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Sobre este blog

Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.

Es la economía social, estúpido

Koiki, una empresa social que fomenta el empleo inclusivo y la movilidad sostenible, estará presente en el evento de MARES.

Pedro Bravo

Stephen Hawking decía últimamente que la Inteligencia Artificial (IA) se podía convertir en el peor acontecimiento de la historia de nuestra civilización. Elon Musk también insiste en ello cuando le preguntan. Yuval Noah Harari no dice exactamente eso en Homo deus pero sí deja abierta la posibilidad de que la IA haga con nosotros lo que nosotros hacemos con el planeta y la mayoría de sus habitantes (animales pero también humanos): esclavizarnos. Claro que hay quien es un poco menos pesimista, como la Universidad de Oxford, que sostiene que la IA y la automatización sólo hacen peligrar el 47% de los empleos en los próximos 10 o 20 años. ¿He dicho sólo? La cosa es tan preocupante que ya hay quien, como Bill Gates, recomienda que los robots paguen impuestos y que con el dinero recaudado se costeen los gastos sociales y la renta básica universal.

Aunque casi todo el mundo habla de esto como si fuese un futuro distópico, la realidad es que está pasando. Vivimos en una revolución tecnológica que va a toda mecha y ya se nota en la economía y en el empleo, en sus formatos y remuneraciones. Tenemos muy presentes los usos de comercialización de espacios privados como la vivienda (Airbnb y similares), el vehículo (Uber y demás) y lo que haga falta. También se extienden esos modos de microempleo sin red que promueven Glovo y otras marcas de lo que se llama gig economy. Por supuesto, sufrimos la bajada de salarios y costes laborales generalizada por una competitividad que siempre viene relacionada con lo tecnológico. Y, claro, nos vamos acostumbrando sin darnos cuenta a confundir el crecimiento de las cifras de empleo con el aumento del empleo precario, estacional y temporal en el sector servicios, el ocio, el turismo y tal.

De lo que no se habla tanto es de la posible alternativa a este panorama. Una alternativa que lleva presente años haciendo funcionar muchas empresas y dando trabajo y sueldos decentes a bastante gente. Porque, todo esto de la innovación tecnológica aplicada al trabajo y a la producción, ¿por qué es? ¿Para qué? ¿Quién se beneficia? Todo esto sucede, sobre todo, porque las empresas invierten en ello para mejorar sus métodos y reducir sus costes y, así, aumentar sus beneficios. Es lo que tienen que hacer para cumplir con el mandato de sus propietarios y accionistas. Bien, ése es un modelo económico, el dominante, de hecho. Pero, ¿no puede haber otro? ¿No sería conveniente, casi más que pensar en si los robots deben pagar impuestos, plantearse trabajar con otros objetivos? La respuesta, la alternativa posible a la economía de libremercado, es la economía social.

Otro modelo de ciudad

Hace tiempo que quería escribir sobre esto pero (casi) todo texto periodístico necesita lo que se llama una percha, una excusa relacionada con la actualidad de la que colgar el relato. La mía esta semana es un evento llamado Tejiendo un futuro productivo sostenible en movilidad urbana que tendrá lugar el jueves 22 de marzo en Impact Hub Madrid. Allí habrá oportunidad para conocer cuatro proyectos de economía social relacionados con la forma de moverse en la ciudad. Estará Som Mobilitat, la cooperativa de coche compartido catalana que ya ha pasado por este blog y que no sólo quiere contar lo que hace sino ver si se puede replicar en la capital. También Don Cicleto, la iniciativa que ofrece aparcamientos seguros para bicicletas en Madrid, Sevilla y Zaragoza. Además, Koiki, un servicio mensajería comprometido con el trabajo social, la cohesión vecinal y la sostenibilidad. Y, por último, Me Muevo, que quiere promocionar la movilidad activa.

El sarao es parte del trabajo de MARES Madrid, que se define como “un proyecto innovador de transformación urbana a través de iniciativas de economía social y solidaria, de la creación de empleo de cercanía y de calidad y de la promoción de otro modelo de ciudad”. MARES es una de las cosas con buena pinta que está impulsando el Ayuntamiento de Madrid —en este caso, junto a ocho socios: Dinamia, Estudio SIC, Vivero de Iniciativas Ciudadanas, Ecooo, Todo por la Praxis, Agencia para el Empleo, Acción contra el Hambre y Tangente—. Su objetivo es apoyar el desarrollo de un tejido económico y productivo que mire más allá de la rentabilidad económica, asistir a proyectos de autoempleo, cooperativas y otras iniciativas de innovación para el bien común para que puedan sobrevivir en un mercado que lo prefiere todo de otra manera. MARES se centra en cinco sectores (movilidad, alimentación, reciclaje, energía y cuidados) y pretende que las empresas que partan de su trabajo tengan un impacto positivo y promuevan una ciudad más sostenible, justa e inclusiva.

Y es que el modelo económico tiene mucho que ver con el modelo de ciudad, y viceversa. De hecho, las relaciones económicas tienen casi todo que ver con el nacimiento, desarrollo y procesos de las ciudades. Más de la mitad de la población mundial vive en entornos urbanos y en ellos se genera casi tres cuartas partes del PIB. Se supone que en las ciudades es donde están las grandes oportunidades pero también es en ellas donde están los problemas más gordos: desempleo, desigualdad, contaminación, gestión de recursos… Muchos de esos asuntos tienen que ver con el modelo dominante en el que estamos metidos casi sin cuestionarlo.

Como Clinton pero en plan bien (común)

“Es la economía, estúpido” es el mantra con el que Clinton sacó a Bush padre de la Casa Blanca en el 92. Los asesores del gobernador de Arkansas supieron ver que la recesión era el mejor punto para hacer palanca e impulsar a su candidato y no sólo ganaron sino que dejaron un formato de lema para la posteridad. Que yo lo use para titular este texto y que saque ahora la anécdota no es para recomendar el modelo impuesto por el marido de Hillary —recuerdo: el responsable de la barra libre para los sistemas financieros que ha rizado el penúltimo rizo del neoliberalismo— sino para subrayar la necesidad de plantear otras vías. Y, sobre todo, de promocionarlas con insistencia.

La verdad, no creo que sea realista pensar que vamos a vivir de aquí a un rato el fin del sistema capitalista; sin embargo, sí es posible mantener relaciones económicas y laborales de otra manera. Es posible ahora, ya mismo, en este momento. Si el futuro que vemos venir es que las máquinas hagan las cosas solas mientras nosotros miramos y contamos las monedas que ganamos con nuestros microempleos, ¿por qué no repetimos hasta convencernos que hay una manera de cambiar el presente? Es la economía social, cari.

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Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.

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