Cebrián se alista en “el sindicato del crimen”
En una de esas reuniones del Consejo de Administración de Prisa cuando la empresa ya estaba en una situación desesperada, uno de sus miembros avisó de que debía coger un avión para desplazarse a París por un compromiso irrenunciable. Juan Luis Cebrián le dijo que no se preocupara. Él iba a utilizar el jet privado contratado por la empresa para viajar a Londres y podía desviarse de su ruta para dejarle en la capital francesa. Como quien le dice a un amigo que se suba al taxi para llevarlo a casa después de una cena.
En el consejo se encontraban los representantes de varios de los bancos más importantes del país, convertidos en accionistas por el incómodo hecho de que Prisa no había podido devolver los préstamos que estaban avalados con las acciones de la empresa. No dieron crédito a lo que escuchaban. Una empresa prácticamente arruinada se permitía el lujo de pagar los vuelos en avión privado a su presidente, que era precisamente el principal responsable de la ruina. Por listos que se crean los directivos de los bancos, a veces el capitalismo les da esa clase de sorpresas. Las reglas del poder no hacen tanta gracia cuando ponen en peligro tu cuenta de resultados.
Juan Luis Cebrián ha sido destituido esta semana como presidente de honor de El País por haber fichado como colaborador del medio conservador The Objective al vulnerar las normas del contrato que firmó cuando fue expulsado de la presidencia del grupo y que le exigían “una relación exclusiva”. La decisión era inevitable con lo que sólo hay dos opciones para entenderla. O bien Cebrián no se había leído bien el contrato o quería forzar su expulsión del periódico en el que escribía dos artículos de opinión mensuales, muy alejados de la línea del periódico, pero que encantaban a Cayetana Álvarez de Toledo.
En un comunicado difundido el viernes, el expresidente de Prisa niega haber incumplido las condiciones del contrato “como podré demostrar ante los tribunales”, con lo que hay que suponer que denunciará a su antigua empresa.
Cebrián fue sin lugar a dudas uno de los periodistas más influyentes de la Transición. Al frente de El País y más tarde de Prisa, creó un imperio que fue el sustento periodístico esencial de los gobiernos de Felipe González. Como consejero delegado y presidente tras la muerte de Polanco, intentó crear una corporación que se hiciera también fuerte en el sector audiovisual. En una España que estaba cambiando, ya no era suficiente con publicar el periódico más leído. Había que estar en la televisión y recibir los ingresos millonarios que se esperaban de ella.
De la misma forma que los tiburones no dejan de avanzar en el agua ni cuando están dormidos, Cebrián quiso ser también el tiburón que estaba en la cúspide de la cadena alimenticia mediática hasta que se encontró con otro tiburón más listo que él. Cuando se lanzó la OPA sobre el total de las acciones de Sogecable, César Alierta le comunicó en el último minuto que vendería sus acciones. Prisa debía asumir una carga financiera que la hundió. La salida de Telefónica fue el principio del fin de la corporación que arrastró consigo a los medios de comunicación de su propiedad. En términos históricos, la acción ha perdido el 99,91% de su valor.
A partir de ese momento, se produjo una de esas paradojas que en realidad no lo son tanto, porque se repiten con frecuencia en las grandes empresas. Cuantos más trabajadores despedía Cebrián, más cobraba para solventar una situación económica ruinosa que él había creado. A los periodistas de El País a los que informó de un ERE con 129 despidos en la redacción, una tercera parte de la plantilla, les dijo: “No podéis seguir viviendo tan bien”.
Él podía seguir viviendo extraordinariamente bien porque su remuneración no dejaba de aumentar. Al conocerse la noticia de su destitución, uno de los redactores del diario ofreció en Twitter un titular de esos años: “Cebrián cobró 15,3 millones como presidente de Prisa mientras perdía 3.332 millones”. Un antiguo directivo de la redacción lo describió en términos más crudos: “Fue un magnífico primer director, pero luego se convirtió en un empresario megalómano y catastrófico, y ahora es tan solo un patético gruñón ultraconservador”.
En 2012, el año del ERE, el Comité Intercentros de los trabajadores de El País afirmó que consideraba “inmoral y contrario a los principios deontológicos recogidos en el libro de estilo” que Cebrián se llevara millones mientras imponía los despidos en un periódico que no tenía pérdidas. Para los periodistas, el cinismo de su presidente resultaba aún más denigrante. “Yo digo que somos zombis. Ya nos hemos muerto”, dijo en una entrevista sobre la falta de futuro de la prensa de papel.
