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Torturador por vocación. Hablan las víctimas de Billy el Niño

Billy el Niño

Rafael Martínez (EFE)

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La tortura no era un mecanismo para hacer méritos sino un ‘placer’ tangible ejecutado con un mimo ‘vocacional’ por un policía del régimen franquista que se valió de amenazas, humillaciones, golpes y terror para labrarse uno de los perfiles más negros de España. Así le recuerdan sus víctimas. Es Billy el Niño (Aldea del Cano, Cáceres, 10 de octubre de 1946).

Tres víctimas de Antonio González Pacheco han narrado su paso a principios de los años 70 por la extinta Dirección General de Seguridad (DGS) en la madrileña Puerta del Sol, rehabilitada como sede de la Comunidad de Madrid, pero en cuyas entrañas aún se conserva un aroma de tiempos pretéritos, del que ninguno de los protagonistas se puede descolgar.

Rosa María García, José María “Chato” Galante y Luis Suárez-Carreño son tres de las 18 víctimas -habrá más en septiembre- que han recurrido a la Justicia con la esperanza de agotar la “impunidad” -término utilizado por la Audiencia de Madrid- de un personaje que esquiva a jueces y fiscales al no prosperar ninguna de las querellas por torturas en un contexto de lesa humanidad.

Luis fue el pionero. Tras un primer paso que define de “benigno” por la Dirección General de Seguridad en 1970, fue detenido tres años después en su casa ante la presencia de González Pacheco que, junto a sus compañeros, ya le iban preparando para lo que le esperaba en Sol. Eran los prolegómenos, un estadio previo por el que pasaron los tres protagonistas de esta historia, extensible al resto de las víctimas.

Generalmente arrestaban de noche, en plena calle o derribando la puerta de casa. No informaban jamás de los cargos ni tampoco de su paradero. Su estatus para el mundo exterior era el de desaparecido.

“Mi padre iba a preguntar a la DGS y le decían que allí no estaba, y estaba”, cuenta Rosa. Pasaban días sin saber de ellos. 22 Chato entre sus cuatro detenciones, 6 Rosa y 6 Luis. Ni familia ni abogados. Una vez en sus manos, “eras suyo”.

EL ENCUENTRO CON BILLY

No siempre esperaba en la DGS, iba a buscarles a sus casas. “Cuando entró por la puerta, ya sabía lo que iba a pasar”, cuenta Chato. Ni él ni los demás lo conocían, pero sí sus hazañas. “Le gustaba que se conocieran sus méritos”, dice Rosa.

Precisamente de ahí procede su apodo, de su afición a pasearse por la universidad enseñando su pistola. Chato relata que “una de sus gracias era apuntarte con ella y disparar con el cargador vacío”. Era, como ellos le definen, un exhibicionista. De ahí que aunque físicamente no le conocieras, su hoja de servicios era su mejor carta de presentación. “Ya sabes quién soy”, solía decir.

LAS TORTURAS

A través de la calle Correos accedían a la DGS y allí todo podía pasar. Tras 'ficharles', les subían a los despachos donde Billy se presentaba a base de bofetadas, puñetazos, insultos, amenazas, gritos y humillaciones. Aquello era “una barra libre”.

Su antología de la tortura pasaba por golpear las plantas de los pies, esposar a los radiadores y a la puerta, desnudarte, abrigarte mucho cuando hacía calor o colgarte de las manos, como le sucedió a Chato. “Se dedicaba a darme patadas de kárate dando grititos a lo Bruce Lee. Pensé: esto es un esperpento”.

“Te dabas cuenta de que eras un pedazo de carne en manos de unos tipos cuyo único objetivo era darte el máximo posible para sacarte la máxima información y marcarse un éxito policial”, afirma Luis.

Esa sensación, Chato la experimentó cuatro veces por sus cuatro detenciones. “La primera es un shock muy fuerte, pero la segunda ya sabes todo lo que te espera, haces el recorrido, sabes cuándo las cosas se van a poner duras...”. Lo peor ocurría en el último piso.

Había una variable sentimental que complicaba aún más las cosas, porque a Luis y a Rosa les arrestaron con sus respectivas parejas. Al marido de ella, Billy el Niño le llegó a mostrar cómo la pegaban. Y a Luis le decía: “Fíjate lo que le estamos haciendo”.

