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La economía americana se agarra a una resiliencia feroz contra los ‘números rojos’

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden (c-i) y su esposa y primera dama estadounidense, Jill Biden (c-d), a la salida de la Casa Blanca, decorada para celebrar el día de Halloween, en Washington DC (EE.UU.).

Ignacio J. Domingo

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“Las recesiones siempre empiezan cuando la economía emite un último crecimiento boyante”. Con esta rotundidad se manifiesta Rob Arnott, fundador de Research Affiliates y padre espiritual del Smart Beta o fórmula de inversión basada en la gestión del riesgo en busca de rentabilidades a largo plazo. “Es la inercia de los acontecimientos; toca cima y empieza el descenso”, enfatiza al valorar el dinamismo del 4,9% -en términos interanuales- del PIB estadounidense entre julio y septiembre, su ritmo más intenso desde 2021.

No es el parecer unánime del mercado. El consenso sobre si la gran potencia económica mundial afrontará un aterrizaje suave de su actividad, como afirma el Tesoro americano, o si, por contra, toma visos de brusquedad y se precipita a una contracción, está lejos de conciliar las opiniones de los analistas. Aunque un sondeo de Bloomberg otorga un 55% de opciones de números rojos en los próximos 12 meses, a partir de los pronósticos de los principales servicios de estudios de bancos y fondos de inversión.

Para Arnott, de corroborarse este escenario recesivo, Wall Street “se volvería más vulnerable” y los activos bursátiles y el mercado de bonos recibirían “coletazos de volatilidad”, lo que llevaría a recomendaciones “de valor, más que de crecimiento” de las cotizaciones, explica en una nota a inversores; debido, sobre todo, a “la persistencia de la inflación”.

Otro de las voces habituales, Mohamed El-Erian, asesor jefe de Allianz y ex CEO de PIMCO, avisa de que “el fuerte crecimiento de la economía no es un signo de que EEUU haya escapado de la recesión”. Más bien, todo lo contrario. A su juicio, los históricamente elevados tipos de interés están operando como un huracán sobre la actividad de todo el territorio federal. “Podría superar el conjunto de 2023, pero, de sortear los últimos estadios del año, la incertidumbre se trasladará a 2024, un ejercicio ”cargado de minas“ y con la batalla presidencial en las urnas de noviembre.

A El-Erian le preocupa especialmente el rampante déficit, la desorbitada deuda y el desbordante censo de empresas en bancarrota, además de una inflación que bordeará el 4%. En opinión de los análisis más optimistas se sigue confiando en la coraza del consumo, con su aún potente vigor del comercio minorista, y en la numantina resistencia del mercado laboral para eludir la recesión. “Los datos del PIB del tercer trimestre son excepcionales”, admite, pero también denotan cierto agotamiento.

En primer lugar, porque los ahorros empiezan a mermar y “este es el asunto nuclear”. Aunque también porque la cota alcanzada por los tipos de interés “comienza a ser realmente dramática” para los hogares, las empresas, la Administración Biden y la Reserva Federal, ya que sus daños económicos colaterales ganarán virulencia a corto y medio plazo.

Ahora, sin embargo, la lluvia de impagos hipotecarios vuelve a arreciar, el sector inmobiliario se tambalea, el Tesoro debe pagar más intereses por su servicio de deuda, que sigue acumulando obligaciones futuras, y las compañías se aprestan a vivir con menos ingresos y peores márgenes de beneficios, apunta El-Erian.

Un verano de bonaza

Ahora bien, hasta que no se demuestre lo contrario, el PIB estadounidense va como un tiro en 2023. Después del primer semestre de contracción de 2022 y con registros que duplican con creces el 2% de dinamismo entre enero y junio. Es el salto al que se refiere Arnott y que precede a una fase de vacas flacas, pese a que superó en seis décimas la predicción del mercado. Esta primera estimación de la Bureau of Economic Analysis (BEA) suele, en cualquier caso, corregirse a la baja cuando la tasa está en latitudes altas en al menos una de sus dos revisiones posteriores.

The Conference Board, el think tank de prestigiosos centros investigadores a cuyos informes da especial credibilidad la Reserva Federal, asume la teoría de que, “más que un aterrizaje suave”, habrá uno brusco que “deslizará a la economía en una corta pero intensa recesión a comienzos de 2024”.

Larry Adam, de Raymond James, la traslada algo más tarde en el tiempo. Habla de “nueve meses de paulatino aminoramiento” del ritmo expansionista que conducirá a “una contracción de baja intensidad provocada por las reticencias al gasto de los consumidores”.

