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Espacio para la reflexión y el análisis a cargo de parlamentarios europeos españoles.

El capitalismo se disfraza de desarrollo

Lola Sánchez

Diputada del Parlamento Europeo por Podemos —

Dejar atrás África se parece a cuando te despides de la casa de tus padres, tu casa de siempre, antes de un largo viaje. Sabes que volverás, antes o después. Nunca te despides para siempre.

Es alucinante cómo esta tierra te hace sentir en casa, a pesar de la distancia cultural con sus habitantes, sobre todo por las complicadas, y a la vez sencillas, vidas que llevan. No he visto una sola señal de agresividad, miedo o rechazo hacia ningún compañero de la misión (cuatro eurodiputados, dos funcionarios del Parlamento y dos técnicos de grupos parlamentarios), sino todo lo contrario.

Con mi cultura y mis mochilas, yo no podría soportar que alguien de fuera, soberbiamente, viniera a mi casa a decirme cómo he de vivir. Ellos te abren las puertas de su mundo, te agradecen tu presencia y hasta que les ayudes y les dirijas, y siempre, siempre, con una sonrisa en sus labios. Puede ser simplemente ignorancia, falta de conocimiento acerca del daño que históricamente les hemos hecho y del que les seguimos haciendo desde Occidente. Pero aun así, aparecer en una aldea con grandes coches que levantan polvaredas en sus caminos, con modernos móviles, gafas de sol, nuestra piel del color de las nubes y examinando su forma de vida, en cualquier otra comunidad provocaría rechazo y un sentimiento de humillación y de inferioridad. En ellos no. Tienen una dignidad como nunca vi. Ese contraste entre nosotros y ellos no provoca envidias ni desconfianza. Sus casas son de adobe y sus niños andan descalzos, pero no se avergüenzan. Sonríen y te invitan a entrar. En la entrada hay tendederos con telas increíblemente bellas, secándose al sol y perfumando el ambiente.

El virus de la competición y de la ambición por ser mejor que el otro (entendido como tener más) aún no ha hecho mella en esta parte (quizás, pequeñas partes) de África, y es una fuente de esperanza para mí que el capitalismo aún tenga lagunas en el mundo.

Los famélicos pollos y vacas merodean por las aldeas como otros habitantes más, sin vallas, sin cercados, sin marcas que señalen quién es su dueño. Los niños y niñas, incluso de muy corta edad, se pasean libremente por los caminos porque todo el mundo sabe que esos niños son de todos, que están protegidos en todo momento.

Las tiendas y mercaderes ofrecen sus productos en medio de la calle principal en cada pueblo, sin apenas vigilancia, y por las noches hay incluso quienes no encierran el género tras candados. Recuerdo un taller de aluminio que dejaba cientos de perfiles apoyados en su fachada, cerrada la tienda. A la mañana siguiente seguirán allí. Es de una dignidad infinita que entre tanta pobreza nadie ose coger lo del otro, ni lo de todos. La confianza en la comunidad es lo que tristemente hemos perdido los desarrollados.

Desde luego, no toda África es así y en otros lugares ocurre lo contrario, la vida no vale nada y la ley de la selva impera desde que nacen.

Pero me alegra que existan aún santuarios de humanidad, si se me permite. Y deberíamos conservarlos, como quien conserva el ADN de semillas perdidas, confiando en que algún día sea posible revivirlas. Por eso, nuestra influencia sobre estas comunidades debería ser exquisitamente delicada y respetuosa. Nuestro concepto de desarrollo debe ser revisado, especialmente sus objetivos, que están basados en lo que nosotros entendemos por pobreza y riqueza, en conceptos capitalistas y por tanto economicistas, y no en lo que entienden ellos por vida digna.

Pero nuestra soberbia es infinita y permitimos que, bajo el paraguas del desarrollo, de la ayuda al desarrollo, se inoculen en estas comunidades virus muy peligrosos: el concepto de propiedad de la tierra, las vallas, los límites entre lo tuyo y lo mío.