Él ha borrado las torturas de su mente, pero no así la angustia que le producían los gritos de Merche, su pareja, llamándole en los calabozos. “Aquello fue otra tortura adicional para mí”.

Su plan no era otro que “romperte y desarmarte psicológicamente” para que cantaras. “Que te vieras en una situación tan agobiante y te desesperaras. Es el método de la tortura, no lo ha inventado él”.

UN PERFIL VOCACIONAL

Pero sí “lo disfrutaba”, porque tenía mucho afán de protagonismo, era un tipo ‘entregado’ a su trabajo. Los detenidos no paraban de recibir golpes, Billy de darlos. No descansaba. Hacía “horas extra en la DGS”.

Sus víctimas trazan un perfil de “un torturador compulsivo, ambicioso, sádico y morboso” que “planteaba cosas siniestras y enfermizas”, un policía sin ningún escrúpulo y “psicológicamente insano”.

Pero ante todo subrayan un aspecto: el placer. Billy torturaba con bastante placer y lo obtenía “produciendo ese daño, lo que dejaba ver que ”había una cosa muy vocacional“ en ello. Lo que él decía, se hacía. Sus policías le tenían consideración, respeto y miedo por igual. Era el más mediático, pero no el único.

Porque las tres víctimas coinciden en que torturar, torturaban todos. Luis lo resume así: “Los otros policías iban allí a darte de hostias a ver si te rompían moralmente, pero él tenía este otro componente, una parte perversa”. Lo que ocurría, precisa Chato, es que “la policía política del régimen franquista se encargaba de que torturaran todos”, para que así “nadie pudiera acusar a otro”.

MORIR O SUICIDARSE

En ocasiones era la idea que les planeaba por la cabeza. ¿Me matarán o mejor me mato yo? Luis narra que en esa eternidad en la DGS “llega un momento en que incluso quieres desfallecer, morirte, lo que sea”. En su caso tuvo varias tentaciones de autolesionarse.

“Recuerdo mirar el pico de la mesa metálico y del radiador y decir: como esto siga así voy a tener que estrellarme contra ahí y eso va a ser lo mejor que me va a pasar. O la próxima vez a ver si me coloco bien, me tiro y consigo abrirme la cabeza”.

Chato vio el final. Ocurrió en su tercera detención. Había perdido la noción del tiempo y el espacio. Llevaba 14 días detenido. “Hubo un momento que pensé que me podían matar”. Fue cuando hablaron de darle un paseo.

LOS 'PASEOS'

Era la palabra más temida por los detenidos. Un punto y final. Un juego semántico para terminar con tu vida. Te llevaban a un parque y te pegaban dos tiros. Chato tiene clavado en la memoria cuando escuchó: “A éste lo que hay que darle es un paseo y ya, y listo”.

A Rosa la subieron en un coche con Pacheco para que fuera a identificar “un piso franco”. “Me fueron amenazando con llevarme a la Casa de Campo y hacerme desaparecer”, cuenta. Y cuando lo hace aún se le entrecorta la voz. Ella no solo responsabiliza a Billy.

“Se habla de los torturadores, pero no se habla de los que colaboraban”. Y pone de ejemplo a los médicos de la DGS que no daban parte de las lesiones o a los jueces de los Tribunales de Orden Público, garantes de la represión política del régimen.

Luis y Chato apuntan a estos jueces para justificar el porqué no denunciaron en los ochenta. ¡Cómo íbamos a denunciar eso a los mismos jueces que nos habían llevado a esas situaciones!, exclama Chato, quien tiene presente que “lo que pasó es que la policía política, los jueces de tribunales especiales y carceleros, pasaron a la democracia sin tener que dar cuenta ninguna de sus actos”.

Rosa simplemente quería pasar página. “Lo que quería era olvidarme del tema”. Se fue de Madrid, dejó familia, amigos, estudios. Lo dejó todo.

CONDECORADO TRES VECES EN DEMOCRACIA

“Eso nos ofende”, dicen. Rosa no alcanza a explicar cómo ha sido más condecorado en la democracia que en la dictadura -tres de sus cuatro medallas-, lo que a ojos de Luis evidencia que “ha gozado de todo tipo de beneficios en este país”.

