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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz
ENTREVISTA Sociólogo

William I. Robinson: “Hay masas sedientas de cambio, pero no hay proyectos de izquierdas que les sirvan de timón”

El sociólogo William I. Robinson, profesor de la Universidad de California Santa Barbara y activista, advierte de que atravesamos una crisis estructural del capitalismo.

Daniel Yebra

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El sociólogo William I. Robinson, profesor de la Universidad de California Santa Barbara y activista, advierte de que atravesamos una crisis estructural del capitalismo. Una crisis de sobreacumulación por parte de las grandes empresas transnacionales que ha disparado la desigualdad y que está derivando en guerras de baja intensidad (por ejemplo contra la inmigración) y de alta intensidad (el genocidio de Palestina o la invasión rusa de Ucrania). Una crisis en la que “la masa de gente arrojada a la miseria en todo el mundo está resistiendo, a pesar de que no hay un proyecto de izquierdas viable”, según denuncia.

El autor de 'Mano dura. El estado policial global, los nuevos fascismos y el capitalismo del siglo XXI', publicado por Errata Nature, observa que “que una parte de la élite transnacional reconoce que para salvar al capitalismo de sí mismo se necesita realmente reestructurar el sistema, reimponer la regulación al mercado a nivel internacional, una mayor redistribución de la riqueza, hasta una renta básica”. Aunque lamenta que “el problema es que estas voces son una minoría”. Mientras, “las grandes corporaciones y conglomerados financieros tienen un solo objetivo: acumular más y más y más capital”.

“Habría que ver si hay alguna posibilidad de vincular la lucha de las masas que buscan una transformación del sistema con las élites reformistas, y no hay mucho tiempo por la emergencia climática”, apunta este profesor. “Hay masas que está tomando las calles, que están resistiendo, que están sedientas de cambio y no hay proyectos de la izquierda, proyectos emancipadores, que sean viables y que puedan proporcionar un timón a esas masas”, apunta, y recuerda las gigantescas huelgas y movilizaciones de los últimos años en India, Tailandia, Chile... incluso el aumento de la actividad sindical en Estados Unidos.

En el libro, cita la famosa frase del inversor Warren Buffet sobre que hay una guerra de clases y la está ganando su clase, la de los grandes capitalistas. ¿Es así?

Por supuesto. Después de la Segunda Guerra Mundial, el capitalismo mundial experimentó una tremenda expansión bajo un modelo de capitalismo de bienestar social: el capitalismo socialdemócrata. En España se desplegó más tarde, después de la dictadura. Este capitalismo imponía restricciones y control sobre la libertad del capital, de la acumulación. Además, a partir de los 60 y los 70, se multiplican los movimientos populares alrededor del mundo: feministas, sindicales, contra el racismo, anticoloniales y de liberación nacional... La correlación de fuerzas empezó a ser menos favorable para la clase capitalista. Por eso, los grupos dominantes, con el apoyo de sus Estados, lanzan la globalización a partir de los años 80, y la aceleran en los años 90 y en el nuevo siglo, imponiendo el modelo liberal, con recortes a los programas sociales, con un desmantelamiento del Estado intervencionista, con desregulación de los mercados y con subsidios al capital.

¿Es una contraofensiva neoliberal?

Esa es la Historia que hemos vivido en los últimos 20, 30 años... Está pasando en España. Es un proceso que está mucho más avanzado aquí, en Estados Unidos... Un proceso que ha provocado niveles de desigualdad jamás vistos. Según datos recopilados en 2018, el 1% de la humanidad ya controlaba el 52% de riqueza. Es más, el 20% de los más ricos, la capas acomodadas, controla el 95% de la riqueza. O lo que es lo mismo, el 80% restante apenas tiene un 5%. En este contexto, las ganancias de las grandes corporaciones y conglomerados financieros han seguido creciendo y marcando récords. Esto quiere decir dos cosas. Primero, que, en las últimas décadas de globalización ha habido un flujo de la riqueza de abajo a arriba- Segundo que ha habido un tremendo debilitamiento de las clases populares y trabajadoras.

