Mientras los ciudadanos europeos reaccionan, el silencio de Rajoy inquieta a los analistas
Desde hace unos días, la crisis del euro y la inquietud por España no están en las primeras. Aunque muchos temen que puedan volver no muy tarde, ahora mandan otros asuntos internacionales: la nueva revuelta árabe, de claro signo antinorteamericano (“no es por culpa del video sobre el Islam, lo que está en curso es una lucha por el poder entre los islamistas radicales y las fuerzas moderadas en los distintos países”, opina Ross Douthat en el New York Times), el creciente conflicto entre China y Japón por unas islas del Mar de la China Oriental (“la disputa amenaza a las relaciones entre los dos países más poderosos de Asia”, dice el Frankfurter Allgemeine Zeitung, “Ambos Gobiernos alimentan la tensión”, asegura el Wall Street Journal) y la nueva metedura de pata de Mitt Romney, al que grabaron diciendo que un 47 % de los norteamericanos dependen, de una u otra manera, del dinero del Gobierno.
La sentencia del Tribunal Constitucional alemán, la fuerte caída de los partidos euroescépticos –de derecha y de izquierda- en las elecciones holandesas y, sobre todo, el efecto balsámico –pero inevitablemente provisional- que ha tenido en los mercados el anuncio de que el BCE está dispuesto a comprar, en principio sin límites, deuda de los países en dificultades, ha dado un respiro a la crisis europea. Y a los políticos.
“Pero nunca se puede sobreestimar la complacencia de los políticos europeos”, afirma Wolfgang Munchau, uno de los “gurús” del Financial Times. “La idea de que el plan del BCE es suficiente porque produce una especie de mágica confianza, me recuerda lo que pasó el año pasado, cuando el BCE inició su programa de liquidez. Creo que al plan le va a pasar lo mismo, aunque no tan rápido”.
Munchau, que se suma a la lista de expertos que piden que Europa cambie de política y se lance a estimular el crecimiento, afirma que la actitud de Mariano Rajoy es uno de los factores que alimentan su inquietud: “Sigue mandando confusos y conflictivos mensajes sobre cuando Madrid aplicará el programa” y eso “puede destruir la credibilidad” del plan de Mario Draghi, dice Munchau, que añade que Angela Merkel, para evitar tener que pedir ahora a su parlamento que apruebe el rescate español, y también premier finlandés Katainen, están ayudando, por oportunismo, a que Rajoy siga ganando tiempo.
No hay ningún indicio de que ni Angela Merkel ni Bruselas vayan a flexibilizar la política de austeridad. Pero sí los hay de que los recortes y el empeoramiento de la situación social están produciendo reacciones cada vez más fuertes, aunque de distinta índole, en las poblaciones europeas. A la manifestación del sábado en Madrid, hay que añadir en este contexto las más de 40 que el día anterior se celebraron en Portugal, una semana después de que el gobierno rebajara los salarios en un 7 %. El periódico Publico y Jornal de Notícias, ninguno de ellos izquierdista, hablan de “centenares de miles de manifestantes”, subrayando el particular éxito que tuvo la marcha de Lisboa. Pero tan significativo como eso es el ambiente. Las páginas de opinión de los periódicos están encendidas. Una firma tan poco radical como Fernando Santos ha escrito en Jornal de Notícias: “¿Está pasándolo mal el pueblo? Lo está ¿Tiene el derecho y la obligación de indignarse? La tiene. ¿Es legítimo que presione al gobierno para que cambie de dirección? Lo es”.
Dos sondeos confirman otro tipo de cambios en la actitud de la opinión pública. En el publicado por Le Figaro se concluye que si en 1992 el tratado de Maastricht, el que posibilitó la creación del euro, fue apoyado en referéndum por el 51 % de los franceses (frente al 49 % que lo rechazó), hoy un 64 % de los ciudadanos del país vecino se decantarían por el “no”. “Francia parece instalarse de forma duradera en una actitud euroescéptica. Los franceses ya no parecen creer en la integración europea”, dice Le Figaro. Y la popularidad del presidente François Hollande, que tiene cada vez más problemas para satisfacer las expectativas que generó en las elecciones de mayo, no deja de caer.
El sondeo de la fundación democristiana germana Bertelsman, es aún más rotundo (Les Echos): un 65 % de los alemanes opina que les iría “mejor personalmente” si su país hubiera conservado el marco en lugar de haber adoptado el euro y el 49 % dice que les iría “mejor personalmente” si la Unión Europea no existiera. Ambas encuestas indican claramente que los ciudadanos se alejan a marchas forzadas del discurso oficial de la política europea, aunque sea en direcciones erráticas, sin proyectos alternativos. Un estudio del Gobierno alemán (Suddeutsche Zeitung) confirma que también en el país más fuerte de Europa la desigualdad social avanza. “Los ricos se están haciendo más ricos, los activos del 4,6 % de los alemanes mejor situados se ha duplicado en cuatro años, el 10 % de la población detenta el 50 % de los activos, mientras que la mitad menos rica solo tiene el 1 %. En Alemania hay pobreza”.
No se sabe a cuantos políticos les preocupa este sesgo de las cosas, que los hay. Pero no parece que entre éstos estén la mayoría de los parlamentarios italianos. Porque según ha contado Giornale de Sicilia los diputados nacionales han conseguido mediante triquiñuelas que el recorte de 1.300 euros de su salario mensual, que es de ¡14.000! euros, que había impuesto el Gobierno Monti se haya quedado en nada. Más sangrantes son aún las remuneraciones de los parlamentarios regionales: en Cerdeña cobran 16.634 euros al mes. En Apulia 15.994. En Lombardía 15.607. Y en Campania, 15.448.