Chato no da crédito. “El que me torturó es un ciudadano ejemplar que cobra un 50 % más de su pensión en función del trabajo que hizo, ¡que consistió en torturarme a mí!”. A sus víctimas, no les basta con una declaración del Congreso, una comisión de la verdad o una investigación que no culmine en un juicio para reparar el daño.

Tiene que ser juzgado. No les sirve de nada que Pacheco sea considerado un torturador, algo “que nadie pone en duda ya”. Quieren que pague por sus delitos. Quieren una sentencia para que Billy, de 73 años, deje de pasearse impunemente por nuestro país.

Reclaman una respuesta a la altura de la democracia, un respuesta que no llega. Y ya han pasado 44 años.

AÚN HAY MARGEN PARA INVESTIGARLO

Todas las querellas de víctimas de Billy el Niño se estrellan contra la inadmisión o archivo, pero lo cierto es que la Justicia sí tiene margen para investigar las presuntas torturas de uno de los personajes más siniestros del franquismo, como exige el derecho internacional. Falta voluntad y coordinación, según los jueces y fiscales consultados por Efe.

Esos juristas consideran que hace falta una posición de fuerza entre las víctimas que desemboque en una sola querella que las aúne a todas, pero impulsada por la Fiscalía, “el actor clave” para que las actuaciones judiciales puedan prosperan.

“Lo ideal sería una querella conjunta para que no sea un goteo”, anticipa un magistrado que cree que “merece la pena hacer un esfuerzo para explorar la vía y el encaje penal porque se trata de delitos muy graves”: torturas, detención ilegal y lesa humanidad.

Hasta el momento, la Fiscalía y los órganos judiciales se han remitido a la Ley de Amnistía y a la prescripción de los delitos porque entienden que las torturas no se pueden calificar de lesa humanidad al no ser un ataque “generalizado o sistemático” contra la población civil. Y si lo fuera, la no retroactividad de una norma más desfavorable impide actuar.

Antonio González Pacheco puede convertirse así en el personaje menos investigado de la historia democrática de nuestro país en proporción al número de querellas presentadas: 15 y hasta la fecha ninguna viva, con las dos últimas pendientes de resolver.

Es por ello que las fuentes auguran poco éxito a las querellas individuales o de unos pocos. “No tiene sentido”, dicen mientras apuntan a la Fiscalía. “Tienen la llave, porque si los fiscales apoyan, raro es que un juez archive”. Ponen como ejemplo su postura con las víctimas de bebés robados.

LOS COMPROMISOS INTERNACIONALES DE ESPAÑA

Una querella única respaldada por la Fiscalía serviría para, al menos, “poner al juez ante una mínima duda” y en ese escenario verse abocado a investigar.

España daría así cumplimiento a sus obligaciones con el Estatuto de Roma, que establece que si un estado no extradita a un nacional suyo a un tercero que lo reclame, debe iniciar un proceso judicial.

Pero eso aún no ha sucedido, pese a que la Audiencia Nacional se opuso a la entrega de Billy el Niño a Argentina en el marco de la querella abierta en este país por crímenes cometidos durante la Guerra Civil y el Franquismo. Nadie da el paso.

Según las fuentes, “lo ideal sería investigar para dar respuesta a los compromisos de España con la legalidad internacional”, tantas veces invocada por comités y relatores de Naciones Unidas.

La última en 2018, cuando el relator para la promoción de la verdad, la justicia, la reparación y la garantía de no repetición, Fabián Salvioli, dijo en el Congreso que “no hay ningún impedimento desde el derecho, ni nacional ni internacional” para juzgar y condenar a los responsables de crímenes del franquismo. No vio un problema de normativa, sino de voluntad.

“No se puede ventilar el asunto con un deniego la extradición y ya”, señala otro juez que mira directamente a la Fiscalía. Lo que ocurre es que esta institución siempre ha sido “renuente”.

Y eso pese a que el fiscal Pedro Martínez Torrijos, que llevó el caso de la extradición y se opuso a la entrega, recomendó en su escrito impulsar una investigación contra Pacheco. Pero su petición cayó en el olvido y no fue recogida ni por Fiscalía General ni por la Fiscalía de Madrid.