Entonces, claro que la clase capitalista transnacional ha estado ganando la lucha de clases. Warren Buffet es honesto cuando lo afirma.

En en ese recorrido histórico que realiza, diferencia entre crisis cíclicas y crisis estructurales. Y asegura que lo que está ocurriendo actualmente en una crisis estructural.

Desde que en 2007 se produce el colapso del sistema financiero global, hasta la fecha, estamos en una crisis de sobreacumulación. El capital transnacional ha acumulado enormes cantidades de ganancias, de efectivo, de reservas... Y eso explica que mientras crece la producción en la economía global, se encoge la capacidad adquisitiva de la mayoría de la humanidad.

En el momento que salió publicado el libro en inglés (2020), las grandes corporaciones y conglomerados financieros transnacionales tenían a su disposición 17 billones de dólares en reservas, sin tener dónde invertir esa cantidad enorme de dinero. Una salida para ese excedente y para seguir acumulando capital el estado policíaco global. Los conflictos, las guerras declaradas y no declaradas, de alta y baja intensidad [por ejemplo contra la inmigración], los sistemas de control social y la represión son muy rentables. Y lo hemos podido ver con la invasión rusa de Ucrania y con el genocidio en Palestina por parte de Israel.

¿La guerra es rentable?

Cuando Israel inició la masacre de Gaza, aquí, en Estados Unidos, todas las empresas militares industriales se jactaron de que iban a aumentar sus beneficios, con el apoyo del presidente Biden, que ha incrementado los paquetes de ayuda tanto a Ucrania como Israel en las últimas semanas. Un periodo en el que las acciones de estas compañías se han disparado en bolsa. Para nosotros, los seres humanos del planeta, son dos tragedias, pero para el capitalismo global, para las grandes corporaciones transnacionales, es una época de bonanza, es algo muy bueno. Quieren conflictos. Quieren guerras. Quieren trastornos sociales.

En el libro, también denuncia los nuevos sistemas de esclavitud.

Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), un tercio de la de la humanidad en edad de trabajar está en desempleo estructural. Uno de cada tres adultos está marginado de la economía global. Y estas personas no tienen otra opción más que someterse para sobrevivir mientras. Por otra parte, hay 2.000 millones de personas en la economía informal. De los que tienen un trabajo oficial, 1.300 millones lo tienen en condiciones precarias, inseguras. En este contexto, surgen los nuevos casos de esclavitud. Por ejemplo, en los Emiratos Árabes, el 80% de la población son inmigrantes, reclutados en su países de origen, que se pagan el viaje y a los que después se les retira el pasaporte, para acabar viviendo bajo condiciones de esclavitud. Algunos de ellos construyeron las instalaciones para la Copa Mundial de fútbol en el país vecino. El control social, la vigilancia de las clases populares y la represión son imprescindibles para soportar esta situación.

Otro foco de preocupación es la última revolución tecnológica: de la inteligencia artificial, del big data... Y la amenaza que supone para el empleo.

Estamos viviendo la tercermundialización del primer mundo. Claro que una persona tiene mejores perspectivas de vida, por lo menos materiales, si nace en Alemania, en Francia, en España o en Estados Unidos, que si lo hace en el Congo, en Brasil... Pero la tendencia de los países desarrollados es que van hacia el desempleo estructural masivo. La industria, regrese o no al primer mundo tras ser deslocalizada, se va automatizar igualmente. El pronóstico es de que las filas de la humanidad superflua para el capitalismo y las filas de los que trabajan en condiciones muy precarias van a crecer a nivel global.

¿Qué respuestas están surgiendo a esta crisis estructural? Por un lado, señala la reacción neofascista, ¿hay alguna otra reacción más esperanzadora?

