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Vivir en guerra, la realidad de miles de niños y niñas que nunca deberían vivir

Niña ucraniana viendo la destrucción causada por las bombas.

Fabiola Barranco

En los pasillos de un hospital abarrotado, Majed, un niño pequeño de unos tres años pregunta llorando y desorientado por su hermanita Rima, una bebé herida que está tumbada cerca suya. El personal trata de identificar a estos niños y niñas y agruparlos por familias. “¿Cómo te llamas? ¿Es tu hermano?”, le preguntan a Assil, la mayor de esta familia que asegura que no puede moverse. Han sobrevivido a uno de los bombardeos que caen sin cesar en Gaza en los últimos cinco meses y que han acabado con la vida de alrededor de 29.500 mil personas, de las cuales se calcula que 13.000 son niños y niñas. 

Mientras, los supervivientes de esta masacre, como Majed, Rima y Assil, se enfrentan a un contexto que ningún niño o niña debería vivir. Se convierten en infancias robadas a las que se les niega cada día derechos básicos a la vida y a la salud. Hospitales, barrios, colegios, refugios son destruidos y la situación se vuelve cada vez más insostenible para la población civil que se enfrenta al aumento de enfermedades y de hambre, pero también a la búsqueda constante de un lugar seguro en el que refugiarse, aunque es evidente que en toda la Franja de Gaza no existe un rincón fuera de peligro.

Se estima que hay alrededor de 1,7 millones de desplazados internos debido a la guerra, y la mitad de esas personas son niños y niñas. Las familias que buscan desesperadamente un refugio se están viendo obligadas a desplazarse hacia zonas muy pequeñas y superpobladas que carecen de servicios adecuados de agua, y donde tampoco es fácil encontrar alimentos ni protección. 

Según el informe  Análisis de la situación y vulnerabilidad nutricional en Gaza, la situación humanitaria es particularmente extrema en el norte de la Franja. Allí comenzaron los ataques del ejército israelí y provocaron el desplazamiento de buena parte de la población a otras zonas del sur. Con el transcurso del conflicto esta zona norte se ha ido aislando y la poca ayuda que consigue burlar el bloqueo que mantiene Israel no llega, provocando el hambre y la falta de suministros básicos de su población. 

Esta devastadora situación se ve reflejada en los resultados de los exámenes nutricionales realizados en refugios y centros de salud en el norte, que revelaron que el 15,6% —o uno de cada seis niños menores de dos años— sufre desnutrición aguda. De ellos, casi el 3% presenta desnutrición aguda grave, la forma de desnutrición que pone a los niños pequeños en mayor riesgo de sufrir complicaciones médicas y muerte, a menos que reciban tratamiento urgente. Como los datos se recogieron en enero, es probable que la situación sea aún más grave hoy.

Sin embargo, en Rafah, la zona sur y limítrofe con Egipto, la situación no es mucho más esperanzadora. Se calcula que el 5% de niños y niñas menores de dos años sufren desnutrición aguda. Esta es una prueba clara de que el acceso a la ayuda humanitaria es urgente y que puede contribuir a prevenir los peores resultados. También refuerza los llamamientos de las agencias internacionales de ayuda para proteger a Rafah de la amenaza de operaciones militares más intensas.

“La Franja de Gaza está a punto de presenciar una explosión de muertes infantiles evitables que agravaría el ya insoportable nivel de muertes infantiles en Gaza”, ha afirmado el director ejecutivo adjunto de Acción Humanitaria y Operaciones de Suministros de UNICEF, Ted Chaiban. “Llevamos semanas advirtiendo de que la Franja de Gaza está al borde de una crisis nutricional. Si el conflicto no termina ahora, la nutrición de los niños y niñas seguirá cayendo en picado, lo que provocará muertes evitables o problemas de salud que afectarán a los niños y niñas de Gaza por el resto de sus vidas y tendrán posibles consecuencias intergeneracionales”, ha añadido.

Kareem es uno de los miles de niños que se ha quedado sin casa después de ser bombardeada y se ha visto obligado a buscar refugio de la noche a la mañana, con lo puesto, pero expuesto al trauma y al temor de perder a los suyos. “Quiero muchísimo a mi familia y tengo miedo de perderla en la guerra. Tengo miedo de que un día los maten. No puedo dejar de pensar en eso”, dice el pequeño. Aunque los niños y niñas no tienen ninguna responsabilidad sobre la guerra, sufren las cicatrices más profundas y pagan el precio más alto. Lo vemos en Gaza, Ucrania, Siria o Sudán.

En los últimos dos años, la población infantil de las ciudades situadas en las zonas de primera línea de Ucrania se ha visto obligada a pasar entre 3.000 y 5.000 horas —lo que equivale a entre cuatro y casi siete meses— refugiados en sótanos y estaciones de metro subterráneas, mientras suenan las alertas de ataque aéreo, desatando un impacto devastador en la salud mental de los niños y niñas. En todo el país, el 40% de los menores ucranianos no pueden acceder a la educación de forma continua por falta de instalaciones y en las zonas más cercanas a la línea del frente, la mitad de los niños en edad escolar no pueden ir a clase.

A veces el silencio internacional cerca aún más el horror de quienes se ven atrapados en las guerras. Es lo que ocurre en Sudán, donde el pasado 15 de abril estallaron en la capital intensos enfrentamientos entre dos facciones militares, extendiéndose a otras partes del país. Este conflicto armado no solo ha provocado importantes flujos migratorios en busca de un lugar seguro que ya se salda con 4,8 millones desplazados internos, sino que también ha acentuado una crisis humanitaria que ya era insostenible y que afecta gravemente a la población infantil. Y es que los brotes de sarampión, dengue, cólera y paludismo son continuos y más de tres millones de niños y niñas sufren desnutrición, de los cuales 621.600 están gravemente desnutridos y corren un alto riesgo de muerte.

El hijo de Sitna es una de las miles de vidas detrás de las cifras. “Los médicos le derivaron al departamento de nutrición cuando empezó con vómitos y diarreas. Recibió comida —un alimento terapéutico listo para usar— y pudo empezar a alimentarse, a recuperar el apetito y ahora está mejor que antes”, explica esta madre mientras sostiene en su regazo al pequeño.

En Siria, después de 12 años de guerra, hay una generación de niños y niñas que no conoce otra realidad que no sea inmersa en una crisis humanitaria y un paisaje rodeado de escombros y destrucción. Se calcula que a día de hoy casi 7,5 millones de niños necesitan ayuda y alrededor del 90% de las familias del país viven en la pobreza, mientras que más de la mitad sufren inseguridad alimentaria. Es el caso de Ryan, una niña que hasta hace poco no tenía agua corriente en su casa y tenía que esperar largas colas para llenar algunas garrafas. “Las tuberías se rompían por los bombardeos y se cortaba el agua”, recuerda la niña. 

A pesar de las dificultades y hostilidades en los contextos de guerra, en los que los niños y niñas son blanco directo e indirecto de los ataques, Unicef —el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia— está presente antes, durante y después de las emergencias, anticipando soluciones, incidiendo en las causas de la vulnerabilidad y buscando la recuperación de las poblaciones afectadas. Para ello disponen de un Fondo de Emergencias que permite dar respuesta a aquellas más puntuales y seguir trabajando en las crisis crónicas. Una labor que también es posible gracias a personas de la sociedad civil que deciden hacerse socias de UNICEF. De esta manera, apoyan su labor humanitaria destinada a la población más castigada en conflictos: los niños y niñas  supervivientes como Majed, Kareem o Rayan. 

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