El gasto de los hogares y la capacidad de creación de empleo, con más de 320.000 contrataciones en septiembre, último mes estival, no solo han sido los dos pilares sobre los que se ha asentado el vertiginoso crecimiento del 4,9%, sino en los que se ha basado la resiliencia de EEUU en todo el ciclo de negocios post-Covid. Son los elementos en los que siguen confiando los economistas, que participan en la encuesta Bankrate, que han reducido del 65% del tercer trimestre de 2022 al 46% actual sus pronósticos de números rojos para la mayor potencia económica del planeta.

A la espera de comprobar el comportamiento de la actividad estadounidense, JP Morgan avanza que los ahorros familiares acumulados durante la crisis sanitaria se han esfumado, según desvela el cálculo predictivo del banco de inversión americano.

“Los consumidores se enfrentan a unas condiciones crediticias más restrictivas” tras un bienio, el de la Gran Pandemia, de amplios estímulos fiscales, al que sucedió otro de unas excepcionales presiones inflacionistas, que han retraído el ahorro y la liquidez por unos tipos de interés que se han situado entre el 5,25% y el 5-50%, un precio desconocido en 22 años para adquirir dinero a préstamo.

A pesar de la pausa que acaba de decretar la Fed esta semana, “solo la robustez del mercado de trabajo está manteniendo en vilo los hábitos del consumo”. Aunque no sin esfuerzo ni peligros a la vista: la deuda bancaria de los estadounidenses ha pasado de 2,9 a 17,1 billones de dólares.

Torsten Sløk, de Apollo Management vislumbra el ojo del huracán: “La ralentización ha sido una obra de ingeniería de la Fed, la ha fabricado la propia autoridad monetaria americana con sus 11 encarecimientos de tipos de interés desde marzo de 2022 con los que ha querido apagar la actividad para congelar la inflación”. En su opinión, la recesión “es cuestión de tiempo”, pese a que pueda ser de reducida intensidad.

Las empresas muestran un creciente pesimismo

Las compañías americanas se unen al grito de socorro por los obstáculos de un acceso a la financiación más complejo en el terreno doméstico. Los estrategas de Ned Davis Research se hacen eco de “un cóctel de inflación y tipos altos, con un déficit y una deuda desbordadas -el agujero presupuestario se expandirá en 2 billones de dólares este año, el doble que en 2022, y la losa de endeudamiento alcanzó los 33 billones a finales de septiembre, el tamaño del PIB de sus cinco seguidores en el ranking global de mayores economías: China, Japón, Alemania, India y Reino Unido-, y unas tensiones políticas internas y geoestratégicas en el exterior” que invitan a presagiar en tiempos de escasez.

Jim Rickards, abogado inversor y editor de Strategic Intelligence añade que el conflicto armado entre Israel y Hamás podría involucrar a EEUU e Irán y ocasionar una recesión mundial con crisis financiera que complicaría la coyuntura americana, retraería el gasto, elevaría la deuda crediticia de los hogares y las empresas y propiciaría una caída de Wall Street por riesgos adicionales que asocia a “una escalada del petróleo, una pérdida substancial de la demanda global y un proceso de des-dolarización”.

Michael Wilson, de Morgan Stanley, cree que los beneficios empresariales descenderán a ritmos considerables el último trimestre de este año, en gran medida por la caída de la confianza de los consumidores y de las compañías derivada de los elevados tipos y del retroceso del consumo en los próximos meses. Mientras los expertos de Bloomberg Intelligence predicen un retroceso del 1,2% entre las firmas del S&P 500 entre julio y septiembre, lo que, de confirmarse, pondría punto y aparte a los 6.900 millones de ganancias del segundo trimestre y a los 17.500 que registraron entre enero y marzo, según la BEA, que, además, constata la primera contracción inversora del sector privado americano en dos años.

La vivienda, por su parte, ha evitado una vez más su descalabro; también por el mantenimiento del pleno empleo y, pese a las caídas graduales del precio en grandes capitales, las compraventas siguen emitiendo un cierto dinamismo. Goldman Sachs descarta ajustes notables en el mercado inmobiliario a lo largo de este invierno en el territorio federal.

Ante esta tesitura, el presidente demócrata se afana en las últimas fechas en unir esta resiliencia económica del país y la salud del consumo y su fuerte creación de empleo con su recetario, con el Bidenomics, el término con el que se conoce a su recetario proteccionista, de subsidios a la industria verde y de combate contra la inflación. No es para menos, a un año vista de su batalla electoral, con el 57% de la clase media transmitiendo que la economía responde peor que en el otoño de 2022.     

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