari: “Todos aquellos que me hablaron de él a lo largo de todo el proceso lo definían de la misma forma: era una persona entregada”.

Transcurridos los meses, los estudiantes boloñeses y las asociaciones humanitarias que reclamaban sus derechos fraguaron una protesta que consiguió mantenerse firme, y aún lo hace, durante estos casi dos años. Bajo el lema, #FreePatrickZaki se celebraron manifestaciones públicas y declaraciones políticas de todos los colores. La situación incierta del joven conmocionó a Italia y generaba interés allá donde llegaba. “Fue espontáneo desde el principio, pero la lucha nació entre las paredes de esta Universidad. El objetivo era mantener la atención constante sobre su caso”, dice el rector Molari.

“Tenemos que hacer algo”

“Tenemos que hacer algo”, se decían. Todo empezó con varios mensajes que se intercambiaron sus amigos en aquellos primeros y angustiosos días, a través de un grupo de Whatsapp, en el que también conocieron a sus amigos egipcios para coordinarse, cuenta Garrido. De ahí, de la calle. De la calle, a las instituciones. Una metáfora lo escenifica: cuando la cara de Patrick Zaki se convirtió en un símbolo en Italia, la artista Laika realizó un graffiti que dio la vuelta al mundo. Ahora ya no se puede ver en las paredes exteriores de la Universidad de Bolonia, pues se ha pintado toda la fachada de un color uniforme, pero en la entrada del rectorado, donde nos recibe Molari, un gran cuadro con su cara preside el camino a la sala principal.

Fue excarcelado el pasado 7 de diciembre. “Aquel día y el siguiente, que se materializó la liberación, fue de felicidad. Recuerdo que empezó a sonar el teléfono sin parar y supe que era lo que tanto tiempo llevábamos esperando”, manifiesta el rector Giovanni Molari. A pesar de su puesta en libertad, el proceso sigue en curso y el juicio se retomará el próximo 1 de febrero.

En prisión, Zaki fue víctima de torturas, según denuncia el activista, su defensa y Amnistía Internacional (AI). Durante el interrogatorio, “lo golpearon en el estómago y la espalda y lo torturaron aplicándole descargas eléctricas en el torso”, alertó la ONG, que considera que se trata de una detención ilegal. Desde que el 8 de febrero entró en prisión preventiva, la privación de libertad se renovaba cada 45 días. Las condiciones del estudiante fueron, durante esos 22 meses, cada vez peores y el joven pidió en numerosas ocasiones evaluaciones médicas para demostrar los malos tratos recibidos, detalla a elDiario.es el portavoz de Amnistía Italia, Riccardo Noury.

Según la organización, el activista dormía en el suelo, no tenía acceso a un colchón ni a unas condiciones dignas. “Patrick fue y es un prisionero de conciencia, detenido exclusivamente por su trabajo a favor de los derechos humanos y por las opiniones políticas expresadas en las redes sociales”, concluye Noury. El juzgado de la ciudad de Mansura lo acusó el 8 de febrero de “amenaza a la seguridad nacional, llamamiento a la manifestación ilegal, difusión de noticias falsas y propaganda del terrorismo”.

Refugiado en la literatura

Su familia, amigos y Amnistía también han denunciado las condiciones de aislamiento del joven. Un ejemplo: de las múltiples cartas que escribió, hasta 20 a su familia, solo llegaron dos de ellas. En su celda, el joven leía a la escritora italiana Elena Ferrante. La literatura, dijo tras ser liberado, le había “salvado la vida”.

“He hablado con él tras su liberación y me emocioné mucho porque vi que seguía igual de esperanzado y sonriente que siempre”, dice su amigo Felipe Garrido. El rector, Molari, apela a la cautela: “No hay que pensar en fiestas aún, tenemos que poner atención a lo que queda del proceso porque la lucha no ha concluido. A través de la visibilidad pública y a través de símbolos, el lazo rojo que llevo en el reverso de mi chaqueta es en honor a Patrick y lo heredé cuando llegué al cargo de parte del anterior rector”, dice el alto cargo, conmovido, desde el edificio del rectorado de la Universidad convertida en símbolo de esta batalla por la libertad de Zaki.

La primera petición de Zaki tras ingresar en prisión fue que le enviasen sus libros para no perder el año ni la beca de estudios de la que gozaba en Italia. El escritor y periodista Roberto Saviano, especialmente entregado con esta causa, dijo siempre que la Universidad de Bolonia había sido “valiente” en esta lucha. Las apariciones en prensa nacional e internacional eran continuas, en un intento de dar visibilidad a su situación. Había algo que conmovía especialmente a la sociedad del país transalpino, incluidos los distintos nombres de figuras públicas pidieron su liberación: desde la histórica política italiana, Lilliana Segre, quien decía sentirse su abuela, hasta el presidente del Parlamento Europeo David Sassoli.

Todas las fuentes de este reportaje y todos los análisis de la prensa italiana coinciden en apuntar un nombre que toca profundamente la memoria colectiva en este caso. El de Giulio Regeni, un estudiante italiano asesinado en El Cairo en 2016. El calvario sufrido era imposible de disociar de la historia de Zaki. El estudiante egipcio pertenece a Iniciativa Egipcia para los Derechos Personales, la misma organización no gubernamental a la que estaba adherido Regeni. Él también sufrió, presuntamente, los abusos de las autoridades egipcias en un proceso que sigue abierto y que ha enfrentado a la diplomacia de ambos países. También en el caso del activista egipcio, la política italiana, aunque con un poco de retraso como denuncia Amnistía, actuó en la defensa del estudiante.

La escritora Elena Ferrante, tras conocer las palabras de Zaki sobre cómo sus libros lo “salvaron” durante su encierro, realizó unas declaraciones muy aplaudidas en el país: “En torno a Zaki ha crecido una comunidad que se ha dado cuenta de cuánto está en riesgo hoy, en todas las partes del mundo, la juventud más generosa y más sensible. Ha escenificado, junto a Regeni, todas las injusticias y todos los peligros a los cuales nuestras hijas e hijos están expuestos solo estudiando, pensando e intentando entender en qué mundo les ha tocado vivir”.

De la tremenda sensibilidad de Zaki hablan todas las fuentes que han participado en la reconstrucción de más de 22 meses de una lucha que aún espera al 1 de febrero de 2022 para la decisión final. “Siempre que me encontraba con él me presentaba a un amigo nuevo”, dice Felipe. Ahora Patrick tiene cientos de miles de amigos en todo el mundo.

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