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Tasas que ahogan a las familias refugiadas: cuando estudiar se convierte en un muro

Nyagoa y Nyaguande, dos estudiantes del campo de refugiados de Kakuma en Kenia

Andrea Menéndez Faya

María (nombre ficticio por motivos de protección) quería ser médico desde que, a los 4 años, le dijeron que tendría diabetes el resto de su vida. Salió de Venezuela hace tres años, después de que cada vez fuese más difícil conseguir la insulina que necesita para tratar su enfermedad. Ahora, con 15, quiere ser neurocirujana, pero como todos los niños y niñas refugiados que viven en Trinidad y Tobago, no puede acceder al sistema escolar nacional sin un permiso del Ministerio de Educación. Sin esto, su carrera médica no despegará.

En el momento en el que un niño refugiado llega a un país de acogida, se interrumpe su vida tal y como la conocía hasta ese momento. Su familia se rompe, dejan atrás a sus amigos y la rutina desaparece. Esto crea una desigualdad de oportunidades a la hora de conseguir un nuevo futuro: la falta de ingresos y recursos, el idioma o los traumas adquiridos del desplazamiento, son las barreras a las que tienen que enfrentarse para continuar su formación y asentarse en un país en el que deberá permanecer años, algunos incluso para no regresar. 

Equal Place: clases online para completar los estudios

Su madre, con 3 trabajos a la vez, consiguió pagarle las tasas de matriculación de un colegio privado cerca de su casa. “Siempre se ha esforzado en ser la mejor de la clase”, cuenta esta ex profesora de contabilidad venezolana que ahora trabaja como dependienta. Un año después la escuela cerró y María se convirtió en una más de los 4.400 niños refugiados de entre 5 y 17 años que no tienen acceso a la educación pública en Trinidad y Tobago. Pero ACNUR y Equal Place entraron en escena.

Equal Place es una iniciativa que permite que los niños y jóvenes refugiados completen su formación académica de modo presencial o telemático, y se ha convertido en un modelo de referencia. Así, María ha conseguido mantener vivo su sueño de reincorporarse a la educación formal cuando sea posible. “Pensé que el programa sería excelente para mi hija porque le permitiría completar su educación secundaria, incluyendo los certificados oficiales que necesita”, cuenta la madre de María. El cambio a las clases online es una solución que le permitirá acudir a la universidad en otros países, sin llevar en su mochila las desventajas de la situación que vive. 

Historias contadas en números

Los datos recogidos por ACNUR en los 135 países en los que opera en todo el mundo, reflejan una imagen de cómo estos jóvenes se están quedando atrás en comparación a sus compañeros. Analizando la situación global de la población estudiantil refugiada, en la educación primaria, las tasas de acceso llegan a un 68%. En la secundaria, la brecha se abre hasta un 37%. En cuanto a los estudios universitarios, la tasa cae hasta un 6%, muy por debajo de los niveles mundiales. Uno de los caballos de batalla es aumentar esa tasa hasta el 15% en 2030, con el programa de becas universitarias DAFI como piedra angular de la estrategia.

Los porcentajes de los niños y jóvenes que no acceden a la educación son historias reales de familias que no pueden pagar las tasas de matriculación ni los costes derivados de la escolarización de sus hijos. Es el caso de Mary Maker, que actualmente es Embajadora de Buena Voluntad de ACNUR y que, durante dos décadas, vivió en el campo de refugiados de Kakuma (Kenia) tras huir de su hogar en Sudán del Sur, y vivió lo que ella llama “el paseo de la vergüenza”. El director entraba en las clases y leía una lista de estudiantes cuyos padres no habían pagado las cuotas. Sin el pago, los alumnos eran expulsados un semestre entero. Mary se escapaba de casa y se colaba en las clases hasta que volvían a darse cuenta de que estaba allí. 

“Me importaba mucho menos el paseo de la vergüenza de lo que me importaba que me enviaran a casa. La interrupción constante de mi educación me llevó al fracaso y no me gradué con las calificaciones que necesitaba para ingresar a la universidad”. Trabajó 4 años para conseguirlo, de escuela en escuela, rogando una oportunidad. “No tienes ni idea de lo lento que pasa el tiempo cuando tu futuro está en suspenso”, lamenta Mary. “Para los políticos 4 años no es nada. Para alguien desesperado por dar el siguiente paso en su educación, es un limbo agonizante”. Ese limbo terminó en 2018, cuando solicitó entrar en un programa de estudios en Ruanda, con la posibilidad de obtener una beca para una universidad de EEUU. Así, de Kakuma se fue a Minnesota, pasando por Ruanda. 

Pero la cantidad de oportunidades disponibles para los estudiantes refugiados en la posición de Mary es minúscula en comparación con la cantidad de niños y jóvenes con ambición por ir a la escuela y a la universidad, de ahí el esfuerzo de ACNUR para garantizar que la niñez y la juventud refugiada tenga acceso a una educación de calidad, un entorno seguro y estable en las aulas, y la capacidad de reconstruir comunidades y rehacer sus vidas.

El programa DAFI y la oportunidad de futuro

Para esta búsqueda de oportunidades se crearon las becas DAFI, una iniciativa académica apoyada por el gobierno de Alemania, así como por ACNUR y otros donantes privados, que ha apoyado a más de 21.000 jóvenes refugiados para que realicen estudios universitarios desde 1992. El objetivo es que la población estudiantil refugiada y cualificada tenga la posibilidad de obtener un grado académico en su país de origen o de acogida. 

En 2021, 8.307 jóvenes refugiados de 53 países, de los que el 41% eran mujeres, lograron matricularse en 55 países gracias a estas becas. Las solicitudes superaron la cifra de 15.000 por primera vez en la historia del programa. La alta demanda demuestra que el número creciente de refugiados y su preparación previa requieren de una inversión mayor que garantice las oportunidades de las personas refugiadas al acceso a educación superior.

El programa DAFI busca empoderar a la población refugiada, demostrar un impacto en su comunidad de acogida y fomentar las oportunidades laborales y de emprendedurismo, cubriendo los gastos de matrícula, materiales de estudio, alimentación, transporte y alojamiento.

La educación como eje de futuro

Cerca de la mitad de la población infantil refugiada no asiste a la escuela. Según un nuevo informe publicado por ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, más de la mitad de los 14,8 millones de niñas y niños refugiados en edad escolar alrededor del mundo no están recibiendo educación formal; esto pone en riesgo su prosperidad futura y la posibilidad de alcanzar los objetivos mundiales de desarrollo.

No solo es una tarea de futuro, también es necesaria para garantizar su presente. La educación protege a la niñez y juventud refugiadas del reclutamiento en grupos armados, del trabajo infantil, de la explotación sexual y del matrimonio forzado, y fortalece la resiliencia de las comunidades, brindando a las personas refugiadas el conocimiento y las habilidades que les permitirán llevar vidas productivas.

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