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Sobre este blog

Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.

Después de que me hayan matado, no me olvides

Lápida que recuerda a trece de los alaveses asesinados en Azazeta

Iker Armentia

A Antonio García Bengoetxea se lo llevaron un día de mediados de septiembre de 1936. Dos hombres vestidos de caqui y boina roja le esperaban en el portal de al lado. Antonio llegó a casa, los dos hombres le siguieron por detrás y al poco rato se lo estaban llevando arrestado. Araceli, una de sus hijas, tenía 6 años: “No nos dejaban que mi padre nos diera un beso, así que cogí a mis hermanos y fui por la calle Zapatería para que nos diera un beso, y no nos dejaron”.

Araceli se emociona recordando el día que los fascistas se llevaron a su padre. En sus manos tiene una pequeña foto familiar en cuyo reverso su padre dejó escrito un mensaje a su madre: “Cuánto te he querido Marcela mientras he vivido. Eres joven todavía. Yo no te pido nada más que dos cosas: cuida lo mejor que puedas a nuestros hijos y dales una educación lo mejor que puedas. Y la otra es que después de que me hayan matado, no me olvides”.

Al padre de Araceli lo asesinaron un grupo de falangistas, requetés y guardias civiles hace hoy 80 años. Junto a él cayeron fusilados otros quince alaveses. Son conocidos como los 16 de Azazeta. El 31 de marzo de 1937 los sacaron de la cárcel de Vitoria tras firmar su puesta en libertad, pero los fascistas no los liberaron: los trasladaron en camiones hasta el monte de Azazeta donde fueron asesinados.

Mari Carmen cree que su padre le dio un beso el 26 de diciembre de 1936. No lo recuerda: fue el día de su nacimiento. A su padre, Eduardo Covo, preso en la cárcel de Vitoria, aquel día le habían permitido salir para ver a su esposa porque la mujer se estaba muriendo. Eduardo se despidió de ella y conoció a su hija recién nacida, mientras el sanguinario fascista Bruno Ruiz de Apodaca le encañonaba por la espalda. “Pero cómo se cree que este hombre se va a escapar si su mujer se está muriendo”, le espetó al fascista una hermana de la moribunda que presenciaba la escena.

“Mi madre murió el 31 de diciembre y a mi padre lo mataron el 31 de marzo y nunca los pude conocer”, relata Mari Carmen. A Mari Carmen la crió su abuela Julia “hirviendo sopas de pan con agua y aceite”. “He visto los párpados de mi abuela rojos de sangre de tanto llorar. Era viuda, y se quedó con tres crías y sin trabajo”. Su abuela le contaba que a su padre lo habían matado por envidias. Cuando Mari Carmen tenía 17 o 18 años, una vecina la paró por la calle. “¿Tú sabes por qué mataron a tu padre?”, le preguntó. Y aquella mujer le explicó que su padre había dejado entrar en casa a un fugitivo republicano que huía de la policía y que logró escapar tirándose por la parte de atrás de la casa a las vías del antiguo ferrocarril vasco-navarro. Alguien lo delató y fue arrestado.

En 1978, Araceli y Mari Carmen pudieron recuperar los restos de sus padres y darles sepultura en el cementerio de San Salvador. Este sábado las instituciones locales han organizado un homenaje en el que serán recordados junto al resto de los asesinados: José Luis Abaitua, Victor Alejandre, Casimiro Cerrajería, Manuel José Collel, Jaime Conca, Francisco Díaz de Arcaya, José Domingo Elorza, Jesús Estrada, Daniel García de Albeniz, Francisco Garrido, Teodoro González de Olarte, Constantino González, Prisco Hermua y Manuel Hernández.

“¿Ahora? ¿Ahora? ¿No ha habido tiempo antes?”, se preguntaba Araceli en una entrevista esta semana en la Cadena Ser. El fusilamiento de los 16 de Azazeta es un crimen muy poco conocido en Vitoria. A la censura franquista se le sumó el olvido pactado de la Transición. Fueron primero asesinados y luego olvidados. 

En una entrevista reciente, el escritor Javier Cercas defiende la Transición porque “lo que el mundo se esperaba cuando Franco murió es que los españoles nos matásemos, pero decidimos no matarnos”. El precio a pagar fue la impunidad de los crímenes franquistas. Franco murió hace 42 años y todavía hay cuerpos abandonados en las cunetas, los verdugos hicieron carrera como demócratas y las víctimas de aquellas tropelías son víctimas de segunda fila: no tienen derecho a la justicia ni a la verdad, y los tribunales españoles salen presurosos a defender la memoria de un fascista como Carrero Blanco.

Han pasado 42 años y nada de esto tiene ya sentido. No existe el peligro de una confrontación bélica. Ha llegado la hora de sepultar las leyes de punto final, de juzgar a los responsables que aún quedan vivos y de constituir una comisión de la verdad. Ha llegado la hora de que los poderes públicos se vuelquen en la búsqueda de los desaparecidos y de que todas las víctimas del franquismo sean reparadas. Es cuestión de decencia y justicia.

“Después de que me hayan matado, no me olvides”, le escribió Antonio a su mujer antes de ser fusilado. No les olvidemos durante más tiempo. 

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Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.

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