La crisis estructural ha favorecido proyectos fascistas, dictaduras, sistemas autoritarios (Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil...). El caso más reciente es el de Argentina. Pero sí hay esperanzas en dos niveles. Primero, está la revuelta popular que ha recorrido el mundo desde 2019, con huelgas prolongadas en Sudamérica, los estallidos sociales en Chile, en Ecuador, en Colombia... En Estados Unidos había una escalada y hay todavía una escalada de acción sindical. Y, por supuesto, la sublevación contra el asesinato de George Floyd. También en 2019, en Sudán, entre 25 y 30 millones de personas tomaron la calle. En Líbano, en Tailandia, en Filipinas... hubo también grandes movilizaciones. Acordémonos de otra cosa: ha habido dos huelgas generales en India. En 2019, 150 millones de personas. Eso es mucho más de la población de España y de varios países europeos combinados. Un año después, otra de 250 millones de personas. Es la acción popular más grande en la Historia de la humanidad. Parte de la esperanza es que esa masa arrojada a la miseria está resistiendo, a pesar de que no hay un proyecto viable.

La otra esperanza es que una parte de la élite transnacional reconoce que para salvar al capitalismo de sí mismo se necesita realmente reestructurar el sistema, se necesita reimponer la regulación al mercado. Y no solo a nivel nacional, sino transnacional. Se necesita promover programas de redistribución de riqueza hacia abajo. Incluso, se plantean sistemas de ingresos básicos universales [renta básica universal]. Se habla de impuestos sobre transacciones financieras. De otros sistemas de impositivos, no regresivos, sino progresivos.

Esa fracción de la élite transnacional reconoce la necesidad de un reformismo profundo. El problema es que es una minoría. Mientras, las grandes corporaciones y conglomerados financieros tienen un solo objetivo: acumular más y más y más capital. Habría que ver si hay alguna posibilidad de vincular la lucha de las masas que buscan una transformación del sistema con las élites reformistas. Yo no creo que la solución a la crisis del capitalismo global a largo plazo pase por simple reformismo. Sin embargo, en el corto y medio plazo, una reforma radical del sistema ofrece mucha esperanza.

De hecho, usted es muy crítico con algunos de los más famosos economistas actuales con visiones progresistas, como Piketty, Stiglitz...

Claro, Stiglitz o Jeffrey Sachs y algunos otros deberían disculparse ante la humanidad porque fueron arquitectos del neoliberalismo, de toda esa globalización capitalista. Pero cuando se dieron cuenta del desastre que supone para la humanidad el proyecto que ellos ayudaron a construir, cambiaron sus posiciones. Ahora, ese grupo de reformistas intentan vender la ilusión de que con ciertas reformas se puede salvar a la humanidad. Piketty señala la increíble desigualdad, pero sus propuestas a largo plazo consolidan la hegemonía del capital transnacional, Necesitamos voces como Jeffrey Sachs y como Piketty para hablar de la desigualdad y de reformas. Pero las clases populares deberían lograr la hegemonía.

¿Cómo se puede alcanzar la hegemonía si las visiones críticas son minoritarias?

Hay masas que están tomando las calles, que están resistiendo, que están sedientas de cambio y no hay proyectos de la izquierda, proyectos emancipadores, que sean viables y que puedan proporcionar un timón a esas masas. La cuestión es que la izquierda política se ha conformado con tomar el poder del Estado. Ese poder y la integración en el sistema ha desmovilizado a las masas. Ustedes tienen la experiencia de Podemos. En Grecia, Syriza. Igual que con los movimientos y los partidos de la izquierda en América Latina.

Al final del libro, hace una propuesta de una nueva internacional.

Las clases obreras y populares luchan a nivel de su Estado-Nación y uno de los problemas es que aún cuando tienen conciencia de clase, las clases obreras no tienen conciencia transnacional. La resistencia se tiene que internacionalizar. No tendría que parecerse a las organizaciones obreras internacionales del siglo XX. Tendría que ser algo totalmente distinto: foros y programas que incluyan a los movimientos sociales, partidos políticos y sindicatos, y que permitan coordinar nuestras luchas y derrotar al fascismo.

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