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Las familias empiezan a recortar el gasto para soportar la inflación

Productos en un supermercado de Oviedo.

Daniel Yebra

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La inflación no da tregua. En mayo volvió a repuntar hasta el 8,7% por la subida de carburantes y alimentación, según el dato adelantado del Índice de precios de consumo (IPC) que publicó el Instituto Nacional de Estadística (INE) el lunes. El pico de marzo fue del 9,8%, y en abril apenas amainó al 8,3% por la relajación puntual de los precios de combustibles y electricidad—siempre respecto al mismo mes del año pasado—.

La traducción es cruel y sencilla: “Somos más pobres que antes de la guerra”, resumió el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, en la comisión de Economía del Congreso de los Diputados este miércoles. Y la amenaza para las familias ya no es solo la subida de la factura de la luz o de la gasolina, que el Gobierno ha intentado mitigar (con éxito muy relativo) con la rebaja del IVA de la electricidad, el tope al gas o el descuento de 20 céntimos a los carburantes.

La gran amenaza es que, el último mes, el IPC subyacente, cuyo cálculo excluye precisamente la energía y los alimentos no elaborados que han originado la crisis de inflación por la perturbación de la invasión de Ucrania por Rusia, aceleró el mes pasado al 4,9%. Lo que quiere decir que prácticamente todo es más caro. Mucho más caro que en 2021. Sin que en las subidas estén incluidas las rentas de los hogares (ni salarios ni otros ingresos se han incrementado al ritmo de la inflación).

Este encarecimiento de la vida se ha evidenciado en distintos indicadores y datos de consumo de las familias en España. El primer aviso grave se manifestó en la previsión de la evolución del Producto interior bruto (PIB) en el primer trimestre de este año. El gasto de los hogares sufrió una contracción del 3,7% entre enero y marzo frente al cuarto trimestre de 2021.

Esta caída, en la que más allá de la guerra tuvo responsabilidad la variante ómicron de la COVID o la huelga de transportes, es la primera contracción del consumo de los hogares desde el primer trimestre de 2021, pese a la resiliencia del mercado laboral. Y es una de las principales razones que explican la ralentización de la recuperación económica de España, que creció solo un 0,3% en el primer trimestre de este año, respecto al trimestre anterior, en el que la actividad económica se incrementó hasta un 2,2%.

Y los datos de gasto que registran los bancos vuelven a mostrar un frenazo en el consumo de las familias en las últimas semanas, sobre todo en productos y servicios que no son de primera de necesidad por el mayor coste de luz, gasolina, alimentación o de las hipotecas (ante la retirada de estímulos monetarios y la expectativa de subida de los tipos de interés oficiales por parte del Banco Central Europeo como respuesta a la inflación).

Según los tickets medios que recogen los sistemas de pago de Banco Sabadell, los hogares recortaron en mayo un 16% el gasto en donaciones respecto a abril y un 33% frente al mismo periodo de 2021. La caída de los importes relacionados con estudios o comida rápida fue del 6% en comparación con el mes anterior, del 5% en electrónica, y del 4% en cafeterías, calzado, deportes, gasolineras y hoteles (ver gráfico).



También los datos que registran los sistemas de pago de BBVA muestran un tercer parón del consumo en los últimos meses. El primero lo propició ómicron, el segundo el inicio de la invasión de Ucrania a finales de febrero y, este tercero, la persistencia de la inflación.

“La proporción de componentes de la cesta de consumo que registraron tasas de inflación por encima del 2% se ha incrementado significativamente, pasando del 30% en junio del año pasado al 80% en abril”, lamenta el Banco de España en sus últimas publicaciones. Esta proporción será incluso mayor en el detalle de mayo.



“Tan pronto como llegan problemas que afectan a la economía, lo normal es que las familias reduzcan el consumo por precaución”, explica Ignacio Conde-Ruiz, catedrático de la UCM y subdirector de Fedea. “La incertidumbre provoca que los hogares esperen a ver qué pasa, y esto es lo que está detrás de que no se llegue a recuperar el consumo”, continúa.

Un miedo que lleva a aplazar decisiones de compra, a esperar a un escenario de menor tensión para afrontar grandes adquisiciones o para pedir un préstamo. O un temor a las subidas de precios que obliga a bajar la calefacción un par de grados, a utilizar menos la lavadora o a elegir pescadilla en vez de salmón en el supermercado.

“Aún es temprano para evaluar el segundo trimestre. En términos interanuales porque el segundo trimestre de 2021 fue de menos a más, así que evaluar la interanual hasta mayo tiene un sesgo al alza, y en términos intertrimestrales porque el INE aún no ha publicado la segunda estimación del primer trimestre”, matiza Eduard Llorens i Jimeno, economista de Caixabank Research.



“El dato del PIB [del primer trimestre] deja el consumo de los hogares al mismo nivel que a finales de 2020, es decir, borra de un plumazo todo el crecimiento de 2021 y se queda un 10% por debajo del nivel previo a la pandemia”, destacó, tras conocer las cifras adelantas, Ángel Talavera, economista jefe para Europa de Oxford Economics.

Golpe a la confianza

“La escalada inflacionista está teniendo también un impacto heterogéneo sobre los hogares y las empresas. En particular, en los últimos meses, los familias con menor renta han sufrido una inflación superior como consecuencia de que, entre estos hogares, tiene un mayor peso el gasto en bienes de primera necesidad, que son los que han mostrado un mayor encarecimiento relativo recientemente”, continúa el Banco de España.

La institución reconoce entonces que las familias más pobres están asfixiadas y que la incertidumbre gobierna las decisiones de las que tiene mayor renta y acumularon ahorro durante la pandemia.

La evolución de la confianza pasa a ser clave en este contexto, y la última encuesta de la Comisión Europea a este respecto señala que la mayor brecha entre las expectativas de las empresas y de las familias de los últimos años.

La propia Isabel Schnabel, del comité ejecutivo del Banco Central Europeo, reconoció la semana pasada que, mientras se reduce el poder adquisitivo de los hogares, “las empresas mantienen la expectativa de trasladar el incremento de los costes a los precios de venta”. Es decir, la escalada de la factura de la luz y la subida de las materias primas o de la mayoría de insumos [bienes intermedios que se usan para fabricar otros productos u ofrecer un servicio] las están soportando los consumidores.

Sin embargo, un directivo de una gran compañía multinacional de aparatos electrónicos admite que se empieza a notar la debilidad del consumo: “Empiezan a llegar señales desde las tiendas de agotamiento en las consumidores, empiezan a bajar las compras y no se puede responder con subidas de precios porque se nota que las familias está rebajando el consumo. Así, perdemos todos”.

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