El Gobierno de Tanzania está implementando uno de los compromisos que el G8 exige para acceder a la mal llamada ‘Nueva Alianza para la Seguridad Alimentaria’, un programa de ayudas al desarrollo en ciertos países con problemas de alimentación. Ese compromiso tan peligroso está acompañado de otros muchos, como elaborar un catastro de las tierras, y así poder otorgar títulos de propiedad a los campesinos. Esto, que en principio parece una buena idea, aplicado a estas comunidades tan cohesionadas, puede provocar conflictos –de hecho los está provocando ya–, pues ese concepto de propiedad que en Occidente nos parece tan 'natural' no lo es aquí, donde muchas tierras son de uso comunal desde tiempos inmemoriales, donde los usos y costumbres sociales no se parecen en absoluto a los nuestros. La estructura social no puede absorber sin conflicto un concepto que choca con su propia cultura frontalmente.

Siglos después, Occidente exporta a África su Historia del S.XVI, cuando en Inglaterra se empezaron a cercar las tierras, los pastos, los bosques, y nace una distinción clara entre los terratenientes y los que no tienen nada, entre el propietario y el desposeído. La Enclosure Act, o Ley de cercados, de 1727, acabó por dinamitar la propiedad colectiva, y toda Inglaterra se llenó de muros y gentes sin tierra.

Estos cambios en los usos de la tierra en Tanzania afectarán a las comunidades de pastores, numerosas en estas tierras, como las tribus masáis, y que en algunos casos se convertirán en gente sin tierra al no poder acceder, por derecho consuetudinario, a las tierras en las que habitan y cultivan desde hace siglos. Encontrarán vallas y límites por el camino y se verán obligados a dejar de ser pastores nómadas. La humanidad y la tierra perderán toda una cultura que además es sostenible y a la que deberíamos defender, también aquí en Europa.

Otros de los compromisos firmados y en proceso de implementación son bajar impuestos a las empresas extranjeras, reducir o eliminar el ‘IVA’ sobre el comercio de semillas, facilitar la entrada de semillas patentadas, de agroquímicos y de maquinaria agrícola. Crear un Banco de Tierras, y facilitar al inversor el acceso a grandes extensiones de tierras a bajo precio. Construir infraestructuras hídricas y de comunicación.

Por supuesto, aquí están las grandes: Sygenta, Unilever, Monsanto o el bonito Fósforos Unidos Ltd. Con cada uno de estos monstruos de capital, el Gobierno de Tanzania ha asumido otra serie de compromisos, más concretos y detallados que el marco general mencionado anteriormente, adaptados a sus intereses específicos. En el caso de Unilever, este contrato se llama memorándum de entendimiento, como si Unilever fuera un sujeto internacional equiparable al Estado de Tanzania.

A grandes pinceladas, el plan de la New Alliance es el siguiente: las multinacionales del agrobusiness ponen en producción grandes extensiones, enseñan a los campesinos a cultivar en sus propiedades especies desconocidas por ellos, que a veces no se comen, pero que tienen mayores beneficios en el mercado –como el té o el algodón–, les venden las semillas transgénicas y estériles, además de los químicos que contaminan y acaban quemando la tierra, y al final les compran la cosecha. Cobrarán a través de una aplicación de móvil, por lo que se tendrán que comprar uno y contratar con Vodafone, que está también metida en el tinglado de la New Alliance, y es quien posee esa aplicación.

Estando en el poblado de Ikwega, en el interior de Tanzania, escuchamos por fin la voz de los campesinos. Estaban contentos porque sabían que veníamos y nos recibieron cantando y bailando, éramos la sensación del pueblo. Tuve sentimientos extraños, me recordó a Bienvenido Míster Marshall, y me sentí miserable.

Una mujer campesina nos leyó un comunicado acerca de las muchas cosas que aprendían acerca del té en la escuela de Unilever, y al terminar, ya sin leer, se quejó modestamente de no tener para comer, ya que donde antes plantaba comida hoy hay té y lo que le pagan por el té no les da para comer. Toda una mejora. Esto no es desarrollo, es capitalismo.

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