Para esa entrevista, aceptó fotografiarse con el casco de Darth Vader en la mano, aunque la imagen no llegó a publicarse. Hay que preguntarse si su conexión con la realidad se estaba viniendo abajo al consentir que le relacionaran con uno de los más célebres malvados de la historia del cine.
Hizo algo más para hundir el prestigio de la cabecera entre muchos de sus lectores. Colocó de director en 2014 a Antonio Caño, que antes se había quejado del exceso de opinión en los periódicos. Lo que hizo fue situarlo más a la derecha y convertirlo en un crítico furibundo de Pedro Sánchez y de Podemos, en general de cualquier cosa que se acercara a la izquierda. En el plano periodístico, la mediocridad de sus apuestas informativas desanimó a buena parte de la redacción y provocó la salida de varios reporteros, que tenían la singular idea de que un medio informativo debería dar noticias.
Caño es ahora presidente del Consejo Editorial de The Objective, medio que dirige el que fue uno de sus periodistas de confianza en El País y en el que también colabora Fernando Savater, al que enseñaron la puerta de salida hace unas semanas en El País después de menospreciar a las mujeres que escriben en la sección de opinión del diario.
En la última junta de accionistas que Cebrián presidió, recibió fuertes críticas del principal accionista, Joseph Oughourlian, responsable del fondo de inversiones Amber Capital, que hoy es el presidente de Prisa. El presidente se veía obligado a abandonar el puesto y estaba en discusión su indemnización. A ese nivel, si se decide tu despido de la empresa que has llevado a la catástrofe, la compensación suele ser millonaria. “Creo que seis millones de euros para que se jubile es bastante plata”, dijo su rival en el consejo. A eso había que sumar otro millón por el bonus de ese ejercicio, por lo demás bastante funesto.
Pero Cebrián quería más. Oughourlian se oponía a que cobrara otros dos millones en acciones en recompensa por la ampliación de capital a la que el propio Cebrián se había resistido. “Juan Luis, tú no eres la compañía, como me dijiste un día”, dijo.
Cebrián se va a The Objective para realizar una entrevista mensual en vídeo, probablemente a las personalidades de su época. Comenzará este domingo con una conversación con Felipe González. El medio por el que ha fichado figura en el puesto 21º en el ranking de usuarios únicos en medios digitales que elabora GfK. Es propiedad de una empresaria cuya fortuna familiar se hizo en Venezuela y que parece tener dinero de sobra para financiar sus números rojos. Acumula pérdidas de 2.743.000 euros en los últimos cuatro años, que se han solventado con sucesivas ampliaciones de capital.
En el fin de la trayectoria del primer director de El País, se ha producido un salto que está lleno de ironía, aunque quizá no sea tan sorprendente dada su evolución ideológica de los últimos años. En 1993, publicó un artículo con el que denunció a los medios conservadores embarcados en una virulenta batalla contra el Gobierno socialista presidido por González: “Lo sucedido estos días en España, en donde una veintena de periodistas constituyen un verdadero sindicato de intereses –algunos lo llaman en privado el sindicato del crimen– dedicado en ocasiones a extorsionar empresas, sometido en otras al dictado de quienes le pagan y esclavos siempre de su vanidad y sus rencores, no es un tema fútil”.
Con el estilo relamido que ya le caracterizaba, se quejaba de unos periodistas, entre los que estaban Pedro J. Ramírez o Luis María Anson, dispuestos a todo con tal de acabar con el Gobierno, gente que cobraba “impuesto revolucionario por no difamar” y que luego se presentaban como “el símbolo de la pureza y el azote de los corruptos”.
Ahora Cebrián se presta a colaborar con un medio que ha ofrecido una larga serie de artículos contra el Gobierno de Pedro Sánchez basados en falsedades o manipulaciones. El ejemplo más reciente se titula “la Fiscalía tuvo listo el 'caso Koldo' justo antes de las generales del 23-J, pero decidió frenarlo”. En el mejor de los casos, la noticia revela un alto nivel de ignorancia sobre el funcionamiento de la acusación pública.
Un fiscal no relacionado con el caso ha explicado que es falso que la Fiscalía tuviera completamente finalizada la querella el 28 de junio. Fue entonces cuando se mandó a visado, un paso que no se concluyó hasta septiembre por las vacaciones de verano. En cualquier caso, la causa estaba entonces declarada secreta –y siguió así hasta febrero de este año–, continúa el fiscal que además, por el tenor de sus comentarios, no parece un gran admirador de Sánchez.
Según la definición que Cebrián hizo del sindicato del crimen, se podría decir que ahora ha decidido alistarse en sus filas. A sus 79 años, se lanza a las trincheras que hace mucho tiempo él mismo definió como lo peor del periodismo. Al menos esta vez no tendrá la oportunidad de hundir la empresa.
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