LA PARADOJA DE JUZGAR CRÍMENES DE OTRAS DICTADURAS, NO DE LA TUYA

“Lo dije expresamente tanto en el informe como en la propia vista”, asegura a Efe Martínez Torrijos, hubiera sido “lo más correcto”.

Aunque hay jueces que le reprochan que, si tan claro lo veía, no se diera el paso desde la Fiscalía de la Audiencia Nacional y se quedara sólo en una declaración.

Martínez Torrijos sí ve “sin ninguna duda” el delito de lesa humanidad y defiende la tesis de capitanear una estrategia junto a las víctimas, cuya única reparación por el momento se reduce a acudir a una jueza extranjera para que le diga u ordene algo a uno español.

De esta forma, agrega, se evitaría que España terminase como Argentina con el dictador Adolfo Scilingo, condenado aquí en virtud de la Justicia Universal, un hito del que los jueces españoles sacan pecho cuando son loados en actos en Latinoamérica, por los mismos que luego les preguntan por qué no actúan igual cuando se tratan de los crímenes de su dictadura.

Algunos reconocen que se quedan atónitos y les cuesta reaccionar. “Contrasta enormemente que para investigar y enjuiciar crímenes cometidos en terceros países apliquemos sin ningún problema el derecho internacional, pero para investigar los cometidos aquí no”, lamenta Jacinto Lara, coordinador jurídico de las querellas presentadas por las víctimas.

EL MENSAJE DEL SUPREMO

Lara detecta el problema: la sentencia de 2012 del Tribunal Supremo contra el exjuez Baltasar Garzón por su investigación de los crímenes del franquismo, que, dice, “condena desde un punto de vista judicial al absoluto ostracismo a las víctimas” y condiciona a los órganos judiciales.

Aquella resolución marcó el camino para no investigar. Se amparó en la prescripción, la ley de Amnistía y sobre todo el principio de legalidad y seguridad jurídica, garantizado por la Constitución, por el cual no se puede aplicar retroactivamente una norma penal mucho más gravosa de la que existía entonces.

La imprescritibilidad de los delitos de lesa humanidad, -en caso de que fueran tipificados como tal-, fue asumida por España en 2004, con lo que se aplicaría a partir de ese año.

Admiten las fuentes que el TS fue contundente y claro. Se juzgó a un magistrado por ello y “eso está latente en muchos jueces”.

Como tampoco se puede optar por la alternativa de los “juicios de la verdad” que denominó el Supremo, esto es, investigar a sabiendas de que los delitos están prescritos o amnistiados.

“Si tiene encaje en el tipo penal se puede investigar, pero si no va a poder prosperar no es lo más procedente”, precisa un magistrado que no ve correcto actuar por “buenismo y voluntarismo”. Otro ve “absurdo” iniciar un proceso para terminar en la prescripción, porque seguro que las víctimas no querrían eso. Y está en lo cierto.

Ya lo dijo el Supremo: “El método de investigación judicial no es el propio de un historiador. El derecho a conocer la verdad histórica no forma parte del proceso penal”.

DERECHO DE LA VÍCTIMA

Pero Torrijos considera que “lo fundamental aquí es que quien ha sido víctima de un delito lo pueda contar ante un órgano judicial, no hay otro derecho más básico y eso se está impidiendo aquí”.

Sin embargo, investigar y enjuiciar no es un derecho de la víctima, como marca el Constitucional, solo denunciar, y, si no hay indicios, que el juez le responda motivadamente.

En el caso que nos ocupa, muchos juzgados limitan su respuesta a un folio y el tribunal de garantías a apenas unas líneas, como así ha hecho al denegar el amparo a varias víctimas.

Lara no se aferra solo al derecho internacional para investigar y sostiene que hay vía incluso para condenar; si no las víctimas desistirían. Lo que ocurre, advierten las fuentes, es que “hay nula voluntad de los jueces por explorar otras vías interpretativas del derecho”; aunque el criterio del Supremo pesa, “la justicia sí tiene margen para ello”.

Basta mirar a Valencia: Allí un juez investiga por primera vez las torturas de varios policías del régimen franquista. Delitos, años y relatos que comparten con González Pacheco.

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