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Espacio para la reflexión y el análisis a cargo de parlamentarios europeos españoles.

9M: Más Europa, más solidaridad

Ursula von der Leyen y Volodímir Zelenski en Kiev el pasado 8 de abril.

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Si en algo se diferencia Europa de otras regiones del mundo es en sus valores, y en concreto, en su solidaridad; interna, pero ante todo externa. Las políticas de Cooperación Internacional, de Desarrollo y de Ayuda Humanitaria (o de partenariado) son, si no la mayor, una de las principales señas de la identidad europea. Pero, fundamentalmente, su ayuda humanitaria. No es un hecho menor que la Unión Europea, junto con sus Estados miembros, sea la principal fuente de ayuda humanitaria del mundo donante, representando cerca del 36% de la asistencia humanitaria mundial. Lo que está claro es que la ayuda humanitaria es un pilar clave de la acción exterior de la UE y una seña de su capacidad para proyectar sus valores a escala mundial.

Los principios de igualdad y solidaridad son la piedra angular de nuestra base jurídica, recogidos en el artículo 21 del Tratado de la Unión Europea (TUE) y en el Título IV de la Carta de los Derechos Fundamentales. A partir de estos valores, hemos logrado que la Cooperación Internacional y la Ayuda Humanitaria nos haga ser los mayores cooperantes del mundo más allá de nuestras fronteras; no solo por las cantidades económicas, sino también por la suma de esfuerzos de sus Estados miembros y el exhaustivo trabajo de sus Agencias de Cooperación. 

En este 9 de mayo, los ojos y el corazón de la ciudadanía europea están con los millones de ucranianas y ucranianos obligados a dejar sus hogares. Desde la UE, hemos realizado una movilización sin precedentes de fondos en un tiempo récord para Ucrania. Los compromisos inmediatos y los desembolsos iniciales de la UE, los Estados miembros, y otros donantes, han permitido la expansión de la ayuda humanitaria hacia los países vecinos, e incluso dentro de la misma Ucrania, con el envío de más de 22.000 toneladas de ayuda de urgencia.

A nadie se le puede escapar que en estos momentos Ucrania es un infierno más en este planeta. El respeto al derecho internacional humanitario y el acceso a la ayuda humanitaria dentro del país son cuestiones apremiantes e incondicionales. Sin olvidarnos, por supuesto, del claro y unánime rechazo de los países de la UE al bloqueo instaurado y la denegación de acceso humanitario por el ejército ruso en un territorio invadido, y su brutalidad a la hora de perpetrar crímenes de guerra por los que, más pronto que tarde, terminará respondiendo. Es entonces cuando vemos cómo los principios humanitarios de neutralidad, humanidad, independencia e imparcialidad se ven vulnerados, o sencillamente ignorados, por quienes libran guerras sin sopesar realmente las consecuencias de las mismas.

Según las Naciones Unidas, OCHA, en 2021 solo el 53,8% de los fondos comprometidos a nivel global fueron desembolsados, en lo que llevamos del 2022, el porcentaje se reduce al 8,1%. A este déficit estructural de financiación de la ayuda humanitaria, hay que añadirle la reorientación o suspensión de las financiaciones ya existentes para con otras crisis humanitarias por parte de los donantes, lo cual resulta cada vez más evidente y alarmante. 

Por ello no podemos obviar otras crisis igual de preocupantes, muchas de ellas agravadas incluso por la guerra en Ucrania: en Afganistán, las niñas ya no acuden al colegio y hay 9 millones de personas que no tienen qué comer; en Myanmar, los militares liderados por Min Aung Hlaing han prohibido el acceso de ayuda humanitaria en las regiones afectadas por el conflicto; en Etiopía, el conflicto en Tigray y la grave sequía están diezmando al segundo país más poblado de África, con más de 4.2 millones de desplazados internos; en Siria, se han contabilizado 6.2 millones de desplazados internamente tras 11 años de guerra. Venezuela, Líbano, Sáhara, Nigeria, Somalia, o la República Centroafricana... son solo algunas de las crisis olvidadas y más acuciantes. En palabras del Comisario Europeo de Gestión de Crisis, Janez Lenarčič, más de 270 millones de personas de 63 países necesitarán protección y asistencia humanitaria en 2022, respecto a los 235 millones de personas un año atrás (una de las mayores cifras en décadas, por cierto). Tras la agresión de Rusia a Ucrania, los números no dejan de subir, y nos hace situarnos en 300 millones de seres humanos.

No cabe la menor duda de que la ayuda humanitaria se enfrenta a retos sin precedentes, agravados por la invasión rusa de Ucrania, la pandemia COVID-19, el resurgimiento de conflictos estatales, el impacto climático, el crecimiento de la población mundial, la gobernanza fallida y la degradación del medioambiente.  

Debemos entender que la brecha entre las necesidades humanitarias y los recursos disponibles a escala mundial está aumentando, demasiado rápido. Por ello es necesario honrar los compromisos adquiridos en la conferencia de donantes, defendiendo que el apoyo financiero en respuesta a la invasión de Ucrania sea adicional y no restante, dirigiendo la respuesta de la UE y los Estados miembros a mantener los niveles de financiación de la AOD (Ayuda Oficial al Desarrollo) y el apoyo a otras crisis humanitarias. 

A pesar de los niveles de contribuciones de este año -17.2 millones de dólares, o el 46% de las necesidades-, la brecha se sitúa en 20.500 millones de dólares entre las necesidades y la financiación, siendo la más alta de la historia. La escasez de fondos ha alterado la capacidad de respuesta de las agencias humanitarias a lo largo del año, especialmente porque fue necesario elevar la escala de varias emergencias, como las de Afganistán y Etiopía, y porque los efectos de la crisis sanitaria siguieron afectando a las comunidades vulnerables.

Las previsiones de Naciones Unidas ya han señalado la necesaria financiación adicional de 22.000 millones de dólares de aquí a agosto. En los tres meses que llevamos de guerra en Ucrania, apenas se han alcanzado los 1.600 millones de dólares.

La incógnita que se nos plantea es si no llegaremos a tiempo en la respuesta global a estas crisis, lo que podría generar aún más consecuencias. Los números no son esperanzadores, y aunque digan que la esperanza es lo último que se pierde, son demasiadas las personas que ya lo han perdido todo. Europa debe ser ante todo, una unión de valores.

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