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Rusia desplaza a Arabia Saudí como principal suministrador de petróleo a China

El presidente chino, Xi Jinping, estrecha la mano del líder ruso, Vladímir Putin, tras firmar con él dos acuerdos de cooperación bilateral durante su visita a Moscú.

Ignacio J. Domingo

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Arabia Saudí ha dejado de ser el gran surtidor de China, cuya intensa demanda de barriles ha sido en más de medio siglo directamente proporcional a su excelsa crudo-dependencia exterior. En consecuencia, Riad ha proporcionado al gigante asiático el carburante que ha precisado para dar el Gran Salto hacia Adelante hasta convertirse en la segunda potencia económica del planeta y rivalizar a EEUU por la hegemonía productiva mundial.

Sin embargo, coincidiendo con el primer aniversario de la invasión rusa de Ucrania y el reforzado vínculo geoestratégico entre Vladimir Putin y Xi Jinping, se empiezan a vislumbrar los pilares de carga de esa coraza de protección mutua entre Rusia y China de la que hablan sus líderes y mentores: uno de ellos es, sin duda, el energético. Porque Moscú acaba de convertirse en la principal manguera de oro negro de su gran vecino y ahora aliado asiático, que ayuda a empujar a una economía frenada por la política de Covid cero decretada por Xi durante buena parte de 2022.

Por primera vez, los envíos de crudo siberiano superan los 2 millones de barriles diarios, según datos oficiales de Pekín, espoleados por los descuentos aplicados por Moscú para sortear el veto occidental. El dato, histórico, de febrero -en el primer aniversario de la guerra de Ucrania- ha provocado que las refinerías chinas se froten las manos y hayan acelerado su producción ante las ventajas competitivas de unos precios de crudo anormalmente bajos que reducen sus costes productivos. Por contra, los flujos saudíes hacia China cayeron un 29% en enero tras la entrada en vigor de la acción de veto concertada del G-7 a la que se adhirieron de inmediato los socios europeos y de otros países.

Los descuentos de crudo ruso llegan en un momento capital para la economía china, cuya demanda de combustible -en especial, de la gasolina-, se ha disparado tras los largos meses de confinamiento. La fulgurante desescalada acordada por el nuevo gobierno chino y alentada por las protestas de la sociedad civil ha intensificado el tráfico en las grandes ciudades.

Los tres meses desde el final de las restricciones dejan desembolsos en restaurantes y ocio que se aproximan -aunque sin alcanzar todavía-, a los niveles previos a la pandemia, así como “una percepción colectiva nítida de pérdida de miedo a los contagios” detecta Catherine Lim, analista de Consumo y Tecnología en Bloomberg Intelligence. Lim resalta el repunte del 15% en la venta de entradas de cine y teatro en los siete días de festividad nacional por el Nuevo Año Lunar y del 13% en las diez primeras semanas de 2023 respecto a las mismas fechas de 2019.

De igual modo, se ha recuperado el consumo en salud y cuidados personales, viajes al exterior o cenas de lujo, especialmente entre la Generación Z y los millennials, pero también entre los boomers, según ilustra una encuesta de la consultora Oliver Wyman. La venta de vivienda ha vuelto a emitir señales de vigor entre enero y febrero, con un alza del 3,5% frente al descenso del 22% de los dos primeros meses del año en 2022.

La energía rusa impulsa la economía china

Gran parte de esta rampa de despegue ha sido activada con energía rusa, cuyas entregas de gas, petróleo y carbón a Pekín superaron los 88.000 millones de dólares a lo largo del primer año del conflicto armado en Ucrania, frente a los 57.000 millones de la factura en el mismo periodo temporal precedente.

Al Kremlin, por su parte, esta revisión de su táctica exportadora le reporta cierto alivio recaudatorio. El ministro de Finanzas, Anton Siluanov, acaba de cifrar en más de 66.220 millones de dólares el cheque por ingresos fiscales entre enero y febrero, más que en todo 2022. El colchón impositivo del Kremlin se asienta en la conservación del músculo exterior de su poderoso sector energético, que se beneficia de la consolidación de unas rutas de ventas alternativas a Occidente que eluden también sus embargos y que sostiene el sistema económico autárquico que rige en Rusia desde la invasión de Crimea en 2014.

Porque desde el inicio del conflicto bélico en Ucrania, el país invasor se ha erigido en el segundo proveedor de carbón a China, después de Indonesia, y en el tercero de Gas Natural Licuado (GNL) tras Australia y Qatar. Moscú envió en estos doce meses 89,3 millones de toneladas de crudo (frente a los 86,8 de Arabia Saudí), 6,86 millones de toneladas de gas natural licuado (GNL) (el 52% de las adquisiciones totales chinas) y el 33% del carbón que importa: otros 76,4 millones de toneladas.

Rusia es, pues, uno de los socios de cabecera del GNL de China. Pero Xi no logró culminar en Moscú, en su reciente encuentro con Putin, un tratado que le garantice el suministro de este combustible, pese a poner toda la carne diplomática en el asador, ya que se encargó de exponer su rechazo a las agresivas acciones políticas, industriales y tecnológicas de EEUU y contra la OTAN. El líder chino sí logró exhibir un plan de paz para Ucrania con el que buscaba la implicación de Putin y elevar el peso internacional de Pekín.

Xi se fue de Moscú sin compromisos de flujos gasísticos, ni avances en la construcción de los gaseoductos que se encuentran bajo negociación bilateral. Al menos, por el momento. El empeño de Pekín es férreo y forma parte de esa alianza “sin límites” a la que hacen permanente referencia ambos dirigentes para corregir sus asimetrías económicas y energéticas. En este contexto es en el que Putin prometió enviar a China 98.000 millones de metros cúbicos de gas al año desde 2030. Más de seis veces las ventas a Pekín el pasado año por gaseoducto, pero todavía por debajo de los niveles de suministro de gas ruso a Europa antes del estallido de la confrontación armada.

Este escenario ha generado cierta controversia en Occidente por las recientes predicciones del FMI sobre la economía rusa a la que otorga un crecimiento de tres décimas en 2023. Varias voces críticas -económicas y académicas- restan credibilidad a las estadísticas oficiales rusas, sobre las que el Fondo establece su base de análisis económico. Se pone en tela de juicio los ingresos que el Kremlin dice recibir por sus rúbricas energéticas en el exterior “dada la desconexión financiera y energética con Occidente”, advierte el profesor en la Virginia Commonwealth University, Oleg Korenok: “Es como Corea del Norte, nadie se cree sus datos; ahora, todos están jugando a las adivinanzas”.

“El horizonte del FMI para Rusia es demasiado rosa para ser verdad”, asegura Pierre Briancon, columnista de Reuters. Con un barril con tope en 60 dólares, como el que vende el Kremlin, es difícil mantener niveles de ingresos previos a la guerra y abastecer la industria militar en pleno conflicto armado, por mucho que “venda masivamente barriles” con buques tapadera y dumping de precios energéticos, añade Briancon. De hecho, el sondeo de opinión entre economistas del propio Banco Central de Rusia aventura una recesión del 1,5% este año.

Sin embargo, desde JP Morgan Chase apuestan por un crecimiento del 1% en Rusia precisamente por su intenso volumen de venta de crudo y gas y la “sorprendente capacidad extractiva” que demuestra la industria del país. A no ser que las inversiones en curso en el sector “cesen o que se interrumpa el normal flujo importador de maquinaria y equipos”.

Alteraciones en los mercados energéticos

Esta convulsión, además, ha alterado mercados como el americano que, desde un año, prohíbe los productos energéticos rusos. Una parte substancial de su demanda la han suplido con cuotas adicionales de otros socios de la OPEP +, que han pasado de entregar 136.000 a 190.000 barriles diarios entre 2021 y 2022.

Aunque también revela que el veto está lejos de ser hermético: el pasado ejercicio, EEUU adquirió 673.000 barriles diarios de crudo ruso, además de carburantes sin refino pleno, que superaron a la gasolina y el queroseno, las rúbricas de importación tradicional hasta 2021. Las necesidades de compra restantes de EEUU proceden de productores latinoamericanos como Brasil, Guyana, México, Colombia o Argentina, según Energy Intelligence.

En este río revuelto, las petroleras americanas y europeas -desde Exxon Mobil a TotalEnergy- se están acercando a India, rival comercial chino y miembro de la Alianza Indo-Pacífica auspiciada por la Casa Blanca- donde exploran junto a la nacional ONGC la localización de petróleo en sus aguas profundas y acuerdos prolongados de entrega de combustibles. Además, buscan entablar negociaciones para fundar joint ventures y diluir la influencia rusa y saudí dentro de la OPEP +.

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